
He estado y estoy enamorado del budismo temprano o primigenio, el de los orígenes. (Este blog lo atestigua de sobras.) Como todos los amores verdaderos, es un amor que reconoce la imperfección, cosas que desagradan y puntos de fricción, pero que sigue atendiendo con afecto, interés y cuidado. Podría decirse que este amor o afecto, este «movimiento hacia», se asemeja al deseo. Y así es. Es pegajoso, pero de un modo hábil en lugar de basado en el apego y el egocentrismo. Esta semejanza es un punto fascinante que hace un texto pali al discutir mettā (amor, bondad, afecto). Pero no es uno de los discursos más antiguos. Ni siquiera es el «Camino de la purificación» (Visuddhimagga) del filósofo theravada Buddhaghosa, el de la imagen. Es el comentario a ese texto. ¡El comentario! Blasfemo…
El estrato más antiguo de la literatura budista (los pimeros discursos o «suttas») presenta una enseñanza menos sistematizada. Esta es una de las razones por las que muchos budistas seculares prefieren los suttas: se prestan especialmente a una interpretación fresca. En cambio, obras posteriores como los libros del Abhidharma, manuales como el Visuddhimagga, o los comentarios a los suttas, se consideran estancadas y a menudo escolásticas. Se las ve como pertenecientes al theravada institucional, menos aptas para una lectura existencial y flexible del dharma. Sin embargo, en esas obras se condensan horas de reflexión y práctica, y manteniéndolas al margen de forma estricta nos perdemos contenido muy valioso.
A pesar de las apariencias, este artículo no va sobre la tradición de los comentarios. Va sobre identificar prejuicios, sobre cómo seguimos teniendo ortodoxias y listas informales de libros prohibidos en base a criterios cuestionables. La práctica del dharma, para mí, también es reconocer prejuicios, reconsiderarlos, y matizar mis posturas.
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