Sobre la obsesión con los orígenes

He estado y estoy enamorado del budismo temprano o primigenio, el de los orígenes. (Este blog lo atestigua de sobras.) Como todos los amores verdaderos, es un amor que reconoce la imperfección, cosas que desagradan y puntos de fricción, pero que sigue atendiendo con afecto, interés y cuidado. Podría decirse que este amor o afecto, este «movimiento hacia», se asemeja al deseo. Y así es. Es pegajoso, pero de un modo hábil en lugar de basado en el apego y el egocentrismo. Esta semejanza es un punto fascinante que hace un texto pali al discutir mettā (amor, bondad, afecto). Pero no es uno de los discursos más antiguos. Ni siquiera es el «Camino de la purificación» (Visuddhimagga) del filósofo theravada Buddhaghosa, el de la imagen. Es el comentario a ese texto. ¡El comentario! Blasfemo…

El estrato más antiguo de la literatura budista (los pimeros discursos o «suttas») presenta una enseñanza menos sistematizada. Esta es una de las razones por las que muchos budistas seculares prefieren los suttas: se prestan especialmente a una interpretación fresca. En cambio, obras posteriores como los libros del Abhidharma, manuales como el Visuddhimagga, o los comentarios a los suttas, se consideran estancadas y a menudo escolásticas. Se las ve como pertenecientes al theravada institucional, menos aptas para una lectura existencial y flexible del dharma. Sin embargo, en esas obras se condensan horas de reflexión y práctica, y manteniéndolas al margen de forma estricta nos perdemos contenido muy valioso.

A pesar de las apariencias, este artículo no va sobre la tradición de los comentarios. Va sobre identificar prejuicios, sobre cómo seguimos teniendo ortodoxias y listas informales de libros prohibidos en base a criterios cuestionables. La práctica del dharma, para mí, también es reconocer prejuicios, reconsiderarlos, y matizar mis posturas.

Para que quede claro: es totalmente legítimo enfocarse sólo en los suttas. No tenemos que estudiar textos palis posteriores, que ciertamente divergen de los suttas. Pero, ¿es esa divergencia necesariamente mala? Y lo que es mucho más importante: ¿de dónde viene nuestro rechazo a leer esos textos posteriores? Porque no es que seamos fundamentalistas. No leemos sólo los primeros discursos, no somos para nada reacios a la idea de que alguien reflexione sobre el dharma. Entonces, ¿por qué esos ‘alguien’ pueden ser eruditos y maestros contemporáneos pero no antiguos?

Aunque a veces puede haber razones perfectamente válidas para descartar interpretaciones antiguas, también es conocido que existe un prejuicio, y esto es lo que me interesa tratar. He oído despreciar los comentarios a personas que muy probablemente nunca les han echado un ojo. Es un prejuicio heredado, una retórica del modernismo budista que alguna gente repite como un loro sin ningún conocimiento de primera mano.

El monje budista inglés Ñāṇavīra Thera veía los comentarios como un impedimento. En el prefacio de Notes on Dhamma (1960-1965), escribe que no haberlos leído significa «menos cosas que desaprender». Y luego Notes on Dhamma es básicamente su propio comentario… No es que crea que Ñāṇavīra se contradiga. Al fin y al cabo, está diciendo lo que muchos pensadores, incluido el Buda, han dicho: «esa gente dice tonterías, tú escúchame a mí». Pero, ¿qué razón a priori tenemos nosotras para aplaudir su comentario y despreciar el de Dhammapāla? Si Ñāṇavīra pensaba que los comentarios ‘obstruyen la sabiduría’ (paññānirodhiko), por utilizar lenguaje de los suttas, yo creo que perpetuar ese rechazo incrustado en el modernismo budista es un obstáculo aún mayor. Porque se relaciona de forma problemática con actitudes coloniales hacia el budismo, sobre quién tiene conocimientos valiosos que merezca la pena consultar y quién no. Eso sí es algo que desaprender.

Mi doctorado empezó con una extensa lectura del canon pali, acumulando más y más notas. Tratando de darles sentido, acudí a mi director de tesis cargado de preguntas, sólo para descubrir que, obviamente, yo no era el primero en tenerlas. Me dijo que lo que yo planteaba era exactamente el mismo tipo de preguntas sistemáticas que la tradición había planteado desde el principio —ya que, al igual que yo, estaban intentando comprender los suttas—. En lugar de pensar desde cero, me sugirió él, ¿por qué no consultar cómo habían respondido ellos a esas cuestiones? No tenía por qué estar de acuerdo con sus respuestas. Pero al ignorarlos, corría el riesgo de gastar miles de horas trabajando total para acabar descubriendo la sopa de ajo.

