El problema de recuperar el budismo temprano

Lo que sigue es la versión en español de un ensayo que publiqué hace poco en Tricycle: The Buddhist Review, y que condensa muchas de mis reflexiones y perspectivas sobre el budismo de los últimos años. Como es un texto largo y algo denso, quizás sea más fácil de leer en formato PDF. Lo podéis descargar aquí. Tras cierto debate que generó el artículo, escribí una continuación en la web de la Secular Buddhist Network, que también traduje aquí. Espero que lo disfrutéis.

Hay la teoría que demuestra
que la vida es una apuesta
que ganamos al nacer

— De la canción “Tú mandas”,
de Pau Donés (Jarabe de Palo)

I

Un meditador contemporáneo abre El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. En el capítulo 15 de ese clásico repleto de sabiduría, el geógrafo pide al Principito que le describa su planeta. “Hay tres volcanes,” dice, “dos de ellos activos y el otro extinguido.” Y luego añade: “También tengo una flor.” El geógrafo informa al Principito de que no registran las flores, pues son efímeras. Desconcertado, el Principito pregunta qué quiere decir eso, sorprendido de que no registren precisamente lo más bello. “Significa,” responde el geógrafo, “que está amenazada de desaparición inminente.” El Principito queda desolado. Acaba de descubrir que su amada flor es efímera, amenazada de desaparición inminente, y él la ha dejado sola en su planeta, con sólo cuatro espinas para defenderse.

¿Qué debe hacer el Principito? ¿Debe dejar que esta vulnerabilidad de lo que ama y que acaba de descubrir se convierta en preocupación y cuidado? ¿O debe seguir a otro joven príncipe —Siddhartha Gautama— y cortar sus lazos con la flor, considerando que no se debe perseguir lo que está sujeto al nacimiento, al envejecimiento o a la desaparición inminente? Imagino que el meditador contemporáneo leería ese episodio con ternura y le parecería frío deducir que el Principito debe desvincularse de la flor. Sin embargo, eso es exactamente lo que enseña el budismo temprano. Si no, ¿por qué los textos antiguos harían que el Buda, en su lecho de muerte, criticara a su discípulo que llora, diciendo,

¡Basta, Ānanda! No te aflijas, no te lamentes. ¿Acaso no preparé para esto cuando expliqué que debíamos separarnos de todo lo que apreciamos y amamos?

(DN 16)

El meditador hipotético quizás diría que eso es una falsa dicotomía, que no aferrarse no significa que no te importe, que la ecuanimidad no es indiferencia, que uno debe permanecer atento y ecuánime hacia la flor pero puede seguir disfrutando de contemplarla, regarla, etc. No es que discrepe, personalmente; pero lo que no me convence es que esta actitud represente el budismo temprano. Son formas posteriores de budismo las que sostienen que se puede disfrutar sin apego, y no veo cómo te puede importar algo —sustituyamos a la flor por tu madre— y no sufrir por su naturaleza efímera. Sin embargo, para los discursos budistas primigenios la aflicción de Ānanda señala una insuficiente realización espiritual.

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