Sobre la obsesión con los orígenes

He estado y estoy enamorado del budismo temprano o primigenio, el de los orígenes. (Este blog lo atestigua de sobras.) Como todos los amores verdaderos, es un amor que reconoce la imperfección, cosas que desagradan y puntos de fricción, pero que sigue atendiendo con afecto, interés y cuidado. Podría decirse que este amor o afecto, este «movimiento hacia», se asemeja al deseo. Y así es. Es pegajoso, pero de un modo hábil en lugar de basado en el apego y el egocentrismo. Esta semejanza es un punto fascinante que hace un texto pali al discutir mettā (amor, bondad, afecto). Pero no es uno de los discursos más antiguos. Ni siquiera es el «Camino de la purificación» (Visuddhimagga) del filósofo theravada Buddhaghosa, el de la imagen. Es el comentario a ese texto. ¡El comentario! Blasfemo…

El estrato más antiguo de la literatura budista (los pimeros discursos o «suttas») presenta una enseñanza menos sistematizada. Esta es una de las razones por las que muchos budistas seculares prefieren los suttas: se prestan especialmente a una interpretación fresca. En cambio, obras posteriores como los libros del Abhidharma, manuales como el Visuddhimagga, o los comentarios a los suttas, se consideran estancadas y a menudo escolásticas. Se las ve como pertenecientes al theravada institucional, menos aptas para una lectura existencial y flexible del dharma. Sin embargo, en esas obras se condensan horas de reflexión y práctica, y manteniéndolas al margen de forma estricta nos perdemos contenido muy valioso.

A pesar de las apariencias, este artículo no va sobre la tradición de los comentarios. Va sobre identificar prejuicios, sobre cómo seguimos teniendo ortodoxias y listas informales de libros prohibidos en base a criterios cuestionables. La práctica del dharma, para mí, también es reconocer prejuicios, reconsiderarlos, y matizar mis posturas.

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El problema de recuperar el budismo temprano

Lo que sigue es la versión en español de un ensayo que publiqué hace poco en Tricycle: The Buddhist Review, y que condensa muchas de mis reflexiones y perspectivas sobre el budismo de los últimos años. Como es un texto largo y algo denso, quizás sea más fácil de leer en formato PDF. Lo podéis descargar aquí. Tras cierto debate que generó el artículo, escribí una continuación en la web de la Secular Buddhist Network, que también traduje aquí. Espero que lo disfrutéis.

Hay la teoría que demuestra
que la vida es una apuesta
que ganamos al nacer

— De la canción “Tú mandas”,
de Pau Donés (Jarabe de Palo)

I

Un meditador contemporáneo abre El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. En el capítulo 15 de ese clásico repleto de sabiduría, el geógrafo pide al Principito que le describa su planeta. “Hay tres volcanes,” dice, “dos de ellos activos y el otro extinguido.” Y luego añade: “También tengo una flor.” El geógrafo informa al Principito de que no registran las flores, pues son efímeras. Desconcertado, el Principito pregunta qué quiere decir eso, sorprendido de que no registren precisamente lo más bello. “Significa,” responde el geógrafo, “que está amenazada de desaparición inminente.” El Principito queda desolado. Acaba de descubrir que su amada flor es efímera, amenazada de desaparición inminente, y él la ha dejado sola en su planeta, con sólo cuatro espinas para defenderse.

¿Qué debe hacer el Principito? ¿Debe dejar que esta vulnerabilidad de lo que ama y que acaba de descubrir se convierta en preocupación y cuidado? ¿O debe seguir a otro joven príncipe —Siddhartha Gautama— y cortar sus lazos con la flor, considerando que no se debe perseguir lo que está sujeto al nacimiento, al envejecimiento o a la desaparición inminente? Imagino que el meditador contemporáneo leería ese episodio con ternura y le parecería frío deducir que el Principito debe desvincularse de la flor. Sin embargo, eso es exactamente lo que enseña el budismo temprano. Si no, ¿por qué los textos antiguos harían que el Buda, en su lecho de muerte, criticara a su discípulo que llora, diciendo,

¡Basta, Ānanda! No te aflijas, no te lamentes. ¿Acaso no preparé para esto cuando expliqué que debíamos separarnos de todo lo que apreciamos y amamos?

