Integrar el dharma significa vivirlo en y a través de los momentos históricos que te tocan. Por muy idónea que parezca para la práctica, esa plataforma flotante y aislada donde Goku luchaba no existe. Sólo tenemos nuestro mundo de hoy para meditar y debemos digerir las lecciones que nos emplata. Es nuestro maestro.
Cuando vives desde el extranjero momentos significativos de tu tierra, te sientes interpelado y distante al mismo tiempo. Hace un par de días, una chica suiza me preguntó por la situación en Cataluña. Y dado que ella no sabía nada del tema y a mí no me hacía mucha ilusión tratarlo, le presenté un resumen.
¿Cuánto hace que dura esto? preguntó ella. Hice un zoom out, vi la evolución de los últimos diez años, y me pregunté con temor a qué podría desembocar todo esto. Sentir que estamos por encima de barbaridades del pasado no garantiza nada, ya que todas las épocas se han sentido así y la historia se repite de todas formas. ¿Qué guerra mundial tenía que acabar con todas las guerras? La primera.

No presagio nada. Soy un estudioso de la religión, y tengo tanto de analista político como de nadador olímpico. Pero la historia y la espiritualidad son ejes distintos que, contrapuestos, tienen conversaciones reveladoras. La historia se ocupa de lo horizontal, aquello que se extiende en el tiempo. La espiritualidad se ocupa de lo vertical, los temas atemporales de la humanidad.
Desde esta segunda perspectiva, las circunstancias históricas de un fenómeno nunca son verdaderamente nuevas, aunque sean técnicamente irrepetibles: como tantas películas, son variaciones del mismo puñado de tramas básicas.
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