A quien lleve tiempo siguiendo este blog quizás le sorprenda que, a día de hoy, creo que la mejor forma de entender el budismo secular no es en contraste con el concepto de religioso. La gente asocia la religión al ritual, la ceremonia, la institución, y para mí la ausencia de estos elementos es lo menos importante del budismo secular.
Sé que decir esto es mala publicidad, ya que muchas personas (en su día, yo incluído) se acercan a esta forma de budismo precisamente porque buscan un dharma sin postraciones y sin recitar cosas en tibetano, pali o japonés. Pero también hay quien, aun albergando esta aversión a las formalidades, no tienen problema con hacer una reverencia en su clase de artes marciales o decir «namaste» en yoga.
A día de hoy, considero que un dharma laico y contemporáneo puede contener rituales o inventarse unos nuevos. Al fin y al cabo, la ceremonia va de formas, e incluso una clase de mindfulness las tiene: el sentarse en círculo, empezar con silencio, resumir en dos o tres palabras cómo se siente cada participante… Así que veo los rituales como una variable que puede o bien estar o bien no estar, según las predilecciones de cada persona y grupo. Para mí, no es lo que define que un budismo sea secular.
Según Martin Hägglund, lo más distintivo de la fe religiosa es el hecho de privilegiar algo que no es de este mundo, y por consiguiente rebajar de alguna forma la preocupación con este mundo. Es la confianza útlima en algo que, a diferencia de este mundo, no sea perecedero, no sea incierto, no sea imperfecto. Vamos: que no pueda fallarnos.
Hägglund contrasta esto con el concepto de fe secular, que es una «fe» en esta vida, un compromiso profundo con este mundo transitorio, frágil, imperfecto, que puede y va a fallarnos. Otro ejemplo de fe secular es la creencia de que esta vida merece ser vivida. Es una creencia. No es algo que pueda demostrarse ni científica ni lógicamente. Es, por así decirlo, un acto de fe. Esta «fe» motiva, anima y dirige nuestra existencia, nuestra conducta, nuestros valores, nuestras prioridades.
Alguien podría decir que no estoy siendo coherente: he empezado diciendo que la mejor forma de entender el budismo secular no es en contraste con lo religioso y, acto seguido, he dibujado un gran contraste entre la fe religiosa y la secular. Cierto. La cuestión es que, poniendo a un lado los nombres de estas fes, no es tan sencillo atribuirlas sólo a la religión y a lo no-religioso.
Por un lado, la mayoría de religiones combinan la fe religiosa y la fe secular. Aunque ciertas enseñanzas y textos devalúen esta vida en pro de una posterior, o en pro de una realidad trascendente, superior, no obstante sus seguidores pueden sentirse movidos, debido a esa fe, a acciones humanitarias, a mejorar el mundo que tenemos aquí y ahora.
Por otro lado, hace un tiempo leí un ‘paper‘ que argumentaba que la aspiración de subir nuestra consciencia a un ordenador, a la nube, no es más que otro ejemplo de querer dejar atrás nuestros cuerpos frágiles y temporales, es decir, de renegar de nuestra existencia terrenal. En muchos sentidos es una pulsión religiosa, y sin embargo pertenece al campo de la ciencia y la tecnología.
Las categorías simplifican demasiado. En realidad, encontramos flores religiosas en campos seculares y flores seculares en el campo de la religión. Seguramente todas nos encontramos en un punto distinto en esos espectros entre lo mundano y lo trascendente, u oscilemos según el área de nuestra vida.
Me ha salido compartir estas reflexiones porque este domingo 28 a las 17h de España voy a ofrecer un taller online para Espai Sati, precisamente sobre este tema de ¿Qué es el budismo secular? Y estaba pensando que aparte de ofrecer una respuesta concisa a esta pregunta, sería más interesante investigar a nivel personal la complejidad de dónde se encuentra cada participante.
Las personas contenemos contradicciones, por lo menos aparentes: por ejemplo, ganas de innovar y respeto por la tradición. Mi perspectiva en este tema también ha cambiado. Mi querido mentor Stephen Batchelor, en su insistencia de volver a los orígenes (insistencia heredada del «modernismo budista«), está reproduciendo algo muy típico de la religión: necesitar validar sus ideas proyectándolas a una figura fundadora, valorar algo antiguo (aunque sea reimaginado) por encima de la innovación. Pero ¿por qué no concebir que pertenecemos a una larga tradición de pensamiento y práctica que evoluciona y es distinta de sus orígenes, en lugar de presentar las cosas en plan «esto es lo que Buda realmente enseñó en su día»?
No sé lo mucho que hablaré de estas cosas en el taller del día 28, si las elaboraré o tocaré otros puntos, pero me apeteció pensar un poco en voz alta en este blog, que para eso está —aunque lo tenga tan olvidado. Hay mucho más que «pienso sobre el budismo secular», para remitir al título de este post. Sentíos libres de comentar y preguntar cosas y quizás haga otro artículo.
Mi intención en el taller es, por encima de todo, hacer reflexionar a las participantes sobre sus propias actitudes y su relación con la práctica, con la tradición budista, con los textos, con la figura del Buda, ya sea histórica o casi ‘literaria’, etc. No para llegar a una conclusión en el breve periodo de dos horas, sino para enriquecer nuestro autoconocimiento.