(DN 16)

El meditador hipotético quizás diría que eso es una falsa dicotomía, que no aferrarse no significa que no te importe, que la ecuanimidad no es indiferencia, que uno debe permanecer atento y ecuánime hacia la flor pero puede seguir disfrutando de contemplarla, regarla, etc. No es que discrepe, personalmente; pero lo que no me convence es que esta actitud represente el budismo temprano. Son formas posteriores de budismo las que sostienen que se puede disfrutar sin apego, y no veo cómo te puede importar algo —sustituyamos a la flor por tu madre— y no sufrir por su naturaleza efímera. Sin embargo, para los discursos budistas primigenios la aflicción de Ānanda señala una insuficiente realización espiritual.

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Taller: los orígenes del budismo

¿Te gustaría saber cómo se gestó el budismo? ¿O quién era la persona que hoy llamamos el Buda?

En este blog ha aparecido varias veces la importancia de la historia para el budismo y para quienes practicamos. Aquí traduje un artículo de Rita Gross sobre el tema, y aquí argumenté que el estudio académico del budismo no sólo no impide ni dificulta la práctica, sino que puede ser una forma de práctica en sí mismo.

Para empezar, la historia mira a la impermanencia. Y si el budismo enseña que todo surge debido a causas y condiciones, esto incluye al budismo mismo, que no se gestó en un vacío. Para decirlo en jerga budista: el dharma es un fenómeno originado dependientemente.

El 19 de diciembre tendré el placer y el desafío de impartir un taller online sobre la historia de los orígenes del budismo, orientado a practicantes.

Se dividirá en tres sesiones a lo largo del día. En la primera exploraremos el contexto religioso, filosófico y social que precedió al Buda y en que éste creció. Es decir, el marco en que nace el budismo. Como las ideas a las que el Buda estaba respondiendo dieron forma a su mensaje, conocerlas comprendemos mejor el budismo.

La segunda sesión se centrará en la persona del Buda histórico, que en realidad no sabemos cómo se llamaba. ¿Qué hay de verdad en la leyenda que todas conocemos del príncipe que nunca sale de su palacio? Veremos qué nos dejan entrever los textos de un Buda muy humano, de su vida y de su carácter.

Y por la tarde navegaremos por el curso que tomó el budismo tras la muerte de Buda: las enseñanzas se recopilaron; el budismo se expandió de norte a sur de la India, Asia central, y hasta en territorios griegos; y aparecieron las escuelas primigenias del budismo, dando lugar a sofisticadas doctrinas y debates, así como desarrollos que desembocarían en el mahayana.

Será un taller ameno, informativo, pero que también buscará la reflexión y los aspectos relevantes de la historia budista para meditadores como nosotros. La actividad la organiza Casa Virupa, que continuarán con más talleres sobre la historia del mahayana y el vajrayana. Sería un placer veros ahí 🙂

Encontraréis toda la información en este link. Y aprovechad para darle un vistazo también a la página de Eventos-Actividades, donde hay alguna novedad.


Gracias a los mecenas Yolanda Blanch, Iván, Kandam Ubach, Virupa, Carol, Miquel, Àngel y Glo por su apoyo continuado.

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9 libros sobre meditación y sabiduría budista antigua para este año

¡Aquí va una lista de recomendaciones para tu mesita de noche este año! Porque mantenernos inspirados es algo que hay que cultivar, y encuentro que leer es una gran forma de hacerlo. Además nos informa y abre perspectivas.

