Sanghas para minorías: ¿sí o no?

A mediados de este mes tuve una experiencia profundamente significativa: junto a dos maestras más, guié el primer retiro para practicantes LGTB+ organizado por Gaia House. Este tipo de retiros basados en un ‘grupo de afinidad’ (affinity group) llevan normalizándose en norteamérica desde hace años, y poco a poco se empiezan a hacer a este lado del charco. Sin embargo, su existencia levanta a veces mucha polémica —por motivos que para mí, como voy a argumentar, son formas de reactividad.

Evidentemente, mi respuesta al título de este artículo es un SÍ. No creo que los grupos de afinidad sean algo perfecto, pero tampoco que lo sean los grupos «normales». Y en resumen, creo que es mejor que esos grupos de afinidad existan que no que falten.

Padmasambhava

Que la idea sorprenda, que confunda, que genere dudas, es normal. Yo mismo he tenido y tengo mis preguntas sobre por qué es necesario un retiro de este tipo, o en qué sentido es diferente, o si mi condición sexual afecta en nada a mi práctica y visión del dharma. He oído mil veces los argumentos de que las identidades son condicionadas, de que se trata de trascenderlas en lugar de aferrarnos a ellas, etc. y aplicadas a este tema no me convencen para nada, me suenan al comodín de la vacuidad —en su sentido literal: es muy comodín (de cómodo) invocar a la vacuidad cuando interesa. Pero entrar en esto ya sería otro artículo.

Dejadme que cuente un poco mi historia con este tema. Yo nunca acudí a un grupo de afinidad como participante, nunca sentí necesidad. Entonces, hace dos veranos tuve la suerte de ir de profesor en prácticas, por decirlo de algún modo, al centro de retiros Insight Meditation Society en los EUA, acompañando a Christina Feldman. Allí, cada día por la tarde, había una sesión de meditación sentada en la que, paralelamente a la sala principal, había dos espacios más: uno para LGTB+ y otro para POC (People of color, una categoría norteamericana para la que nosotros no tenemos equivalente). Se trataba una meditación en silencio, así que las dudas respecto al por qué de ese espacio aparecen con mucha facilidad.

No sé si de pura coincidencia o con una expresa y disimulada habilidad, Christina comentó que siempre fortalecía el propósito de esos grupos si podía encabezarlos alguno de los profesores —que perteneciera a ese colectivo, por supuesto. No dudé ni un segundo en ofrecerme para la sesión LGTB+, revelando así mi identidad a los demás maestros: si puedo ayudar, pensé, ahí estaré.

A lo largo del retiro fui descubriendo (¿confirmando?) que ese espacio de afinidad creaba hermandad, que el que existiera suponía un mensaje de aceptación explícito que por desgracia muchos necesitan —y esto es ya una pista. El último día hicimos una ronda compartiendo cómo había sido esta experiencia para nosotras y qué había significado. Persona tras persona fue desenfundando su gratitud por ese espacio. Se me humedecieron los ojos cuando alguien dijo: llevo 30 años viniendo aquí, y hasta ahora no me había dado cuenta de que he estado dejando una gran parte de mí en la puerta. Tras esa frase, mi visión sobre los grupos de afinidad cambió. Esa experiencia me dio el coraje para plantearme formar parte de eventos de dharma para el público LGTB+.

Mucha gente, sin embargo, responde de forma muy negativa al saber de estos espacios alternativos: sanghas, retiros o sesiones dirigidas a una demografía concreta,normalmente minorías. Por desgracia, he estado presente ante esa negatividad, cosa que aún me choca más, porque hay que tener poco tacto para argumentar que esos espacios no deberían existir frente a una persona que pertenece a ese colectivo. Es muy violento. Además, en esas desagradables ocasiones no he podido obviar que el criticante empieza a hablar apresuradamente, sube el tono de voz, se tensa… se palpa mucha aversión.

