¿Y si viéramos a Buda como un filósofo griego?

Este fin de año me ha pillado en Atenas, un lugar en el que seguramente es imposible no sentirse volviendo a un origen. Por intensas y cargadas de significado que fueran mis sensaciones en Lumbini y en las excavaciones de Kapilavastu, ciudad donde se crió el Buda en Nepal, no fueron sensaciones de cuna cultural. En cambio, caminar por el centro de Atenas, alzar la vista y ver el Acrópolis es como occidente dándole de bofetadas a mis pretensiones de budista.

Y aun así, mi mirada tampoco es la de cualquier otro occidental porque, cuando subiendo hacia el Acrópolis me encuentro una estatua de Menandro, donde los demás ven a un rey griego yo veo al interlocutor del monje budista Nagasena que aparece en el canon pali. Le tomé una foto:

Quizás una de las diferencias, me guste o no aceptarlo, es que mientras Atenas me dice «filosofía» y me sugiere a gente debatiendo y haciéndose preguntas, Lumbini me dice «religión» y me resuenan cantos y prostraciones; y no es que haya nada de malo en estas cosas en sí. Lo que el contraste me revela es algo que ahora va a sonar como si acabara de descubrir América: que el budismo es percibido como una religión, incluso por mí mismo. Al fin y al cabo, por budista secular que me etiquete, no dejo de vivir en un entorno del que absorbo percepciones. ¿Hasta qué punto debe de condicionarme esto a la hora de interpretar y poner en práctica las ideas del Buda?

Lo que me entristece es que la dicotomía religión-filosofía no hace justicia ni a la filosofía de la antigua Grecia ni al budismo primitivo. La realidad es que ambas cosas están mucho más cerca de lo que parece: para los griegos la filosofía era una forma de vida, una práctica, no una disciplina académica, abstracta y especulativa, y algunas escuelas hasta vivían en comunidad; el budismo primitivo se parecía mucho más a esto que a una religión. Los discursos del canon pali son situacionales y muestran al Buda haciendo su versión de la maiéutica, el método socrático, cuestionando a sus seguidores o respondiendo a quienes acuden a él con preguntas. A la vez, están vacíos de muchos de los elementos que para nosotros caracterizan a una religión.

Entre los cínicos que vivían sin hogar ni casi posesiones y los bhikkhus (monjes/mendigos) del budismo primitivo no hay tanta diferencia; entre el errante Gotama caminando por la India y conversando con mercaderes, reyes, ascetas o artesanos y los filósofos peripatéticos debatiendo en los patios del Liceo de Aristóteles, tampoco. En cierto sentido es extraño que se coloque al budismo al lado de las grandes religiones monoteístas, ya que desde el punto de vista de lo que era en origen tendría más lógica ponerlo junto a las escuelas filosóficas helenísticas.

Recuperando esta idea de la filosofía como práctica, hace unos años ha surgido el estoicismo moderno, un movimiento pequeño pero que ya cuenta con varias webs, libros, una Semana Estoica anual, una app… y dudo mucho que nadie vea a esta gente como remotamente religiosa. Me pregunto si para quienes tenemos interés en un dharma secular, de nuestro tiempo y cultura, no tendría más sentido reivindicar el diálogo del budismo con el estoicismo, por ejemplo, en lugar de con la alineación habitual de un encuentro interreligioso. ¿Qué cambiaría si nosotros mismos viéramos el budismo desde la perspectiva de una antigua escuela filosófica y al Buda como una figura equiparable no a Jesucristo sino a Epicuro o Sócrates, de quien fue contemporáneo? ¿No sería mejor puente entre ambas culturas?

uno debe vivir sin opiniones, sin inclinaciones hacia un lado u otro, firme en el rechazo de elegir, diciendo de cada cosa que no más ‘es’ que ‘no es’, o que ‘es’ y ‘no es’, o que ni ‘es’ ni ‘no es’
Timón, sobre el escepticismo de Pirrón de Elis

«¿El maestro Gotama opina que tras la muerte un Tathagata (persona liberada) existe?» «No.» «Entonces ¿opina que no existe?» «No.» «Entonces ¿opina que existe y no existe?» «No.» «Entonces ¿opina que ni existe ni no existe?» «No.»
Aggivacchagotta sutta, MN 72 (abreviado)

Es posible que los puentes ya existieran. He aludido a Las preguntas del rey Milinda (Menandro), y en otro post exploré que la imagen del Buda ¡¡se la debemos a los griegos!! Pirrón de Elis viajó a India con Alejandro Magno poco después de la vida del Buda y, como se puede ver en las dos citas de arriba, el escepticismo que fundó tiene muchos puntos de conexión con el budismo primitivo, o más en general con las tradiciones indias de entonces.

