Por qué el budismo importa

¿Por qué un blog que se autodenomina budista secular, que tiene voluntad de adaptar las enseñanzas, que muestra una actitud más bien reformista, se empeña en seguir volviendo a los orígenes del budismo? ¿Hace falta fundamentar las cosas en los textos de la antiguedad? Eso suena a apego. ¿Por qué no soltar completamente la etiqueta?

Me hago estas reflexiones a menudo—sí, a menudo, así de enfermo estoy. Y este artículo es sólo una respuesta de las muchas posibles. Son cuestiones complejas porque tienen que ver con historias personales, como la mía. Mi actitud iconoclasta convive con un amor y curiosidad por la historia del dharma en sus múltiples facetas. Parte de mi educación budista ha sucedido en entornos tradicionales en Asia y eso me ha moldeado tanto como mi cercanía con Stephen Batchelor y otras influencias. Y a pesar de la tendencia secular, valoro lo que muchos prefieren llamar espiritualidad en lugar de religiosidad, pero que viene a ser lo mismo; y es que doctorarse en un departamento de ‘Religious Studies’ pone en perspectiva estas etiquetas y nuestros prejuicios.

Quiero girar la cabeza hacia el futuro teniendo ojos en la nuca, porque no aprender del pasado sería estúpido (y no aceptar que lo hago sería arrogante). Muchos movimientos de cambio se dejan condicionar demasiado por la aversión, rechazan de forma reactiva, como una rebeldía adolescente. Aunque no podemos evitar esto por completo, sí podemos ser más maduros.

Me gusta describir mi relación con la tradición budista como bidireccional. Quiero promover una actitud que permita crítica respetuosa en ambos sentidos. Esto importa para adaptar el dharma al mundo contemporáneo, ya que si sólo somos críticos con la tradición sin dejar que la tradición desafíe nuestras formas de pensar y vivir, limitaremos su poder de transformarnos. ¿Qué nos mostrará lo que hay en nuestro ángulo muerto?

Asimismo, si no soy crítico con la tradición tampoco le hago ningún favor: ni contribuyo a su relevancia y supervivencia, ni estoy respetando su propio compromiso con la verdad y la liberación. Ni sólo una cosa ni sólo la otra. La bidireccionalidad es más fructífera y estimulante.

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La contradicción fundamental del budismo moderno

Mi artículo para la revista Tricycle (invierno de 2021), que salió el pasado mes de noviembre y que traduje para el blog, generó cierto debate en algunos foros y en mi bandeja de entrada. Esto me alegró, ya que buscaba generar reflexión. Pero alguna gente me (mal)interpretó como un defensor del budismo tradicional, que no es el caso.

Mi artículo era descriptivo, no normativo: describí una contradicción dentro de lo que llamé ‘budismo neo-temprano’, pero me abstuve deliberadamente de decir cómo debería resolverse esa contradicción, como por ejemplo recuperando perspectivas tradicionales. Así que un tiempo después quise ofrecer la contrapartida normativa a ese artículo y reflexionar sobre cómo responder a la contradicción que había señalado. La publiqué en la Secular Buddhist Network. Aquí está la traducción al español.

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Una contradicción en el budismo neo-temprano

El quid de mi argumento era que la doctrina de que “Aquello que es Condicionado e Impermanente es Dukkha” (a partir de ahora, ACID) es necesariamente renunciante, en el sentido de negación del mundo, y que por lo tanto es incompatible con una perspectiva que afirme la vida. Dado que el budismo neo-temprano sostiene ambas cosas, es incoherente. Esta contradicción del budismo neo-temprano se esconde bien porque tenemos la costumbre de reinterpretar lo que significa dukkha (dolor, sufrimiento), de manera que ACID parece un hecho cuando en realidad es un juicio o una elección de énfasis —uno que tiene mucho sentido en una perspectiva de negación del mundo, pero no en una de afirmación de la vida—.

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El problema de recuperar el budismo temprano

Lo que sigue es la versión en español de un ensayo que publiqué hace poco en Tricycle: The Buddhist Review, y que condensa muchas de mis reflexiones y perspectivas sobre el budismo de los últimos años. Como es un texto largo y algo denso, quizás sea más fácil de leer en formato PDF. Lo podéis descargar aquí. Tras cierto debate que generó el artículo, escribí una continuación en la web de la Secular Buddhist Network, que también traduje aquí. Espero que lo disfrutéis.