Salgo de esas conversaciones bastante perplejo: tomemos perspectiva, ¿por qué estaría nadie en contra de que la gente busque el apoyo y compañerismo de aquellos con quienes comparte rasgos o experiencias? Especialmente cuando esta gente ha experimentado represión y rechazo en su vida: ¿por qué estaría nadie en contra de que conectaran con sus semejantes?

La respuesta es que nadie está en contra de eso. De hecho lo hacemos constantemente, es lo más normal del mundo. Los seres humanos nos asociamos con quienes compartimos algo en multitud de formas: asociaciones de amantes de esto o aquello, clubes de lectura, grupos de whatsapp, amistades nacidas de experiencias comunes, grupos de apoyo a pacientes, a familiares de pacientes, etc. ¡La sangha en sí es un ejemplo de esto! Lo que incomoda es otra cosa.

Lo nuevo, lo que no nos es familiar, lo distinto, a menudo tiene una tonalidad desagradable (dukkhā vedanā) y genera rechazo y aversión (paṭigha, dosa), pero la práctica del dharma es ir más allá de esta incomodidad y diluir, en lugar de reforzar, la tendencia natural al rechazo (paṭighānusaya).

Algunas tienen miedo a que proliferen más y más estos espacios (el efecto dominó), o a que se hagan guetos, o simplemente reaccionan contra la idea de que haya un espacio al que no pueden acceder. (En esos casos tengo ganas de decir: pues ya has experimentado una pizca de lo que otros sienten durante toda su vida, úsalo para empatizar y entender que necesiten espacios que les acojan de manera explícita. Pero esa es mi reactividad.)

Entiendo esos miedos, son totalmente naturales, pero no hay que quedarse ahí. Tomemos el miedo al efecto dominó: la mente empieza a disparar futuros posibles, coloreados por el desagrado a la idea presente, pero no son más que eso, paisajes hipotéticos, son pensamientos, no son un hecho, y por lo tanto no son una buena base para tomar decisiones o evaluar lo que está sobre la mesa ahora.

Me recuerda ese argumento (falaz y gañán) contra el matrimonio homosexual: ¿qué será lo próximo, gente casándose con sus mascotas? En primer lugar, hace 16 años que se aprobó la ley del matrimonio igualitario en España y, que yo sepa, no ha habido efecto dominó. Y en segundo lugar, incluso si lo hubiera, incluso si luego aparecieran peticiones de matrimonio interespecie, que te parezca mal lo segundo no es un argumento para rechazar lo primero: una propuesta debe aceptarse o rechazarse en virtud de sus propias características, no de las características de otra propuesta que es supuestamente consecuencia de ésta.

Pero debajo de este miedo hay algo más problemático. ¿Sería tan malo que aparecieran otros grupos de afinidad, como por ejemplo gente con diversidad física o neuronal, una sangha para gente con cáncer, etc.? ¿No es la sangha, por definición, un lugar de ayuda mutua para los que comparten retos y visión?

El miedo, según he escuchado en esas críticas, es a que se disgregue todo, a que se pierda cohesión social. Sólo así comprendo esas respuestas tan a la defensiva, porque no veo nada más que pueda sentirse amenazado. Y esto es lo más fascinante: esta idea revela que hemos construído la sociedad en base a ignorar las especificidades de ciertos grupos. Si no, no tendría lógica que reconocer y atender a esas especificidades fuera a deteriorar la cohesión social.

¿Qué tal hacerlo al revés? ¿Qué tal imaginar una sociedad cohesionada precisamente porque todos sus miembros se sienten vistos y bienvenidos en su especificidad? Que existan espacios específicos no significa que la gente vaya a dejar de participar en otros espacios, espacios genéricos. En Estados Unidos, donde llevan más tiempo aplicando estos grupos de afinidad, no ha sucedido que los retiros genéricos se quedan vacíos, ni han emergido una cantidad ridícula de subgrupos.

Además, la propuesta de crear un espacio para un grupo que necesita apoyo extra es desafiante porque sugiere que el espacio genérico no es tan incluyente como pensábamos, y esto no es nada bonito de oír, amenaza la visión que uno tiene de si mismo de tolerante e inclusivo.