¡Por cierto! El nuevo libro de Stephen Batchelor, ‘The Art of Solitude’, sale a la venta el mes que viene. Quizás el más experimental de su carrera, Batchelor ha escrito este libro como un collage —como los collage con objetos encontrados que él realiza hace años— que, girando alrededor de la idea de la soledad como ingrediente central de la espiritualidad, alterna secciones sobre Buda, la ayahuasca o el peyote, arte pictórtico, o los ensayos de Montaigne. Mientras esperamos…

Pongo libros en castellano y también en inglés, porque no todo se traduce. Aunque, curiosamente, ¡varias de las sugerencias en castellano son grandes libros ingleses que me he alegrado mucho de ver traducidos! Espero que los disfrutéis. Una lista permanente de recomendaciones está aquí.

en castellano

Satipaṭṭhāna: Los orígenes del mindfulness.
y Meditación satipaṭṭhāna, una guía práctica. — Analayo

Dos obras cabales de este gran monje y académico, por fin traducidas al castellano. Son libros de cabecera para conocer a fondo la práctica del mindfulness desde el budismo. El primero fue originalmente la tesis doctoral de Analayo, mientras que el segundo tiene un enfoque más didáctico y práctico. Incluye la mayoría de información de su tesis, de forma más condensada y a mi juicio mejor, y viene con unos audios con Analayo guiando (él mismo en español) siete meditaciones.

En palabras del Buddha.

Un verdadero logro de la editorial Kairós, que toma la recopilación de discursos del canon pali que Bhikkhu Bodhi realizó hace años, organizados por temas, y retraducidos directo al español por Abraham Vélez de Cea, el experto en pali Aleix Ruiz Falqués, y Ricardo Guerrero Diánez. Gran libro de consulta para conocer de primera mano las enseñanzas del Buda histórico.

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¿Y si viéramos a Buda como un filósofo griego?

Este fin de año me ha pillado en Atenas, un lugar en el que seguramente es imposible no sentirse volviendo a un origen. Por intensas y cargadas de significado que fueran mis sensaciones en Lumbini y en las excavaciones de Kapilavastu, ciudad donde se crió el Buda en Nepal, no fueron sensaciones de cuna cultural. En cambio, caminar por el centro de Atenas, alzar la vista y ver el Acrópolis es como occidente dándole de bofetadas a mis pretensiones de budista.

Y aun así, mi mirada tampoco es la de cualquier otro occidental porque, cuando subiendo hacia el Acrópolis me encuentro una estatua de Menandro, donde los demás ven a un rey griego yo veo al interlocutor del monje budista Nagasena que aparece en el canon pali. Le tomé una foto:

Quizás una de las diferencias, me guste o no aceptarlo, es que mientras Atenas me dice «filosofía» y me sugiere a gente debatiendo y haciéndose preguntas, Lumbini me dice «religión» y me resuenan cantos y prostraciones; y no es que haya nada de malo en estas cosas en sí. Lo que el contraste me revela es algo que ahora va a sonar como si acabara de descubrir América: que el budismo es percibido como una religión, incluso por mí mismo. Al fin y al cabo, por budista secular que me etiquete, no dejo de vivir en un entorno del que absorbo percepciones. ¿Hasta qué punto debe de condicionarme esto a la hora de interpretar y poner en práctica las ideas del Buda?

Lo que me entristece es que la dicotomía religión-filosofía no hace justicia ni a la filosofía de la antigua Grecia ni al budismo primitivo. La realidad es que ambas cosas están mucho más cerca de lo que parece: para los griegos la filosofía era una forma de vida, una práctica, no una disciplina académica, abstracta y especulativa, y algunas escuelas hasta vivían en comunidad; el budismo primitivo se parecía mucho más a esto que a una religión. Los discursos del canon pali son situacionales y muestran al Buda haciendo su versión de la maiéutica, el método socrático, cuestionando a sus seguidores o respondiendo a quienes acuden a él con preguntas. A la vez, están vacíos de muchos de los elementos que para nosotros caracterizan a una religión.

Entre los cínicos que vivían sin hogar ni casi posesiones y los bhikkhus (monjes/mendigos) del budismo primitivo no hay tanta diferencia; entre el errante Gotama caminando por la India y conversando con mercaderes, reyes, ascetas o artesanos y los filósofos peripatéticos debatiendo en los patios del Liceo de Aristóteles, tampoco. En cierto sentido es extraño que se coloque al budismo al lado de las grandes religiones monoteístas, ya que desde el punto de vista de lo que era en origen tendría más lógica ponerlo junto a las escuelas filosóficas helenísticas.