Hay la teoría que demuestra
que la vida es una apuesta
que ganamos al nacer

— De la canción “Tú mandas”,
de Pau Donés (Jarabe de Palo)

I

Un meditador contemporáneo abre El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. En el capítulo 15 de ese clásico repleto de sabiduría, el geógrafo pide al Principito que le describa su planeta. “Hay tres volcanes,” dice, “dos de ellos activos y el otro extinguido.” Y luego añade: “También tengo una flor.” El geógrafo informa al Principito de que no registran las flores, pues son efímeras. Desconcertado, el Principito pregunta qué quiere decir eso, sorprendido de que no registren precisamente lo más bello. “Significa,” responde el geógrafo, “que está amenazada de desaparición inminente.” El Principito queda desolado. Acaba de descubrir que su amada flor es efímera, amenazada de desaparición inminente, y él la ha dejado sola en su planeta, con sólo cuatro espinas para defenderse.

¿Qué debe hacer el Principito? ¿Debe dejar que esta vulnerabilidad de lo que ama y que acaba de descubrir se convierta en preocupación y cuidado? ¿O debe seguir a otro joven príncipe —Siddhartha Gautama— y cortar sus lazos con la flor, considerando que no se debe perseguir lo que está sujeto al nacimiento, al envejecimiento o a la desaparición inminente? Imagino que el meditador contemporáneo leería ese episodio con ternura y le parecería frío deducir que el Principito debe desvincularse de la flor. Sin embargo, eso es exactamente lo que enseña el budismo temprano. Si no, ¿por qué los textos antiguos harían que el Buda, en su lecho de muerte, criticara a su discípulo que llora, diciendo,

¡Basta, Ānanda! No te aflijas, no te lamentes. ¿Acaso no preparé para esto cuando expliqué que debíamos separarnos de todo lo que apreciamos y amamos?

(DN 16)

El meditador hipotético quizás diría que eso es una falsa dicotomía, que no aferrarse no significa que no te importe, que la ecuanimidad no es indiferencia, que uno debe permanecer atento y ecuánime hacia la flor pero puede seguir disfrutando de contemplarla, regarla, etc. No es que discrepe, personalmente; pero lo que no me convence es que esta actitud represente el budismo temprano. Son formas posteriores de budismo las que sostienen que se puede disfrutar sin apego, y no veo cómo te puede importar algo —sustituyamos a la flor por tu madre— y no sufrir por su naturaleza efímera. Sin embargo, para los discursos budistas primigenios la aflicción de Ānanda señala una insuficiente realización espiritual.

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5 lecturas (¿budistas?) diferentes

¡Feliz año a todos y todas! Cada vez más me gusta empezar el año con gratitud y generosidad, cualidades fundamentales para cualquier persona que medite. La gratitud contrarresta nuestro sesgo atencional negativo, es decir, la tendencia a fijarnos más en lo negativo; y la generosidad se opone a la codicia y el apego, ya que es un movimiento de soltar, de dejar ir.

Así que, aunque llego tarde para navidad (y justísimo para reyes), os ofrezco cinco recomendaciones de libros. Esta vez he pensado en lecturas un poco distintas de otras veces, conectadas con el dharma de forma oblicua, indirecta. Espero que os gusten —y aprovecho para desearos un buen inicio de año 🙂

1. Esta vida: fe secular y libertad espiritual, Martin Hägglund

Cuando leí que estaba en camino la traducción española de este libro, di saltos de alegría. Para mí, hubo un antes y un después de leerlo, y en 2019 sentí que era el libro que más me había hecho pensar en años. Si no queréis esperar a mayo, que es cuando lo publicará Capitán Swing, por suerte podéis leer la introducción traducida en dos posts para Medium: parte 1 y parte 2.