Lo distinto no es siempre una experiencia fácil, pero creo que hemos avanzado. Hay que celebrar que el hábito de concebir lo distinto a través de jerarquías —es decir, como inferior— se está dejando atrás. En el budismo pali hay un concepto llamado el orgullo o arrogancia del «yo soy» (asmi māna). Señala que nuestros conceptos de nosotros mismos son profundamente relacionales, y suelen ser de tres tipos. Por ejemplo, nos concebimos como superiores o como inferiores: arrogancia de superioridad y arrogancia de inferioridad. Siempre requiere comparación. La sorpresa de esta enseñanza es que el tercer tipo de orgullo es precisamente lo que pensamos que es la solución: el somos iguales. Esto, según el budismo pali, no es más que otro tipo de arrogancia, de concepto comparativo: la arrogancia de igualdad.

«Somos iguales» puede ser una idea preciosa, pero también puede ser una manera de erosionar de la diferencia porque la diferencia nos incomoda. En otras palabras, seguimos rechazando lo distinto porque nos es desagradable, y aceptamos al otro porque no es diferente, porque es como nosotros.

A simple vista parece que, por lo menos, hemos dejado atrás el hábito de jerarquizar. Sin embargo, el hecho de que abandonarlo nos lleve a ignorar la diferencia muestra que seguimos conectando esas dos cosas. Es decir: si percibo la diferencia, la concibo como superior o inferior; y como no quiero concebirla como superior o inferior, entonces no percibo la diferencia. (En lógica, esto es un modus tollens: p → q; ⌝q → ⌝p)

¿Cuál es la alternativa? Percibir lo distinto sin jerarquizar y sin necesitar borrarlo, acogerlo realmente, estar cómodas con la diferencia. Para mí, crear espacios de dharma específicos para ciertos grupos es un paso hacia ese camino, es una forma de comunicar que damos la bienvenida a lo distinto y no normativo; es ayudar a que algunos miembros de nuestra comunidad puedan sentirse más aceptados cuando el mundo fuera de la sangha no siempre lo ha hecho; es, en definitiva, una forma de cuidar al otro, de cuidar a la sangha. Como dije al inicio, no creo que los grupos de afinidad sean la solución perfecta, pero creo que hay que seguir con la mirada abierta y el corazón cálido en el camino del ensayo-error.


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10 comentarios en “Sanghas para minorías: ¿sí o no?

  1. No creo que deba haber un darma para las minorias,si fuera así,entonces deberíamos hacer también para ciegos,autistas,disléxicos,etc,etc,etc.No sé que pensarían los budistas,pero he visto a muchos acercarse a eatoa grupos que tienen d
    iversidad sexual porque no son aceptados y eso es muy triste porque es lo que enseña en Darma?

    1. Hola Sergio. No se me ocurre mejor respuesta a tu comentario que el artículo mismo… abordo el miedo al efecto dominó, etc. Pero yo no hablé de un dharma diferente, sino de sanghas, de reuniones de personas. Los centros no suelen estar adaptados para ciegos, los autistas pueden beneficiarse de espacios e instructores que conozcan las características del autismo, etc. así que me parecería muy bien que hubiera espacios para los colectivos que comentas. Si quieres beneficiar a todos los seres y estos son distintos, ¿por qué ibas a negarles a unos el entorno que necesitan, sea el que sea?
      No entiendo tu última frase, ni tampoco lo de qué pensarían los budistas: esto que describo lo están haciendo centros *budistas*.

  2. Gracias, Bernat, tan claro como siempre. Es una situación compleja que vivimos en todas partes. Creo que como con el lenguaje (lo hablamos una vez!) también esto ayuda a visibilizar además de empatizar, y desligarse de la diferenciación jerárquica genérica / racial / espiritual / etc. Muy interesante el concepto pali del asmi maña, no lo conocía y qué importante poder reconocerlo en una mismo, siempre tan dispuestos a igualar desbastando las diferencias. Un abrazo!

