Por qué el budismo importa

¿Por qué un blog que se autodenomina budista secular, que tiene voluntad de adaptar las enseñanzas, que muestra una actitud más bien reformista, se empeña en seguir volviendo a los orígenes del budismo? ¿Hace falta fundamentar las cosas en los textos de la antiguedad? Eso suena a apego. ¿Por qué no soltar completamente la etiqueta?

Me hago estas reflexiones a menudo—sí, a menudo, así de enfermo estoy. Y este artículo es sólo una respuesta de las muchas posibles. Son cuestiones complejas porque tienen que ver con historias personales, como la mía. Mi actitud iconoclasta convive con un amor y curiosidad por la historia del dharma en sus múltiples facetas. Parte de mi educación budista ha sucedido en entornos tradicionales en Asia y eso me ha moldeado tanto como mi cercanía con Stephen Batchelor y otras influencias. Y a pesar de la tendencia secular, valoro lo que muchos prefieren llamar espiritualidad en lugar de religiosidad, pero que viene a ser lo mismo; y es que doctorarse en un departamento de ‘Religious Studies’ pone en perspectiva estas etiquetas y nuestros prejuicios.

Quiero girar la cabeza hacia el futuro teniendo ojos en la nuca, porque no aprender del pasado sería estúpido (y no aceptar que lo hago sería arrogante). Muchos movimientos de cambio se dejan condicionar demasiado por la aversión, rechazan de forma reactiva, como una rebeldía adolescente. Aunque no podemos evitar esto por completo, sí podemos ser más maduros.

Me gusta describir mi relación con la tradición budista como bidireccional. Quiero promover una actitud que permita crítica respetuosa en ambos sentidos. Esto importa para adaptar el dharma al mundo contemporáneo, ya que si sólo somos críticos con la tradición sin dejar que la tradición desafíe nuestras formas de pensar y vivir, limitaremos su poder de transformarnos. ¿Qué nos mostrará lo que hay en nuestro ángulo muerto?

Asimismo, si no soy crítico con la tradición tampoco le hago ningún favor: ni contribuyo a su relevancia y supervivencia, ni estoy respetando su propio compromiso con la verdad y la liberación. Ni sólo una cosa ni sólo la otra. La bidireccionalidad es más fructífera y estimulante.

Hace unos años conversé con Ted Meissner en su podcast, a raíz de un artículo que escribí donde criticaba esconder los orígenes budistas del mindfulness contemporáneo. Yo defendía que las formaciones para enseñar mindfulness, especialmente los posgrados universitarios, deberían incluir un mínimo de contexto histórico: cómo se pasó del vipassanā al MBSR, en qué se diferencian, influencias de varias tradiciones budistas, cuatro nociones de psicología budista que aun hoy subyacen el mindfulness, etc. No mucho, pero algo!

En un pragmatismo muy americano, Ted discrepaba: no hace falta saber quién es Einstein para entender la teoría de la relatividad, la teoría es la misma sea quien sea que la haya descubierto. Sin embargo, los descubrimientos no surgen de la nada y el contexto puede importar.

Quizá soy algo romántico: valoro cierto grado de saber por saber, el puro placer de la curiosidad. Pero lo que en ese momento no supe defender muy bien es que saber más de lo que parece estrictamente necesario trae beneficios. Para empezar, nuestro juicio de qué es ‘estrictamente necesario’ puede ser erróneo. Y en segundo lugar, el conocimiento abre puertas mientras que la falta de conocimiento las cierra. El conocimiento posibilita, ¿qué inconveniente tiene esto? Mientras que cuando no sabes, tampoco sabes qué te estás perdiendo.

No hace falta llevar esto al extremo y decir que tendríamos que aprender de todo. En el contexto que nos ocupa me gustaría señalar dos beneficios concretos. Uno se refiere a fomentar la evolución del mindfulness contemporáneo; el otro, a tomar conciencia de dimensiones sociales de esta práctica. He seleccionado estos dos porque creo que son cosas que interesan al mindfulness en sí (o deberían).

Ted y yo repetimos más de una vez que el mindfulness es muy joven. Precisamente por eso no tiene sentido concebirlo como un proyecto cerrado y terminado, que ya no necesite cambiar. Para mí, lo coherente con eso es facilitar herramientas que estimulen la creatividad y fomenten innovación en el mindfulness; y una de esas herramientas es conocer lo que otras tradiciones, quizás del pasado, han pensado de esta práctica y qué han hecho con ella.

Esto ya sucede. Hay creatividad en el mundo del mindfulness. Se ha ido más allá de los programas de MBSR y MBCT. El mejor ejemplo es el curso «Mindfulness Frame by Frame» desarrolado por Mark Williams, basado en ‘descubrimientos psicológicos recientes que ofrecen nuevos conocimientos sobre cómo funciona nuestra atención y cómo generamos preferencias y predicciones’.

Sin embargo, al seguir leyendo, la descripción nos cuenta que nuestra reacción a los estímulos está ‘coloreada por lo que se denomina «tonalidad [feeling tone]», es decir, la «lectura» momento a momento de si cualquier contacto con la mente o el cuerpo resulta agradable, desagradable, o ninguna de las dos cosas’. ¿A alguien le suena? Esto parece sacado de un manual de psicología budista: ¡están hablando de vedanā!