Recuperando esta idea de la filosofía como práctica, hace unos años ha surgido el estoicismo moderno, un movimiento pequeño pero que ya cuenta con varias webs, libros, una Semana Estoica anual, una app… y dudo mucho que nadie vea a esta gente como remotamente religiosa. Me pregunto si para quienes tenemos interés en un dharma secular, de nuestro tiempo y cultura, no tendría más sentido reivindicar el diálogo del budismo con el estoicismo, por ejemplo, en lugar de con la alineación habitual de un encuentro interreligioso. ¿Qué cambiaría si nosotros mismos viéramos el budismo desde la perspectiva de una antigua escuela filosófica y al Buda como una figura equiparable no a Jesucristo sino a Epicuro o Sócrates, de quien fue contemporáneo? ¿No sería mejor puente entre ambas culturas?

uno debe vivir sin opiniones, sin inclinaciones hacia un lado u otro, firme en el rechazo de elegir, diciendo de cada cosa que no más ‘es’ que ‘no es’, o que ‘es’ y ‘no es’, o que ni ‘es’ ni ‘no es’
Timón, sobre el escepticismo de Pirrón de Elis

«¿El maestro Gotama opina que tras la muerte un Tathagata (persona liberada) existe?» «No.» «Entonces ¿opina que no existe?» «No.» «Entonces ¿opina que existe y no existe?» «No.» «Entonces ¿opina que ni existe ni no existe?» «No.»
Aggivacchagotta sutta, MN 72 (abreviado)

Es posible que los puentes ya existieran. He aludido a Las preguntas del rey Milinda (Menandro), y en otro post exploré que la imagen del Buda ¡¡se la debemos a los griegos!! Pirrón de Elis viajó a India con Alejandro Magno poco después de la vida del Buda y, como se puede ver en las dos citas de arriba, el escepticismo que fundó tiene muchos puntos de conexión con el budismo primitivo, o más en general con las tradiciones indias de entonces.

Hoy en día en los círculos del budismo secular ya hay un interés por estas escuelas. A Batchelor y Peacock les fascina el escepticismo de Pirrón a la luz de los poemas del Atthakavagga (incluí uno de esos poemas, muy ilustrativo, en el post anterior); se pueden encontrar artículos sobre budismo y estoicismo; y Massimo Pigliucci, uno de los impulsores del estoicismo moderno, ha manifestado su afinidad con el budismo secular. Luego hay otros nexos menos explícitos, como los programas de MBCT, donde el mindfulness viene del budismo y la terapia cognitiva tiene influencias estoicas.

Comparar todas estas tradiciones aquí sería imposible y, además, la reflexión principal de este post ya la he hecho; pero sí me gustaría señalar algunos puntos de conexión con el estoicismo porque es una tradición que he ido descubriendo y apreciando en el último año. El estoicismo cuenta con la enseñanza de estar en el presente y de practicar el autocontrol, algo muy presente en el budismo primigenio (saṃvara en pali) y muy a menudo como aliado de la plena consciencia.

Antonia Macaro escribe que el ‘vivir acorde con la naturaleza’ de los estoicos significa avenirse o adaptarse al principio racional que ordena el mundo. Y la palabra ‘dharma’ se refiere a lo mismo: es el orden de las cosas, el ‘cosmos’, la ley, así como la manera de comportarse de acuerdo a eso. La definición de ese principio es distinta en ambas tradiciones pero hay una gran similitud estructural y un punto de partida de reflexión que es común. Al final, la originación dependiente o surgir condicionado (paṭiccasamuppāda) es una ley natural, así como su concepto hermano del no-yo (anattā), y Sayadaw U Tejaniya para referirse a estas cosas usa la palabra ‘naturaleza’.

