Estos no son tiempos de incertidumbre. Esto es la vida.

¿Y si todas estas crisis supuestamente ‘de nuestra época’ fueran, en realidad, de lo más habitual? En 2016, leí un artículo que veía probable la presidencia de Donald Trump, cuando ni yo ni nadie de mi entorno parecía tomarse en serio esa posibilidad. Su autor, Tobias Stone, tomaba una gran angular y desde ella argumentaba que hay patrones que se van repitiendo en la historia de la humanidad a intérvalos regulares: unas veces son catástrofes naturales, hambrunas o epidemias (el artículo abre con una imagen de la peste negra del siglo XIV) y otras son acciones humanas, como las guerras.

La idea principal de ese artículo es que estos eventos son la norma, históricamente, y no la excepción. Nada de lo que estamos viviendo es excepcional. La única diferencia —la diferencia de siempre— es que nos ha tocado a nosotros. Pero tomemos perspectiva, miremos atrás a nuestra cronología: rara es la generación a la que no le toca vivir nada por el estilo.

Estos no son tiempos de incertidumbre. El único tiempo de incertidumbre se llama vida; no hay más candidatos. A lo mejor no percibíamos a décadas anteriores de esta forma, pero esta es precisamente la cuestión, que la naturaleza cambiante e impredecible de las cosas es… eso, ¡cambiante e impredecible! Y esta realización no es otra que el punto de partida del budismo.

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El budismo tiene fama de insistir en que la vida es transitoria, efímera, incierta; en que la impermanencia es la ‘marca de la casa’ de la experiencia humana. Siempre. La vida no es más incierta e impredecible cuando hay una pandemia y menos incierta e impredecible cuando no la hay. Esto no es lo que ‘incierta’ e ‘impredecible’ significan: no depende de si en este momento está pasando algo trágico o no, sino de que siempre puede pasar. Es un potencial que está ahí, subyacente.

Impermanencia es la traducción más extendida del término anicca (en pali, pronunciado anicha) o anitya (en sánscrito). Es una buena traducción porque ambas palabras son negaciones: im-permanencia, a-nicca/a-nitya. Entonces, si consideramos lo que la palabra niega desplegaremos más connotaciones que añaden riqueza a este concepto.

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El sufrimiento y el no-yo

El primer post del año era algo largo y en ocasiones técnico, así que he pensado que el segundo sea algo más breve, directo y accesible. En el siguiente vídeo, de unos 6 minutos de duración, el académico y maestro zen David Loy habla de la relación entre dukkha (ese término amplio que significa sufrimiento pero también incluye insatisfacción y tensión) y anatta: no-yo. Éstas son dos de lo que se conoce en el budismo como las tres características de la existencia. Espero que lo encontréis interesante y, si queréis, podéis leer la entrevista que le hice hace cosa de un año, y que se publicó aquí bajo el título de «Desmontando el budismo – Una conversación con David Loy«. David tiene unos cuantos libros traducidos al español y podéis encontrar algunos en la sección de Lecturas recomendadas.

Recordad que tenéis que activar los subtítulos en la configuración del vídeo (la ruedecita que aparece abajo a la derecha). ¡Que lo disfrutéis!

Mi budismo, hoy, en seis palabras.

Hay dos enseñanzas del budismo que son para mí fundamentales en mi comprensión y vivencia del dharma a día de hoy. Veo el camino espiritual como una continuación de mi crecimiento como persona, como esa educación emocional que paró (demasiado) pronto para dar lugar a la intelectual, como lo que en entornos universitarios se llama ‘formación continuada’. Es un trabajo de mejora constante, con elementos de consuelo ante el terror existencial y también elementos de autocrítica constructiva y reto constante. El modelo que expondré en este artículo me nutre, me hace reflexionar, me ayuda a aplicarme cada día y me inspira a seguir intentándolo cada vez que, como buen bípedo, fracaso.

Debo el contenido de este post especialmente al estilo de enseñanzas de Sayadaw U Tejaniya (1), que ve la meditación como el cultivo de las buenas cualidades mentales, cuyo objetivo es la comprensión más que la tranquilidad. Dado este objetivo, pone énfasis en observar la mente e investigar, con interés, el proceso de nuestra experiencia. Las dos enseñanzas siguientes me resultan muy útiles y son las que me unen el marco conceptual con la práctica de la meditación y con la ética, o comportamiento en la vida cotidiana. Son: las tres características de la existencia y los tres fuegos (que en el mahayana pasaron a llamarse los tres venenos). Seis elementos en total, que me permiten recordar el dharma con sólo seis palabras.

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El sexto sentido (budista)

Una idea budista que me interesó desde el principio es la de los seis sentidos. ¿Cuál es el sexto? La mente. Los textos hablan de seis posibles objetos: imágenes, sonidos, olores, sensaciones táctiles, sabores y pensamientos. Sea lo mismo que el cerebro o no, la mente se define como aquello que puede “conocer” y “pensar”, o que tiene la capacidad de captar pensamientos, así como los ojos o la visión captan imágenes. El concepto me puso del revés; pero tras el breve desconcierto inicial enseguida le vi la lógica.

Si bien es cierto que solemos entender el pensar como una actividad que realizamos, más equiparable a mover los dedos que a percibir un aroma, ¿cuántas veces los pensamientos parecen (por lo menos subjetivamente)  aterrar simplemente en nostros? Esto es especialmente cierto de la inspiración, que los griegos confiaban a las musas y tantos autores euroopeos han atribuído a Dios durante siglos. Cualquier lector que, como yo, se dedique a la creación artística, reconocerá fácilmente ese fenómeno de una idea “apareciendo” o “llegando”, habitualmente seguido de una maratón hacia el papel, el ordenador, la tela o el instrumento musical.


También los pensamientos incesantes y automáticos, el famoso y muchas veces atormentante “bla bla interno”, no se percibe como algo que hacemos, sino algo que nos sucede. Parece como si hubiera dos tipos de pensar: el voluntario y el involuntario. (Hablo a nivel subjetivo, no he estudiado ese capítulo del Abhidhamma, pero quiero tratar percepciones.)

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