Partiendo de que lo secular tiene que ver con una vida mundana (finita, imperfecta y vulnerable) y lo religioso con una vida celestial (eterna, perfecta, invulnerable), Hägglund argumenta contraintuitivamente que la segunda, más allá de si existe o no, no es deseable. Para Hägglund, si las cosas (las personas y los proyectos) importan y nos sentimos llamados a cuidar de ellas, esto se debe en parte a que su existencia es frágil y el tiempo limitado: hay algo en juego. Muchas tradiciones religiosas y espirituales se nutren de la tendencia humana a querer trascender estas características de la vida, pero según Hägglund esto eliminaría lo que anima el cuidado, lo hace que la vida valga la pena. Al no haber nada en juego, no sería necesario preocuparse por nada ni nadie, y uno podría procrastinar lo importante hasta el infinito.

Hägglund define la fe secular de dos maneras: (1) como la creencia de que la vida merece ser vivida, lo cual es un acto de fe, puesto que no puede comprobarse científicamente ni racionalmente; y (2) como la devoción a una vida que terminará, a proyectos que pueden fallar y desmoronarse —en contraste con la devoción a un algo eterno y que no puede fallar(nos).

A pesar de que hubo secciones enteras donde creía estar leyendo una interpretación brillante de la doctrina budista de las tres características de la existencia, Hägglund parece conocer muy poco el budismo. De hecho, cuando le escribí en twitter, este paralelismo le sorprendió e interesó mucho, y en el libro sólo hace referencia un par de veces al académico Steven Collins para hablar del nirvana. Sin embargo, su propuesta encaja muy bien con un dharma secular y yo diría que hasta lo enriquece, una afinidad que no ha pasado desapercibida.

Cuando hace un par de años este libro sacudió el mundo intelectual, enseguida captó el interés de pensadores budistas seculares como Stephen Batchelor y Winton Higgins, inspirando el artículo ‘Embracing Extinction’ del primero y estos dos vídeos del segundo. Es una obra larga, y me perdí un poco en la segunda parte, donde Hägglund transforma los conceptos filosóficos de la primera en ideas sociales y políticas, y ahí ya me falla el vocabulario. Pero no me cansaré de recomendar este libro: es un verdadero acto de filosofar, profundo, emotivo y bien escrito.

2. El manifiesto de los cuidados, The Care Collective

Como si continuara la segunda parte del libro anterior, ‘El manifiesto de los cuidados’ (también disponible en catalán como ‘El manifest de les cures’) es un volumen muy fino que propone una política basada en el concepto de los cuidados, articulando una sociedad donde todo (la estructura de familia, la economía, la gestión del espacio público…) gira alrededor de cuidar y ser cuidado.

No soy muy dado a estas lecturas, y como dije antes me pierdo un poco por falta de conocimiento, pero me gustó mucho este libro. Siguiendo el formato del manifiesto y con una voluntad de divulgar, está escrito en un estilo directo (aunque todavía un poco formal) y no se entretiene con detalles técnicos. Pero quien quiera profundizar en alguno de los temas tiene unas notas a pie de página y una bibliografía repletas de referencias y estudios.

Si Hägglund hacía por lo menos un par de menciones del budismo, no sabemos ni si The Care Collective ha oído a hablar de él. Y esto no obstante, muchas de sus propuestas parecen aplicaciones directas de principios dhármicos a cómo organizar nuestra sociedad. La simpatía es fuerte. De hecho, cuesta creer que no han tenido influencias budistas cuando el subtítulo del libro es ‘La política de la interdependencia’!! Esta es una lectura perfecta para cualquier meditador activista o interesado en política; pero también cualquier practicante que quiera leer algo diferente y, aun así, en sintonía con el dharma.

3. Resistencia desde la cocina: el recetario vegano de Casa Virupa

Este centro de retiros ha publicado un libro de recetas veganas que es, a la vez, un libro de dharma. Con una edición cuidadísima y unas fotos que te hacen la boca agua, Casa Virupa predica con el ejemplo al aplicar los principios del amor y la sabiduría a algo tan cotidiano como el comer. ¿Cómo puedo aplicar las enseñanzas a mi día a día?, pregunta a menudo la gente. Pues aquí hay un ejemplo.