Los estudiosos suelen tener problemas al calificar la ética budista utilizando las categorías occidentales, pero a mi modo de ver la que mejor encaja es la ética de la virtud, la que se fundamenta en la formación de un carácter virtuoso. Ésta es propia de la filosofía helenística, y es muy claro leer el budismo desde este prisma. Además, la virtud más elevada es la sabiduría, y no hace falta argumentar el apoyo budista a esto ¿verdad?

Hace un par de meses leí el Enchiridion de Epicteto, el «Manual para la vida feliz». Aún tengo pendiente leerme el comentario de Pierre Hadot, que estoy seguro que no decepcionará. Algo que me pareció de una utilidad casi directa fue la distinción entre lo que realmente importa (la virtud) y los indiferentes (preferidos y dispreferidos). Los indeferentes son aquellas cosas que podemos preferir o no, y por lo tanto intentaremos perseguir unos y evitar otros, pero que en definitiva no nos impiden nuestra práctica de la virtud. Por ejemplo, puedo preferir tener riqueza o gustar a la gente, pero al final mi cultivo de la virtud no depende de eso.

Los cínicos eran de la opinión que estos indiferentes no eran indiferentes en absoluto, sino que distraían de lo que es realmente importante. Y estaremos de acuerdo en que a veces lo hacen, porque al fin y al cabo nuestro tiempo es limitado. El budismo se nos presenta a veces del lado de los cínicos, especialmente los enfoques con fuerte énfasis monástico. Pero si leemos el canon pali descubrimos que, a pesar del sabor renunciante que domina los textos, también hay tolerancia con las comodidades domésticas en cuanto a los laicos. En el Manual, Epicteto considera que ciertos indiferentes son preferibles sólo en tanto que facilitan el cultivo de la virtud —la salud o la educación son ejemplos claros— pero no más allá de eso. Me parece un criterio que puede ayudar a que un dharma secular no acabe siendo una forma de validar comodidades que consideramos no-negociables añadiéndoles el adjetivo mindful y que no nos damos ni la más remota cuenta de cuán excepcionales han sido en la historia e incluso hoy para mucha población del mundo. (Sabemos que el budismo secular corre este peligro «diluidor»).

Otra idea estoica fundamental es diferenciar entre aquello que está bajo nuestro control y aquello que no. Esto tiene que tenerse en cuenta en la persecución y evitación de los indiferentes. De esta manera, se practica aceptar tal como es aquello que no podemos cambiar, pero se trabaja para cambiar el resto. En esta idea el budismo puede aportar mucho, y también discutir un rato sobre hasta qué punto lo que los estoicos consideran bajo nuestro control lo está realmente o no. Pero al mismo tiempo el estoicismo puede equilibrar el inmovilismo que a veces el dharma parece promover, con ese énfasis suyo en la aceptación, que fácil—y erróneamente, creo yo—se lee como resignación. (Esta cuestión daría para un post entero…)

Tras leer el Manual de Epicteto y husmear por internet artículos y vídeos sobre estoicismo, clásico y moderno, me sentí devuelto a casa, de una forma muy somática, como ayer paseando entre runas atenienses, y sin que eso hubiera supuesto ningún alejamiento del budismo secular que practico. Puede que sea por lo común entre estas dos filosofías prácticas, y/o porque probablemente siempre haya leído el dharma de una manera sutilmente influída por la filosofía helenística que dio forma a mi cultura. Pero mi sensación no fue tanto que el estoicismo completara mi budismo, sino que reordenaba y clarificaba varias de sus ideas. De hecho estaría más de acuerdo con lo contrario: que el budismo es más elaborado y completa el estoicismo, como opina mi amigo Stefan.