Hoy en día en los círculos del budismo secular ya hay un interés por estas escuelas. A Batchelor y Peacock les fascina el escepticismo de Pirrón a la luz de los poemas del Atthakavagga (incluí uno de esos poemas, muy ilustrativo, en el post anterior); se pueden encontrar artículos sobre budismo y estoicismo; y Massimo Pigliucci, uno de los impulsores del estoicismo moderno, ha manifestado su afinidad con el budismo secular. Luego hay otros nexos menos explícitos, como los programas de MBCT, donde el mindfulness viene del budismo y la terapia cognitiva tiene influencias estoicas.

Comparar todas estas tradiciones aquí sería imposible y, además, la reflexión principal de este post ya la he hecho; pero sí me gustaría señalar algunos puntos de conexión con el estoicismo porque es una tradición que he ido descubriendo y apreciando en el último año. El estoicismo cuenta con la enseñanza de estar en el presente y de practicar el autocontrol, algo muy presente en el budismo primigenio (saṃvara en pali) y muy a menudo como aliado de la plena consciencia.

Antonia Macaro escribe que el ‘vivir acorde con la naturaleza’ de los estoicos significa avenirse o adaptarse al principio racional que ordena el mundo. Y la palabra ‘dharma’ se refiere a lo mismo: es el orden de las cosas, el ‘cosmos’, la ley, así como la manera de comportarse de acuerdo a eso. La definición de ese principio es distinta en ambas tradiciones pero hay una gran similitud estructural y un punto de partida de reflexión que es común. Al final, la originación dependiente o surgir condicionado (paṭiccasamuppāda) es una ley natural, así como su concepto hermano del no-yo (anattā), y Sayadaw U Tejaniya para referirse a estas cosas usa la palabra ‘naturaleza’.

Los estudiosos suelen tener problemas al calificar la ética budista utilizando las categorías occidentales, pero a mi modo de ver la que mejor encaja es la ética de la virtud, la que se fundamenta en la formación de un carácter virtuoso. Ésta es propia de la filosofía helenística, y es muy claro leer el budismo desde este prisma. Además, la virtud más elevada es la sabiduría, y no hace falta argumentar el apoyo budista a esto ¿verdad?

Hace un par de meses leí el Enchiridion de Epicteto, el «Manual para la vida feliz». Aún tengo pendiente leerme el comentario de Pierre Hadot, que estoy seguro que no decepcionará. Algo que me pareció de una utilidad casi directa fue la distinción entre lo que realmente importa (la virtud) y los indiferentes (preferidos y dispreferidos). Los indeferentes son aquellas cosas que podemos preferir o no, y por lo tanto intentaremos perseguir unos y evitar otros, pero que en definitiva no nos impiden nuestra práctica de la virtud. Por ejemplo, puedo preferir tener riqueza o gustar a la gente, pero al final mi cultivo de la virtud no depende de eso.

Los cínicos eran de la opinión que estos indiferentes no eran indiferentes en absoluto, sino que distraían de lo que es realmente importante. Y estaremos de acuerdo en que a veces lo hacen, porque al fin y al cabo nuestro tiempo es limitado. El budismo se nos presenta a veces del lado de los cínicos, especialmente los enfoques con fuerte énfasis monástico. Pero si leemos el canon pali descubrimos que, a pesar del sabor renunciante que domina los textos, también hay tolerancia con las comodidades domésticas en cuanto a los laicos. En el Manual, Epicteto considera que ciertos indiferentes son preferibles sólo en tanto que facilitan el cultivo de la virtud —la salud o la educación son ejemplos claros— pero no más allá de eso. Me parece un criterio que puede ayudar a que un dharma secular no acabe siendo una forma de validar comodidades que consideramos no-negociables añadiéndoles el adjetivo mindful y que no nos damos ni la más remota cuenta de cuán excepcionales han sido en la historia e incluso hoy para mucha población del mundo. (Sabemos que el budismo secular corre este peligro «diluidor»).

Otra idea estoica fundamental es diferenciar entre aquello que está bajo nuestro control y aquello que no. Esto tiene que tenerse en cuenta en la persecución y evitación de los indiferentes. De esta manera, se practica aceptar tal como es aquello que no podemos cambiar, pero se trabaja para cambiar el resto. En esta idea el budismo puede aportar mucho, y también discutir un rato sobre hasta qué punto lo que los estoicos consideran bajo nuestro control lo está realmente o no. Pero al mismo tiempo el estoicismo puede equilibrar el inmovilismo que a veces el dharma parece promover, con ese énfasis suyo en la aceptación, que fácil—y erróneamente, creo yo—se lee como resignación. (Esta cuestión daría para un post entero…)

Tras leer el Manual de Epicteto y husmear por internet artículos y vídeos sobre estoicismo, clásico y moderno, me sentí devuelto a casa, de una forma muy somática, como ayer paseando entre runas atenienses, y sin que eso hubiera supuesto ningún alejamiento del budismo secular que practico. Puede que sea por lo común entre estas dos filosofías prácticas, y/o porque probablemente siempre haya leído el dharma de una manera sutilmente influída por la filosofía helenística que dio forma a mi cultura. Pero mi sensación no fue tanto que el estoicismo completara mi budismo, sino que reordenaba y clarificaba varias de sus ideas. De hecho estaría más de acuerdo con lo contrario: que el budismo es más elaborado y completa el estoicismo, como opina mi amigo Stefan.