El libro intercala recetas con explicaciones cortas de conceptos básicos de la alimentación vegana y la filosofía budista, además de contener una entrevista con el maestro residente de Casa Virupa. Su libro, dicen, es «una declaración de obviedades y un compromiso con la vida, con lo de siempre. Es también una carta de amor al hedonismo, una defensa del placer de hablar de comida mientras se come. Una reivindicación de las sobremesas eternas y de querernos sibaritas en el estómago y en nuestros valores.»

Y hablando de manifiestos, también incluye uno que podéis leer aquí.

4. Biografía del silencio, Pablo d’Ors

La otra cara del activismo es la contemplación, el silencio y la soledad reconstitutiva. Así respira este conocido libro del sacerdote Pablo d’Ors. Con un título muy acertado, ‘Biografía del silencio’ se lee como un dietario meditativo sin orden ni temario, que reflexiona alrededor de la experiencia de la calma y la sencillez. Gracias a su minimalismo ideológico, a sus capítulos breves, y a un estilo literario austero pero cálido, resulta una lectura muy ligera.

Esta ligereza no va reñida con la profundidad, sino más bien al contrario. Y es que, aunque uno podría leerse el libro casi del tirón, parece que Pablo d’Ors te invite a leer unas pocas páginas, cerrar el libro y apoyarte en el respaldo a pensar mirando al techo. La afinidad con el dharma aquí es aún más evidente que en las primeras dos recomendaciones, pero a diferencia del recetario de Casa Virupa, permanece implícita. Al fin y al cabo, Pablo d’Ors es cristiano; pero habla de esa experiencia casi universal que es el recogimiento y la contemplación.

5. La desaparición de los rituales, Byung-Chul Han

En uno de sus libros más recientes, este popular filósofo coreano asentado en Alemania propone que hoy vivimos un exceso de comunicación pero sin comunidad, y que los rituales son una forma de comunidad sin comunicación, una manera de crear sentido colectivamente, usando el pensamiento simbólico en lugar del discursivo. Para alguien como yo, y seguramente muchas budistas contemporáneas (con o sin la etiqueta de ‘seculares’), interesarse por una crítica a la ausencia de rituales es contraintuitivo, pero yo lo recomiendo como elemento positivamente desestabilizador.

Para Han no es casualidad que la dimensión ritual haya ido desapareciendo de nuestras vidas a la par que subía el culto a la individualidad. Esto es un movimiento secularizador en el que el espacio público (es decir, interpersonal) queda limpio de religiosidad, y ésta se relega al espacio privado en el interior de cada uno —y ya de paso se ‘rebrandea’ como espiritualidad, que suena mucho mejor. Sin embargo, esto puede desembocar en un narcisismo que boicotea la transformación que tanto se busca, debido al énfasis cada vez más enfermizo en mirarse el ombligo de la propia psique. No hay más que ir a una librería para comprobar los niveles de esta locura. Contra eso, el ritual puede ser un querido alivio, o incluso un elemento contracultural, ya que, como dice Han, son gestos vaciados de psicología y vaciados de ‘yo’.

Mientras tanto, el individualismo forma parte de una cosmovisión que eleva la productividad y el consumo por encima de todo, ambas cosas en que los rituales no pueden participar, ya que no producen nada y no son un bien a consumir o mercantilizar. Los rituales son al tiempo lo que las cosas son al espacio: lo pueblan, lo hacen habitable, le dan coherencia y estabilidad.

Si habéis seguido un poco su obra, es probable que a partir de cierto momento tengáis la sensación de que Han está aprovechando el tema de los rituales para vomitar sus ideas y críticas de siempre. A mí no es algo que me molestara. Si el discurso de Han os es familiar, en el peor de los casos os saltaréis algunos capítulos o los leeréis por encima; y si no, no sentiréis que el autor presupone que ya conocéis su obra y no os faltarán piezas del puzzle.

Entre las muchas reflexiones que este libro me despertó, conectó con ideas que he conocido gracias al estudio académico de la religión, ya que por temperamento no creo que me hubiera interesado por el fenómeno ritual. Entre otras cosas, el ritual suele entenderse como un aspecto lúdico y estético de las tradiciones y se identifica con el origen del concepto de juego, el descubrimiento de que el acto de pretender, la performance, configura una realidad.

