Cómo dejar de confrontarnos en 2020

Lo escribí en una hoja que había arrancado de mi ‘libreta de pensar’ y lo clavé en el corcho de mi habitación. Pone: ¿Y si las conversaciones no consistieran en argumentar, rebatir y convencer?

Este hábito replicón lo llevamos tatuado por la aguja de nuestra educación. Ya ni vemos la piel que hay debajo. No pongo en duda la maravilla del pensamiento crítico, sino la reactividad, la falta de conciencia con que disparamos patrones mentales y comunicativos. Escuchamos para encontrar falta, exageramos las posturas ajenas, buscamos ese ejemplo en que no se cumple lo que nos han dicho para así discrepar o invalidar.

Si piloto en el plano de los absolutos, cuando encuentre esos ejemplos descartaré el discurso del otro por completo. Si no es verdad 100%, lo es 0%, tiene lógica ¿no? Con ese descarte perderé la oportunidad de identificar ocasiones concretas de mi vida en que la afirmación del otro es aplicable, cosa que me permitiría crecer. Tiempo perdido en el planeta de lo práctico.

Atrofiar la capacidad para el matiz, los grises, el ‘caso por caso’, no hace más que alimentar las confrontaciones y las distancias, alejarnos de los puntos de encuentro, polarizar, crear opuestos exagerados y falsos. Ahoga la posibilidad de entendernos mutuamente —y de conocerse a uno mismo.

La imagen que vamos asumiendo de nuestra propia época es la de un mundo cada vez más crispado y dividido. Para algunos es un retroceso hacia la oscuridad, mientras que otros ven un triunfo de los valores de peso.

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Buda y la virtud del habla (II)

¿Qué sucede si tomamos la atención plena (mindfulness), la alejamos de la respiración y la llevamos a lo que decimos? ¿Podemos aplicar lo que hacemos cuando meditamos a nuestro proceso de hablar? Mantenernos presentes, no dejarnos cautivar por trenes de pensamiento conflictivos, observar el nacimiento de intenciones… ¿Cuánto valor tiene la meditación si se limita a experiencias mentales privadas y no se traduce en palabras? ¿Se puede meditar hablando? ¿Qué significaría?


En la primera parte de esta serie escribí: «A finales del año pasado, exploramos este tema con nuestro grupo de meditación y me gustaría compartir algo de eso en dos artículos. El segundo introducirá unas guías prácticas para cultivar la palabra apropiada; pero de momento introduzcamos la idea.» ¡Esto fue el 18 de abril de 2016…! Como fecha de caducidad para una promesa, un año es bastante, así que ahí voy. Pero empezaré resumiendo en un párrafo el contenido del primer artículo (aunque, evidentemente, es mejor que os lo leáis, qué voy a decir yo…).

Cuando el Buda hablaba de la «palabra inapropiada» se refería a cuando el contenido es falso (a sabiendas), mal intencionado, con ánimo de difamar, dividir y enemistar a gente, el tono es áspero, antipático, o se trata de cháchara infructífera. El problema con lo último es cuando desemboca en contar verdades ‘photoshopeadas’, exageraciones y cosas negativas de otros con el fin de ensalzarse a uno mismo, o simplemente divertirse, sin tener en cuenta el posible daño a terceros ni si los rumores en que uno participa son realmente ciertos. El reto es mantener las conversaciones sociales y ligeras ceñidas a lo cierto y a lo que es fructífero compartir. Sin embargo, el mismo Buda afirmaba que a veces hay que decir cosas desagradables en el momento oportuno: no se trata de callarse todo lo que pueda no gustar ni de aspirar a un estado en el que, mágicamente, nadie se ofenda jamás a lo que hemos dicho. Es imbuir nuestra comunicación de valores como la honestidad, el cuidado y la amistad.

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Los cinco ¿preceptos? laicos

En el post anterior, John Peacock hablaba del papel de la ética como fundamento del camino del dharma y prerequisito de la meditación. El «entrenamiento gradual», uno de los métodos usados por el Buda para exponer su enseñanza, empezaba en la generosidad y la virtud. Seguramente la enseñanza más asociada a los laicos, en especial en el budismo del sur, son los llamados cinco preceptos. Su formulación estándar es algo así:

  1. Abstenerse de matar/herir a seres vivos.
  2. Abstenerse de tomar aquello que no es dado.
  3. Abstenerse de una conducta sexual inapropiada.
  4. Abstenerse de mentir.
  5. Abstenerse del consumo de sustancias intoxicantes.


A primera vista son prescripciones de evitar ciertas actividades, reglas que regulan el comportamiento para el beneficio (se supone) de uno mismo y los demás. Muchos maestros contemporáneos nos advierten de que no los leamos como si fueran la versión budista de los 10 mandamientos, aunque entonces llamarlos ‘preceptos’ quizás no sea la mejor opción, como explicaré después. Pero ¿cuál es la diferencia? ¿Qué son entonces?

