Sobre la autocompasión

O yo o los demás. O conmigo o contra mí. Este pensamiento binario permea nuestra relación con el mundo y con nosotras mismas, con los recursos ajenos y los propios. Pensamos, de forma inconsciente, que darse a los demás es sacrificarse, olvidarse y descuidarse a uno mismo; y que atenderse es egoísta. Y no lo es. Sin embargo, esta mentalidad funciona como una profecía autocumplida, de manera que cuando queremos servir a las demás sentimos que nos agotamos y cuando respondemos a la llamada de reponernos nos ensimismamos otra vez.

Me da la impresión que la travesía de la compasión por nuestras tierras está perpetuando estas formas de pensar, y que el gran éxito de la autocompasión y el autocuidado (self care) lo atestigua. ¿No huele sospechoso que en una sociedad tan narcisista, obsesionada con el yo que posee y consume, la práctica meditativa de la compasión haya terminado una vez más dirigida a uno mismo? ¿…reabsorbida por la inercia de mirar al propio ombligo? No digo que no tenga beneficios y, por encima de todo, no propongo ir al extremo del autoabandono. Pero hay algo que me incomoda al ver a la compasión convertida en un producto más para el yo moderno.

Otra cara de este pensamiento binario, arraigada en nuestro bagaje cultural, es el típico comentario de que si nos sentimos bien sirviendo o ayudando a los demás (o peor aún, si lo hacemos para sentirnos bien) entonces ya no somos altruistas sino egoístas. Lo más paradójico de esta ‘crítica’ habitual es que, al obsesionarse con las motivaciones propias para asegurarse de que uno está siendo verdaderamente altruista, es muy egocéntrica. Hasta el punto de que quiere descalificar un acto que objetivamente ayuda a otros porque el yo no está siendo lo suficientemente puro.

No niego para nada que interrogar la motivación no sea un elemento importante para quien está en un camino espiritual. Simplemente desconfío de una forma de pensar que sea tan tiquis miquis con disfrutar del altruísmo pero luego no diga nada sobre el disfrute abiertamente egoísta. O sea, ¿que derivar satisfacción de ayudar a los demás o ser solidario sí es un problema pero derivarla de comprarse ropa no?

Con todo esto contrasta el budismo. Es una tradición que toma el placer de comportarnos de manera ética, de cuidar a las demás y ser benevolentes, como algo positivo a cultivar, ya que ayuda a nuestra motivación. Es un win-win. Hay que estar alerta a los peligros de re-ego-centrar el altruismo, por supuesto, pero el budismo no trata a la felicidad que éste nos proporciona como algo intrínsecamente problemático, algo que descalifique el acto altruista. En cambio, nosotros acarreamos una mentalidad que parece decir que hay que pasarlo mal para ser buena persona, porque si no, no cuenta. No suena a que esto vaya a dar demasiados frutos…

En los discursos más antiguos del budismo se repite una frase que fácilmente pasa desapercibida. En uno de esos discursos, el Buda relata que en su propia práctica se hizo consciente de que los pensamientos que le surgían eran de dos tipos. (Por cierto, que el mismo Buda reconozca que le aparecían pensamientos durante la meditación reconforta bastante.) El criterio que designaba esos dos tipos era si los pensamientos “conducen a hacerme daño, a hacer daño a los demás, a hacerme daño tanto a mí como a los demás”, o si, por contra, “conducen a mi propio beneficio, al beneficio de las demás, al beneficio tanto propio como de las demás” (MN 19). También se dice tradicionalmente que practicamos para el bienestar de uno mismo, de los demás, y tanto de uno mismo como de los demás.

Hay siempre tres elementos. Los dos primeros expresan que en el dharma no concebimos el yo y los demás como excluyentes, como en esa mentalidad de “o yo o los otros”. Podemos y debemos practicar de una forma sostenible, que no vea a esas metas en competición. Porque, si las vemos en competición, pensaremos que hay unos recursos limitados que se agotan, que si los gastamos para los demás nos quedaremos nosotras sin recursos, y cuando atendamos a nuestras necesidades no tendremos recursos para los demás. Lo primero favorece una reticencia a abrirse, además de que alimenta caer en lo segundo. Y como dije antes, el gran peligro de esta mentalidad invisible es que termina convirtiéndose en una profecía autocumplida.