Este es otro de los libros que más me ha estimulado en los últimos años a nivel existencial y me ha dejado con curiosidad para replantear y reimaginar la dimensión ritual en mi proyecto, a fuego muy lento, de seguir actualizando el dharma secular en su constante diálogo con la tradición.


Gracias a los mecenas Yolanda Blanch, Virupa, Miquel, Àngel y Glo por su apoyo continuado.

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Todo lo que (no sé si) querías saber sobre cómo se construyó el budismo moderno

Andaba yo todo emocionado con la idea de compartir en un post las ideas principales de un libro que terminé hace poco y que me ha parecido espectacular. Debería ser una obra indispensable en la estantería (o la nube) de cualquier persona interesada en el budismo secular o en la reforma y adaptación del dharma a la modernidad. De hecho, a lo Dupont y Dupond, yo aún diría más: es relevante para cualquier practicante de dharma de hoy.

Y cuál es mi sorpresa cuando, yendo ayer de tiendas haciendo de rey mago, ¡me encuentro que Kairós acaba de publicarlo en castellano! Así que el post se ha precipitado y va a convertirse en mi recomendación de libro para estas fiestas.

«The Making of Buddhist Modernism» de David L. McMahan es una descripción muy bien documentada de cómo se configuró el budismo moderno a partir de un complejo entramado de influencias culturales que emerge de la dinámica relación entre occidente y oriente.

Es un libro divulgativo, de historia y no de doctrina: no esperes iluminarte con él. Sin embargo, sí arrojará luz sobre argumentos budistas que habrás oído y leído mil veces. Su tesis principal tiene dos elementos: (1) que la mayoría de lo que llamamos budismo tradicional ya es un budismo reformado resultado de las interacciones Este-Oeste, y (2) que esta reforma se proyectó al pasado, extendiendo la percepción de que el budismo siempre ha sido así.

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¿Es el mindfulness el budismo del siglo XXI? Una conversación con Ted Meissner.

Recientemente fui entrevistado por Ted Meissner en el podcast de la Secular Buddhist Association (EUA), de la que Ted es director ejecutivo. Ted fue de las primeras personas en mostrar interés por la existencia de este blog, y cuando no llevaba mucho tiempo de vida ya me entrevistó para uno de sus podcasts. Siempre es un placer, y un gran honor, hablar con él. Pero lo que tuvimos no fue realmente una entrevista, fue una conversación agradable y muy estimulante. En todo caso, nos entrevistamos mutuamente.

Primero hablamos de mi tesis de máster sobre la entrada en la corriente (sotāpatti), el primero de los cuatro niveles de despertar según el budismo primitivo, y de mi artículo The Facebook Sutta. Por una de esas magias de internet, este artículo se compartió bastante ¡y se re-publicó en Eastern Horizon, la revista de la Young Buddhist Association of Malaysia! La vida es friki…

ted_1Pero la mayor parte de nuestra charla tocó un tema candente en la evolución del dharma en la sociedad contemporánea: ¡el mindfulness! Estuvimos hablando de su relación con el budismo, tradicional y secular, y de cómo se está diferenciando de éstos, así como de las reacciones que estas modificaciones tan significativas generan en la budosfera más tradicional.

Ted es una persona fantástica con quien tener esta conversación, ya que también es instructor de MBSR. Podéis escuchar el podcast entero aquí. A continuación ofrezco una versión editada de la parte central de nuestra conversación. ¡Espero que os guste y que visitéis el fantástico podcast de Ted! Seguir leyendo «¿Es el mindfulness el budismo del siglo XXI? Una conversación con Ted Meissner.»

El absurdo de esconder los orígenes budistas del mindfulness

No voy a argumentar que el mindfulness sea budista; pero sí que hasta la consideración menos buddhist-friendly debería reconocer que proviene del budismo. Tampoco estoy diciendo que los cursos de MBSR/MBCT tengan que presentarse de esta forma. Creo que silenciar las resonancias budistas del mindfulness es absurdo porque no se necesita rascar mucho la corteza del cibermundo hasta encontrar las conexiones.