Me gustaría terminar con unos cuantos ejemplos prácticos. Como muchas de sus escuelas hermanas, el estoicismo cuenta con ejercicios filosóficos o meditativos. Sugiere reflexionar por la mañana, en especial si tenemos tiempo y podemos ir a dar un paseo, y contemplar la propia mortalidad y la certeza de la vejez, un ejercicio digno de ‘lam rim’. Otra meditación, llamada el círculo de Hierocles, consiste en imaginarse en una ‘área de preocupación’ que se expande, y va incluyendo a familiares, amigos, vecinos, conciudadanos, animales, el mundo entero… ¿No recuerda a mettā y la compasión? Massimo Pigliucci cuenta que un elemento importante de su práctica cotidiana es el mindfulness ético. Él lo define así:

«en parte es intentar vivir hic et nunc (aquí y ahora), sin arrepentimientos acerca del pasado ni preocupaciones acerca del futuro (ni el uno ni el otro están bajo mi control). También significa recordarme que casi todo lo que hacemos tiene una dimensión ética, desde dónde compramos comida o ingresamos nuestro dinero a cómo tratamos a nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo e incluso gente desconocida.»

La idea del mindfulness ético me encanta. Técnicamente no es ninguna novedad: el mindfulness budista siempre ha tenido esta función y es sólo recientemente que ha pasado a un segundo plano, eclipsada por una obsesión en mudarse en el ahora que a veces parece que sea autojustificada, por su propia virtud. Y quizás en lugar de abogar por recuperar esta dimensión del mindfulness, que es lo más rigurosamente cierto, sería mejor articularlo en términos de aplicar esta práctica (cada vez más conocida) al terreno ético y de nuestras motivaciones. No es mal deseo para el 2018.

De momento yo seguiré unos días por Atenas, preguntándome de qué manera la filosofía de los griegos puede iluminar cómo presento el dharma, cómo lo entiendo y cómo lo practico. Que tengáis un buen inicio de año. 😊


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¿Qué aspecto tenía Buda?

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Evidentemente, no sabemos con seguridad cuál era la apariencia física de Gotama; pero lo que sí podemos saber es que las referencias gráficas que tenemos no son la mejor pista. ¿Por qué? Mirad la imagen de la derecha y decidme que no os recuerda al arte griego… Desde nuestra macro-conectividad, tendimos a pensar en civilizaciones pasadas como aisladas las unas de las otras, con contactos ocasionales y separadas por distancias lentas de cubrir; pero las ideas transitaban en el pasado con más fluidez de la que quizá imaginamos, y la interacción entre India y Grecia es sorprendente.

Como muchos sabréis, Alejandro Magno llegó al subcontinente indio, en el que siguió habiendo durante siglos una región controlada por los griegos en el noroeste. Con él también fue el filósofo Pirrón de Elis, que al volver a Grecia estableció la escuela escéptica, con muchos puntos en común con el budismo. En el canon pali hay un libro tardío llamado Milinda pañha (‘Las preguntas del rey Milinda’) que recoge las conversaciones entre un monje budista llamado Nagasena y el rey indogriego Menandro. Menos conocida es una ocasión en el Majjhima Nikāya, la colección de discursos medios del Buda, en que se menciona a los Yonas (seguramente derivado pali de la región de Jonia) como ejemplo de sociedad en la que sólo hay amos y esclavos y los papeles pueden cambiar. El Buda usa ese ejemplo para deslegitimar la idea de que las cuatro clases sociales rígidas impuestas por los bramanes son la única opción, y proclama que tal división es un invento humano y no un designio de Dios (Brahma). (MN 93)

Pero lo que se cuenta poco, aunque es sabido y resabido, es que a los griegos les debemos la imagen del Buda. Y con esto no quiero decir que la imagen que conocemos hoy en día esté influída por el arte griego, no. Quiero decir que ellos fueron los primeros en representarle y se inventaron el aspecto de Buda.

Es probable que, por cuestiones culturales, las comunidades griegas de la India que se convirtieron al budismo no concibieran la ausencia de representación antropomórfica del personaje al que debían respeto. Sea por los motivos que fuera, se inventaron su imagen y la modelaron a partir del dios Apolo. En las estatuas del estilo de Gandhara, uno puede apreciar la influencia de las proporciones helenísticas, la toga greco-romana, e incluso el pelo.

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