Más que normas a obedecer, los preceptos pueden verse como cinco guías que nos invitan a indagar en nuestras acciones e intenciones, a ver sus consecuencias en nosotros en términos de sensaciones, bienestar, hábitos y formación de un carácter, así como sus efectos en el mundo, en las relaciones interpersonales, su contribución al bienestar colectivo, etc. Son una herramienta para el autoconocimiento y para el desarrollo personal: a través de abstenerme voluntariamente de esto y aquello descubro cosas de mí mismo, me examino, trabajo con mi mente, y no de una manera intelectual sino vivencial. Así que los preceptos no son donde se termina, no son donde las decisiones, los dilemas morales o los debates terminan porque «el budismo tiene una lista que dice tal y cual»; más bien son donde se empieza, son un punto de partida para la auto-indagación ética.

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Buda y la virtud del habla (I)

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La palabra apropiada, más habitualmente traducida por palabra o habla correcta, es el tercer elemento del camino óctuple. Abstenerse de mentir también es uno de los cinco preceptos laicos. No hay duda de que la manera en como nos comunicamos es un aspecto crucial de nuestras vidas de animales sociales. ¿Podemos volvernos más conscientes de cómo hablamos? ¿O darnos cuenta de patrones tóxicos en nuestra forma de comunicarnos con otros? ¿Podemos cultivar una forma de hablar que busque el entendimiento en lugar de la confrontación, la armonía en lugar de la división, el bienestar en lugar del malestar?

A finales del año pasado, exploramos este tema con nuestro grupo de meditación y me gustaría compartir algo de eso en dos artículos. El segundo introducirá unas guías prácticas para cultivar la palabra apropiada; pero de momento introduzcamos la idea.

¿Y qué es, monjes, la palabra correcta? Abstenerse de mentir, abstenerse de hablar maliciosamente, abstenerse de palabras ásperas y abstenerse de charla frívola. Esto se llama palabra correcta.

Mahāsatipaṭṭhāna sutta, DN 22

Practicar la virtud en nuestras palabras, según el Buda, pasa por evitar que su contenido sea falso, difamatorio o infructífero, que su intención sea malevolente y que las formas sean inapropiadas. Lo primero es lo más obvio y se refiere a mentir a sabiendas, instándonos a cultivar la honestidad. La mentira y el engaño son desaconsejables, ya que pueden conducir a sacar conclusiones y tomar decisiones basándonos en información falsa. La última categoría, por contra, es la que provoca más sorpresas: el cotilleo. ¿Cuál es el problema de estar de cháchara, de hablar sin mucho motivo? No podemos hablar siempre de cosas trascendentes, nos convertiríamos en unos muermos… En el libro ‘The Spirit of the Buddha’, Martine Batchelor se pregunta: “¿pueden nuestras charlas triviales ser apropiadas, ajustadas a los hechos, conectadas con lo bueno, tal y como el Buda nos aconseja hacer? ¿Pueden animarnos? ¿Pueden ser ligeras y alegres?”

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5 formas de usar las redes sociales con atención plena

El tercer elemento del camino óctuple es la palabra apropiada o correcta. Tal como explica el Buda (MN41), el que practica la palabra correcta se abstiene de cuatro cosas: mentir, engañar a alguien para beneficio propio o de otro; hablar maliciosamente, calumniar, criticando a otros para sentirse superior uno mismo, o para dividir y enemistar a otros entre sí; de palabras ásperas y abusivas; y de charlas frívolas, en parte porque fácilmente deriva en una de los otros tipos de habla, y en parte por guardar energías para decir aquello que sea realmente necesario, inspirador y provechoso.

En definitiva, se trata de una invitación a reflexionar sobre cómo nos comunicamos con los demás (qué decimos, cómo lo decimos y cuándo), y a indagar en las motivaciones que yacen debajo. (Podéis ver un ejemplo de esto en el canon pali aquí.)

Aunque en el tiempo de Buda sólo se podía hacer referencia a la comunicación verbal, hoy en día no podemos sino incluir internet: nuestras publicaciones de facebook y twitter, nuestras intervenciones en foros, blogs, nuestro email, etc. Lori Deschene inició la cuenta de twitter @tinybuddha, que proporciona una cita diaria, y el blog multi-autor tinybuddha.com. En un artículo comenta lo siguiente:

En un tiempo en que las conexiones parecen mercancía y las interacciones en línea pueden volverse ocasionalmente inauténticas, la atención plena [mindfulness] no es sólo una cuestión de fomentar una conciencia intensificada, sino de relacionarnos con otros y con nosotros mismos de manera significativa, relevante.

Con este objetivo en mente, Lori propone unas sugerencias para usar las redes sociales de forma más consciente. He seleccionado 5 y aquí van.

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