Es cierto que amortiguar esas resonancias es parte natural del proceso de emancipación del mindfulness. No obstante, tras ese ‘absurdo natural’ a veces se esconde una ideología inconsciente que, llevada a ciertos límites, cae en un absurdo bastante más ridículo. Por suerte, creo que lo que voy a describir sólo es aplicable a unas pocas ofertas de cursos o formaciones en mindfulness.

Aunque el mindfulness ya ande solo, no pienso que tenga suficiente historia propia como para no necesitar hacer referencia al budismo. Además, más allá de sus cursos habituales, no sé cuánto tiene que ofrecer por sí solito sin recurrir de facto al budismo o acoplarse a una terapia ya existente. Comparativamente, el mindfulness aún no tiene pelos en los sobacos, y está bien tocar de pies en el suelo y no olvidarlo.

Pero a parte del problema de la profundización, mi alarma son todas las formaciones que están surgiendo con el boom de esta moda y de su profesionalización, incluyendo, con especial énfasis, las formaciones universitarias en mindfulness. Las personas acreditadas por estos programas cada vez más numerosos tienen que poder ser capaces, sin pretender que todo el mundo sea aquí una experta, de responder las preguntas del alumno más curioso: ¿En qué se diferencia esto del vipassana? ¿De dónde sale la palabra ‘mindfulness’? ¿Cómo surgió este movimiento?

Hagamos un experimento mental. Seguir leyendo «El absurdo de esconder los orígenes budistas del mindfulness»

El poder de ser radical y vulnerable: entrevista a Lama Rod Owens

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Su perfil sorprende: joven, perteneciente a las comunidades afroamericana y LGBT+, reconocido por la tradición kagyu tras el retiro de tres años, activista social. Habla de aquellos temas que nos incomodan, sin tapujos, sin vulgaridad pero sin intentar ser «correcto». Su web dice que trabaja por mostrarse tan vulnerable como le sea posible. Aquí tenéis, condensada pero con poquísima edición, la conversación de una hora que tuvimos por Zoom.

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Abusos y armas: ya es hora de otro despertar

En el último siglo, buena parte de nuestra sociedad ha ido abandonando el catolicismo. Y lo ha hecho no porque en él no haya bondad ni sabiduría, sino por cosas como su resistencia ante conocimientos científicos y cambios sociales, la violencia perpetrada en su nombre, su estructura tejida de privilegios, abusos, corrupción… De hecho, estas consideraciones probablemente hayan ocultado a nuestros ojos la bondad y sabiduría que existe en ese camino. Pero esta ceguera del exiliado religioso es normal: avanzamos como reacción a lo que dejamos atrás y, por lo tanto, la visión que pintamos de ese pasado raramente es completa e imparcial.

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Más sorprendente es otra ceguera, aunque en el fondo igual de comprensible. De manera inversamente proporcional al olvido de la religión autóctona, ha habido un acercamiento a otros caminos, muchos de ellos extranjeros, como es el caso del budismo. El hueco de inquietud existencial pide llenarse, y parece que también lo pide la tendencia (¿necesidad?) a tener una visión del objeto espiritual inmaculada, romántica, infalible. Al inicio del párrafo dije comprensible porque, para aspirar a algo, tienes que tenerlo en alta consideración; si no, no lo persigues. Pero cuando esa tradición foránea empieza a conocerse mejor y los dos mundos dialogan más y más, afloran datos que manchan esa visión. Y aquello que veíamos en la tradición heredada, y que era motivo para rechazarla, ahora no lo vemos en la nueva tradición elegida. Entonces esos datos se obvian, se tapan, se ignoran… hasta que hay demasiada mierda acumulada bajo la alfombra y es inevitable tropezar. Esto es lo que ha sucedido en los últimos meses, en dos flancos que ponen a prueba nuestra madurez espiritual: el estallido de los abusos en el budismo tibetano y la crueldad del estado birmano contra los rohingya, la minoría musulmana del país.