Si Mark Williams ha sido capaz de diseñar este curso, en parte esto es precisamente gracias a su conocimiento del budismo. ¿Qué mejor argumento para defender que se enseñe un mínimo de budismo en las formaciones académicas de mindfulness? No puede sino enriquecer.

El segundo beneficio que propongo tiene un carácter más político, por decirlo de algún modo, pero también personal. Me contendré porque daría para un post entero o varios. Para mí, es importante porque va en la línea de seguir aprendiendo a ser más respetuosos, en línea con la aspiración de aliviar el sufrimiento que tanto el budismo como el mindfulness comparten.

La incómoda verdad es que si tenemos acceso a muchas tradiciones budistas es gracias a la colonización de países asiáticos y la misión evangelizadora que la acompañaba. No podemos cambiar este pasado. Lo que sí podemos es percatarnos de las dimensiones problemáticas de ese proceso para no perpetuarlas, porque impactan vidas.

El estudio académico del budismo, así como mucho budismo moderno incluído el secular, ha usado la dañina retórica de que en Asia se practica un budismo degenerado, que no ha comprendido sus propias enseñanzas; pero «no sufráis, ahora venimos nosotros a esclarecer la confusión y a contaros de qué va el tema».

No digo que no pueda señalarse que, al evolucionar, en ocasiones el budismo ha contradecido sus ideas anteriores, ni que no podamos preferir aspectos del dharma que las tradiciones han perdido de vista, ni que no sea legítimo adaptar el dharma a nuestras sensibilidades. El problema es la retórica de mejor y peor, de nosotros comprendemos y vosotros no, de vuestro budismo es cultural y el nuestro es neutro, de nosotros tenemos el dharma verdadero. Si quisiera ser pedante, llamaría a esto «arrogancia epistémica».

Funie Hsu escribe sobre esto en el panorama estadounidense. En especial, habla de mindfulness en las escuelas y cómo los alumnos de familias budistas tradicionales internalizan el mensaje de que mientras algo sea asiático hay muchas sospechas al respecto y no se toma en serio, pero si se tunea y la gente ya no piensa que viene de Asia, entonces es muy cool. (Recomiendo este podcast con Funie Hsu.)

Volvamos al curso de Mark Williams. La frase que dije que parecía sacada de un manual budista viene predecida de un ‘nuevos descubrimientos revelan que’, lo cual me chirría. Sin embargo, luego dice que ‘Las tradiciones antiguas consideraban la tonalidad un elemento fundamental de cada momento de la experiencia, y un aspecto importante de la práctica del mindfulness’. Aunque sigue evitando mencionar al budismo, por lo menos hay un cierto reconocimiento.

Sin ese reconocimiento, la omisión del budismo sumada al uso de la retórica científica podrían perpetuar la idea de que esa tradición de conocimiento, de que el mindfulness se está sirviendo, en realidad no cuenta; no hasta que llegamos nosotros y lo validamos a través de ‘nuestras’ disciplinas. Esa es la peculiar relación con una fuente de saber que la decolonización del conocimiento pretende mostrar y desmantelar: el «te utilizo pero te desautorizo». Mantener una mirada en el budismo contrarresta posibles desequilibrios en ese área.

Aunque no intento desautorizar el conocimiento científico, quiero apuntar a modo de ejemplo que la ‘tonalidad’ no es una realidad que te encuentres abriendo el cerebro: es un concepto que empleamos para identificar elementos de nuestra experiencia. La psicología moderna no ha descubierto la tonalidad más que la descubrieron generaciones anteriores de budistas, usando la misma observación cuidadosa de la conducta y mente humanas. En el espíritu bidireccional que describía, los estudios científicos son una fantástica adición al debate, no la última palabra.

Los motivos por los cuales se elimina el budismo del mindfulness contemporáneo son varios y complejos, pero hay que aclarar que no todo el mundo lo hace. Quienes no lo esconden tienen la humildad de admitir que estamos aprendiendo de una tradición psicológica que no es la nuestra, que no es ni medianamente moderna, pero que aun así tiene cosas que enseñarnos. Esa humildad es una virtud y una fortaleza. A pesar de mi amor por el dharma, no siempre la he tenido o la consigo mantener, pero puedo decir que cuando lo hago suelo salir más sabio.


Gracias a los mecenas Yolanda Blanch, Virupa, Miquel, Àngel y Glo por su apoyo continuado.

Si te gustan los artículos de este blog, considera mostrar tu apoyo y generosidad haciéndote mecenas en Patreon o con un donativo puntual. Estarás ayudando a mantener esta web viva (¡y sin publicidad!) y me estarás ayudando a mí a seguir escribiendo. Lee más aquí.

Para estar al día de publicaciones, dale a Seguir en el menú de la derecha. ¡Muchas gracias! 🙂

3 comentarios en “Por qué el budismo importa

    1. Gracias por comentar, Carla. ¿Podrías elaborar un poco cuál es tu argumento? Los programas de mindfulness secular han marcado una ruptura y ellos son los primeros en afirmarlo. ¿A qué te refieres con esa continuidad?

Deja un comentario