  3. Muchas gracias Bernat por poner en letras mis propias inquietudes, me sentí tremendamente identificado y reconocí mucho de mis temores aversivos en el texto. Durante mucho tiempo abordaba este movimiento de minorías desde el juicio y la crítica interna, hasta que poco a poco le he ido dando espacio para que se exprese y desarrolle. ¿Qué hay aquí? Déjame ver.
    Hay un tremendo desafío para todos en estos grupos, para los propios miembros primero, y luego para la comunidad en general, es verdad que en un mundo ideal no deberían existir, pero por ahora si existen es porque son necesarios, y responden sin duda a una necesidad latente que la comunidad no ha sabido aún cómo atender.
    Interesante desafío para quienes les hace ruido, hay una tremenda oportunidad para investigar ¿qué hay debajo de esa incomodidad (dukkha/vedanna)?

  4. Gracias por la entrada Bernat. Somos muchas personas las que no formamos parte de la mayoría debido a algún rasgo.
    En mi caso es la alta sensibilidad neuronal. Entre un 15-20% de la población presenta este rasgo y hemos vivido y vivimos con el sambenito de ser delicadas, que todo nos molesta. No me gustan las etiquetas, pero no usarlas no significa que la diferencia no exista; por eso es importante nombrar algo para darle existencia real. No se trata de querer ser única y especial, se trata de que la vida es como es y no como «debiera» ser. Por eso estoy de acuerdo con tu visión y me cuesta más que a ti mostrar empatía con según que opiniones. Todo el mundo tiene derecho a opinar pero, para mí, no todas las opiniones son respetables 🙏🏻

    1. Hola Jesús. Permíteme responderte en tres puntos.

      (1) El problema de estos argumentos es que no explican por qué señalar la identidad de género o la raza de entre todas las cosas que el dharma no pretende cultivar y sin embargo hacemos sin problemas y sin poner objeciones. ¿Por qué es más grave esta? No lo es, pero esto es nuevo. Así que creo que esto no es una cuestión de dharma sino de costumbre.

      (2) El budismo primigenio es un camino gradual: que algo al final deba soltarse no implica que deba soltarse ahora mismo; se trabaja con apegos graduales y desapegos graduales. Símil: para subir una escalera necesitas el apoyo del peldaño superior para abandonar el inferior. Si levantas ambos pies a la vez te pegas un tortazo.
      Igual con las dos realidades (convencional y última). La tradición theravada, por ejemplo, no las jerarquizó, entendiéndolas como dos modos de ver las cosas. Y en el mahayana, donde sí se jerarquizó más lo último frente a lo convencional, se hicieron muchos esfuerzos para evitar el extremo del nihilismo y que no se malinterpretara la doctrina de la vacuidad; pero no sé si esa parte ha calado en occidente. Y un budismo secular no tiene ningún motivo por el que privilegiar lo absoluto a lo relativo/convencional.
      Una sangha LGTB+ no necesariamente eleva lo convencional por encima de lo último, aunque lo pueda parecer, sino que las equilibra. De hecho las sanghas normales no están faltas de identidad o afinidad: suelen ser espacios heteronormativos, aunque no se den cuenta. Es como los blancos que aún piensan que no tienen raza, que son étnicamente neutros. Y en realidad esto es peor, porque no puede trascenderse aquello que no se ha reconocido primero.

      (3) En cuanto a qué tiene que ver con el dharma. Que la identidad (de cualquier tipo) sea condicionada y algo a lo que no aferrarse no implica una falta de cuidado. Las madres son fenómenos condicionados y fuentes de apego pero el objetivo del dharma no es desatenderlas si les ocurre algo. La práctica debería ayudarnos a empatizar más y tener más compasión, no menos. La sanghas para minorías no son un asunto de doctrina, sino de ayudar a todos los seres de las maneras que sean necesarias: es el concepto de upaya.

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