He llegado a apreciar la tradición pali posterior. Los textos pueden ser opacos y la gramática pali enrevesada, lo que en parte deleita a mi intelecto. Pero dejando eso de lado, he aprendido a acercarme a esa tradición como se escucha a una persona sabia y erudita en cualquier campo. El estudio es un trabajo de amor, amor por el tema y por la actividad en sí. Diluye la arrogancia y conduce a una humildad y un asombro más y más profundos. Mi experiencia es que el prejuicio que he mencionado va en otra dirección.

Puede que los comentarios no sean del todo de nuestro agrado, pero como argumenté en Tricycle, tampoco lo son los suttas. Abundan en actitudes de negación del mundo que muchas lectoras modernas querrán dejar de lado. Pero eso no nos impide leerlos y amarlos, ¿verdad? No propongo recuperar el theravada ortodoxo, pero sí consultar lo que esos autores tenían que decir sobre temas de los suttas que nos interesan.

Mettā es un gran ejemplo, porque mucho de lo que oímos y de cómo lo practicamos ya viene del comentarista Buddhaghosa. Otro ejemplo es el surgir dependiente (paṭiccasamuppāda). Algunos pensadores modernos, como Ñāṇavīra o Buddhadāsa, rechazaron la interpretación tradicional de que los doce vínculos del surgir dependiente comprenden tres vidas, considerando que en realidad suceden en cada momento. Esto no es sólo una idea fascinante, sino que es una idea que ya se encuentra en el segundo libro del Abhidharma y en su comentario.

Juzgar la tradición de los comentarios como sagrada o como pérdida de tiempo, así de forma generalizada, es un ejemplo de la tendencia absolutizadora de las opiniones reactivas que Buda criticó. Lejos de ofrecer una interpretación única y rígida del dharma, esa literatura muestra diversos puntos de vista y reflexiones. Lo que podríamos llamar «ortodoxia theravada» es más bien un subconjunto de ese material. Y aunque leer los suttas sólo a través del filtro de los comentarios puede ser empobrecedor, también lo es no hacerlo nunca.

Aquí hay una cuestión más general sobre la obsesión con los orígenes. Centrarse en el budismo temprano y en Gotama (el Buda histórico) es hermoso. Y llevado demasiado lejos, también puede ser una prisión. Cuanto más me centro en ese ser humano, más difícil me resulta cuando discrepo con él, y más propenso soy a manipular lo que dice para convertirlo en algo que pueda digerir mejor, resolviendo así mi disonancia cognitiva. Desde un punto de vista fundamentalista, ese enfoque exclusivo no es ningún problema. Pero para un enfoque que valora la (re)interpretación constructiva, necesita matices.

Sin quitarle los ojos a Gotama la persona, he encontrado ligereza en desplazar cierto peso hacia la tradición; no en el sentido de conservadurismo, sino de identificarme con una tradición de pensamiento y práctica, una comunidad repartida en el tiempo. Participo en esta comunidad desde el supuesto de que las doctrinas y las prácticas evolucionan, y de que todos estamos aquí para reflexionar en ellas. No problematizo que el theravada se desvíe de los suttas ni que me desvíe yo. Sigo alimentándome principalmente de esos primeros discursos, pero me permito especiarlos con Buddhaghosa o Dhammapāla cuando me apetece —y ya que estamos, poner de postre a Śāntideva, Ta Hui o Milarepa—. De hecho, incluso en los primeros discursos no todo es Gotama: me llaman bastante las enseñanzas asociadas a Mahākaccāna. En resumen, encuentro más espacio para bailar cuando me relaciono con un grupo de personas en lugar de con una sola, por mucho que ame a esa persona.

He estado y estoy enamorado del budismo temprano. No comparto esta reflexión para convencer a nadie de que lea los comentarios o el Visuddhimagga, sino sólo con el propósito de identificar un prejuicio. Porque los prejuicios penden del hilo de la aversión y la ignorancia, y es parte de nuestra práctica cortar ese hilo con las tijeras de la sabiduría y dejar que se estrellen contra el suelo. El resultado es más libertad, no más cosas que desaprender.

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