Me gustaría terminar con unos cuantos ejemplos prácticos. Como muchas de sus escuelas hermanas, el estoicismo cuenta con ejercicios filosóficos o meditativos. Sugiere reflexionar por la mañana, en especial si tenemos tiempo y podemos ir a dar un paseo, y contemplar la propia mortalidad y la certeza de la vejez, un ejercicio digno de ‘lam rim’. Otra meditación, llamada el círculo de Hierocles, consiste en imaginarse en una ‘área de preocupación’ que se expande, y va incluyendo a familiares, amigos, vecinos, conciudadanos, animales, el mundo entero… ¿No recuerda a mettā y la compasión? Massimo Pigliucci cuenta que un elemento importante de su práctica cotidiana es el mindfulness ético. Él lo define así:

«en parte es intentar vivir hic et nunc (aquí y ahora), sin arrepentimientos acerca del pasado ni preocupaciones acerca del futuro (ni el uno ni el otro están bajo mi control). También significa recordarme que casi todo lo que hacemos tiene una dimensión ética, desde dónde compramos comida o ingresamos nuestro dinero a cómo tratamos a nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo e incluso gente desconocida.»

La idea del mindfulness ético me encanta. Técnicamente no es ninguna novedad: el mindfulness budista siempre ha tenido esta función y es sólo recientemente que ha pasado a un segundo plano, eclipsada por una obsesión en mudarse en el ahora que a veces parece que sea autojustificada, por su propia virtud. Y quizás en lugar de abogar por recuperar esta dimensión del mindfulness, que es lo más rigurosamente cierto, sería mejor articularlo en términos de aplicar esta práctica (cada vez más conocida) al terreno ético y de nuestras motivaciones. No es mal deseo para el 2018.

De momento yo seguiré unos días por Atenas, preguntándome de qué manera la filosofía de los griegos puede iluminar cómo presento el dharma, cómo lo entiendo y cómo lo practico. Que tengáis un buen inicio de año. 😊


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Repensar el dharma para un mundo secular

despues 2¡Ésta es la entrada número 100 del blog! Y para celebrarlo, os traigo una gran noticia: ya ha salido el último libro de Stephen Batchelor traducido al castellano: «Después del budismo.» Lo podéis encontrar en tiendas o comprarlo por internet a la editorial Kairós.

Además, se ha organizado una conferencia con Batchelor llamada «Repensar el dharma para un mundo secular«, que es el subtítulo del libro. Será el 16 de noviembre en Casa Asia de Barcelona: ¡apuntad la efeméride! Si no estáis en Barcelona no sufráis, porque Kairós colgará el vídeo de la charla en su página web, ¡oe! Bueno, ‘oe’ para mí no, que estaré de traductor y… a quién le gusta escuchar su propia voz.

En esta entrada quiero hacer una reseña de este libro que, para mí, es lo mejor que ha escrito Batchelor desde «Budismo sin creencias Las primeras páginas empiezan fuerte, y no sé si eso es bueno o malo, ya que puede parecer menos accesible de lo que es luego. Aunque el libro no es breve y su estilo es más académico que la mayoría de publicaciones de dharma comerciales, sus líneas rebosan pensamiento innovador y  relevancia para la práctica.

Una de las fortalezas de «Después del budismo» es que no aborda los contenidos únicamente de manera abstracta —que es una debilidad de intelectuales como Batchelor y puede dejar fríos a ciertos lectores—, sino que usa historias de personajes de carne y hueso para ejemplificar cómo se traducen a una vida humana encarnada. La forma como lo hace es alternando capítulos ‘conceptuales’, donde reflexiona sobre algún aspecto del dharma, con capítulos ‘narrativos’, en los que ofrece retratos de figuras cercanas al Buda: su primo Mahānāma, jefe de los sakyas; el rey Pasenadi de Kosala, de quien los sakyas eran vasallos; Sunakkhatta, que le denuncia en la asamblea de Vesali; su médico, Jīvaka; y su asistente (y también primo) Ānanda.

En esos capítulos ‘narrativos’ uno se siente inmerso en el mundo de Gotama, granularmente detallado, que se nos acerca y cobra realidad a través de su inestabilidad política, de la competencia entre diferentes recetas para la felicidad, de las personas tan llenas de conflictos internos como nosotros mismos. Esa alternancia de capítulos ‘conceptuales’ y ‘narrativos’ aporta ritmo y variedad a la lectura, y permite que las reflexiones más abstractas se asienten, respiren.

Pero ¿qué pretende el autor en este libro? Seguir leyendo «Repensar el dharma para un mundo secular»