El exotismo es llamativo y sirve como buen reclamo para muchos al inicio. Pero con el tiempo las idealizaciones deberían dar paso a una perspectiva más equilibrada y realista. ¿Cuán probable es que todo un continente haya dado justo en el clavo y el nuestro lo haya perdido totalmente de vista? ¿Y cuán probable es que una institución inmensa se haya librado de cometer represión, dogmatismo y fechoría alguna? Creerlo es pensar, inadvertidamente, o bien que esos conflictos son un accidente en la superficie de nuestra naturaleza y nosotros hemos sido especialmente flojos, o bien que están arraigados en la condición humana y ellos son inusualmente campeones —lo que, como la propia frase indica, sería inusual. ¿Por qué tendría que ser automáticamente más sabio, espiritual y bondadoso un pastor del Tíbet que uno del Tirol? ¿Cuánto tiempo ha pasado la gente que tiene percepciones así idealizadas conviviendo con esa gente, en su propio entorno? Es más, ¿es respetuosa esa imagen simplificada, caricaturesca  y mercantilizada de una cultura?

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El mindfulness está cambiando el budismo

Me he apuntado a un curso de mindfulness de 8 semanas. Concretamente, de MBCT (mindfulness-based cognitive therapy). Lo he hecho desde mi curiosidad por el diálogo entre el budismo y la modernidad. A ver qué tal. Por cierto, otro signo de este diálogo es que mi madre ahora colorea mandalas (aquí una muestra).

Apuntarme a este curso me ha recordado que he visto que, últimamente, hay maestros y centros budistas que empiezan a ofertar actividades de mindfulness o a presentar sus enseñanzas en esos términos. En parte, seguramente, para atraer al público, y no de forma meramente interesada, sino como parte natural de ese diálogo. Sin embargo, a mí me parece que esta influencia del mindfulness en el budismo va más allá de un simple rebranding, de con qué palabras las escuelas budistas ofrecen su contenido: está afectando al contenido mismo.

El pasado diciembre, participé en la jornada que organiza cada año la Coordinadora Catalana d’Entitats Budistes. Esa edición tenía como título «Presente y futuro del budismo en occidente” y uno de los temas centrales de la mesa redonda en la que yo participaba eran las (presuntas) descontextualizaciones del dharma. Como podéis imaginar, el mindfulness fue el gran protagonista. Uno de mis co-conferenciantes se mostró apasionadamente molesto con el movimiento del mindfulness. Mi postura es la de verlo como un caballo de Troya y como algo generalmente positivo para la sociedad, sin dejar de prestarle una atención crítica. (Veremos si mi opinión cambia tras completar el curso de MBCT.) Y también creo que, dada la realidad actual, el budismo tiene que dejar de tratar al mindfulness como algo de su propiedad, del mismo modo que el cristianismo, por ejemplo, no debería considerarse a sí mismo como el guardián definitivo del amor al prójimo.

Pero, dejando a un lado mi opinión del tema, lo que me chocó de ese rechazo receloso y protector del mindfulness es que viniera de alguien perteneciente al budismo tibetano, precisamente una tradición que no se ha caracterizado por cultivar esta práctica. No digo que en él no se trabaje la atención al presente como cualidad, sino que tradicionalmente no ha puesto énfasis en ella de forma directa. De hecho, el Satipaṭṭhāna Sutta, el discurso sobre las aplicaciones de la atención plena en que se basa el vipassana moderno (origen el mindfulness), jamás se tradujo al tibetano. Por mucho que esa tradición insista en que su canon contiene todas las enseñanzas budistas al completo, eso no es más que propaganda —una propaganda de la que, sin duda, los tibetanos están convencidos.

Yendo un paso más allá, y ahora entro en un terreno delicado, históricamente el budismo tibetano no se caracterizó por practicar lo que hoy en día entendemos como «meditación.» Me refiero a la práctica de contemplar la experiencia subjetiva al desnudo y en silencio, ya sea a través de un ancla como la respiración o con atención abierta. Usaré la palabra “meditación” en ese sentido durante el resto del artículo, aunque soy consciente de que la definición es humana y arbitraria, y que ejercicios como la visualización de mandalas o las recitaciones podrían considerarse una forma de meditación. Lo clarifico para que nos entendamos.

Ya puedo anticipar objeciones de los lectores. La primera sobre el dzogchen o el mahamudra, las prácticas propiamente tibetanas más parecidas al vipassana; la segunda, que muchas habréis asistido a cursos de budismo tibetano donde se habla de shiné (ཞི་གནས་, correspondiente a samatha) y lhagtong (ལྷག་མཐོང་, correspondiente a vipassana). Mi argumento no es que tales prácticas no existan en esa tradición —existen, como muestran las obras indias de Asanga y Kamalashila que utiliza— sino que:

  1. tradicionalmente no constituían lo más distintivo y extendido del budismo tibetano, que eran ejercicios devocionales y tántricos, a modo de generalización; y
  2. que el papel que se les da hoy día ya es una adaptación a las necesidades, intereses y proyecciones del converso occidental.

Como me explicaba Yeshe Rabgye hace unos años, los currículums para monjes jóvenes no incluían meditación, y son varias las veces que he oído de practicantes serios del budismo tibetano formándose en Asia que «los tibetanos no meditan.” Esa fue también mi sensación al pasar temporadas en comunidades de tibetanos en el exilio, obviamente con sus excepciones. Si alguien se ha sentido ofendido o cree que pretendo dejar mal a esa tradición, quiero clarificar que mi perspectiva es puramente histórica y que en ningún momento estoy emitiendo juicios de valor. Y para romper una lanza a favor de mi intención no-partidista voy a decir que nada de esto es exclusivo del budismo tibetano: exactamente lo mismo puede aplicarse al theravada.

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Ledi Sayadaw, uno de los padres del vipassana

Me explico. Los linajes de meditación han existido siempre, pero a lo largo de la historia han representado la excepción más que la norma. Dejando a un lado las prácticas laicas, por lo general limitadas a la acumulación de méritos, incluso entre los monjes aquellos que meditaban eran una minoría. El vipassana fue un movimiento de reforma que surgió en el siglo XIX principalmente en Myanmar (entonces Birmania) motivado por cuestiones más bien políticas y sociales.

Ante el dominio británico, una nueva clase media educada quiso reafirmar su identidad y herencia cultural. Esto hizo que se empezara a enseñar meditación y abhidharma a los laicos, quizás como forma de resistencia ante las misiones cristianas. Pero al hacerlo, la forma como presentaron el dharma se vio influida por la educación occidental que habían recibido y por el movimiento protestante: se enfatizó lo racional y el acceso directo a los textos y se rebajó el papel de la institución monástica como mediadora exclusiva a las enseñanzas. Debía formularse un dharma que pudiera competir, por así decirlo, con el pensamiento occidental del momento. Bajo la nueva forma del vipassana, la meditación se puso en un primer plano en el que hacía siglos que no estaba. Y ese nuevo énfasis también ha teñido cómo otras tradiciones se han presentado a nuestras sociedades, e incluso cómo se han entendido a sí mismas.

Resumiendo: el budismo de hoy se está viendo influido por el mindfulness, una práctica que surge de una forma de budismo que, a su vez, surgió con influencia occidental. O al revés: el colonialismo británico en Asia tuvo como resultado un movimiento reformista del budismo que enfatizó una forma de meditación que, con los años, dio a luz al mindfulness contemporáneo, cuya popularidad está incitando nuevas modificaciones en las escuelas budistas, hasta el punto de recuperar aspectos que tradicionalmente habían quedado más bien marginados. Si eso no es un ejemplo de la interdependencia, no sé qué lo es…

Termino recuperando el hilo inicial del artículo. Por territorial que pueda parecer la actitud de algunos budistas, que de pronto se muestran tan protectores con unas tierras de ultramar por las que se han vuelto a preocupar no hace mucho, entiendo el recelo. Si el budismo ha triunfado en occidente básicamente como un sistema de meditación —algo que no refleja con toda fidelidad lo que ha sido durante siglos en sus países de origen —, ahora el éxito del mindfulness le ha quitado la custodia exclusiva. Quizás el problema es precisamente el énfasis en la meditación, por paradójico que parezca. No sé si la mejor respuesta es reforzar aún más ese énfasis o más bien poner las energías en algo que muchos necesitan más allá de las 8 semanas y que no sé si el mindfulness proporciona aún: contexto, profundización y una visión del potencial completo de una vida humana despierta.


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