Pero ¿podemos ver que pensando en los demás nos nutrimos de virtudes? Al final, apreciar esto (e incluso disfrutarlo) es parte de lo que nos previene del desgaste, porque aprendemos a recargarnos con el cuidado del otro. Es decir, no es una energía que vaya hacia afuera y se pierda –lo cual acaba pasando si así lo concebimos– sino que nos retorna. Tanto el theravāda como el mahāyāna incluyen en sus ceremonias y reflexiones meditativas dos elementos: la admisión de faltas cometidas y el regocijo por las buenas acciones. Es algo que se entrena.

El tercer elemento de esa frase trasciende la distinción: ‘el beneficio tanto propio como de las demás’. Ahí se reconoce que en un punto de nuestra práctica ya no pensamos tanto en términos de personas, sino de beneficio en sí, de cualidades bonitas en sí mismas (o de cualidades dañinas en sí mismas). Despertamos a la reciprocidad y retroalimentación a la que esa frase apunta.

El Buda cuenta la historia de dos acróbatas ambulantes (SN 47.19). De los dos, el veterano opina que la forma de hacer bien su número es que cada cual esté pendiente del otro, así los dos estarán bien protegidos, harán la acrobacia con éxito y recaudarán dinero. La aprendiz discrepa: dice que cada cual tiene que ocuparse de sí mismo y así los dos estarán bien protegidos, harán la acrobacia con éxito y recaudarán dinero. Ambos, comenta el Buda, tienen parte de razón. Porque cuidándose a sí mismo uno cuida a los demás, y cuidando a los demás uno cuida de sí mismo.

Es cultivando la conducta ética, las virtudes altruistas, que cuidando a las demás una cuida de sí misma. Y es con la práctica contemplativa que cuidando de sí misma una cuida de las demás. No parece fortuito que el símil usado sea el de dos acróbatas. Sugiere la idea de equilibrio, de un danza responsiva y en mutua dependencia.

La teoría de la autocompasión es que practicarla no excluye al otro. Es más, que como nos enseña a escucharnos y relacionarnos mejor con nosotros mismos, su consecuencia natural es extenderse a los demás también. Estoy seguro de que muchos de nosotros lo necesitamos en ciertos momentos vitales. Al fin y al cabo, no desatender las necesidades propias es inteligencia emocional y también forma parte del crecimiento espiritual. Lo que me preocupa es que igual que oigo esta teoría, con su parte de razón, a la hora de la verdad no siempre veo ese paso hacia los otros. Veo que las prácticas y los discursos, como la aprendiz de acróbata, siguen enfatizando la auto-compasión y dejan lo demás en el supuesto de que sucederá por sí solo, como consecuencia natural.

Curiosamente, las tradiciones budistas han hecho siempre lo contrario. (Pueden estar equivocadas, pero por lo menos da que pensar.) Una práctica como mettā –la benevolencia– empieza por uno mismo, que es lo que se da por sentado, y la tarea es extenderlo, a propósito, hacia círculos cada vez más alejados de lo que incluímos en el círculo de ‘yo y los míos’. Eso es lo que requiere práctica.

Al mismo tiempo, toda tradición budista, incluídas las que no usan el concepto de ‘naturaleza búdica’, se asientan sobre un firme convencimiento de nuestro potencial, algo sin lo cual la compasión sería condescendente. Y mi duda aquí es si el énfasis en la autocompasión manda el mensaje implícito de que ‘no puedo’, y por eso necesito tanta atención y cuidado hacia mí mismo. No digo que se quiera mandar ese mensaje, ni que se piense eso abiertamente, pero la mente emotiva puede deducirlo, especialmente en personas con patrones de ‘pobrecito yo’, que somos muchos. Es lo que el budismo de los orígenes llama ‘arrogancia de inferioridad’, una forma más de ensimismamiento. Y curiosamente, las palabras ‘autocompasión’ y ‘autocompadecerse’ tenían hasta hace poco connotaciones negativas. ¿Era eso un acierto o un error? ¿Ambas cosas?

Algo que el budismo puede aportar a nuestros tiempos es incomodar nuestro narcisismo. Con todos los beneficios que la autocompasión pueda tener, y que no menosprecio, tenemos que reflexionar personalmente en si la manera como entendemos y practicamos la compasión desafía o acomoda lo ensimismados que estamos. Porque quizás es este ensimismamiento lo que causa gran parte de nuestro malestar.

4 comentarios en “Sobre la autocompasión

  1. Me ha parecido que usas el masculino y el femenino indistintamente. ¿Es por activismo inclisivista? ¿O por error?
    Mi rigidez mental se altera cuando leo algo que no sigue las normas que me inculcaron de pequeño.

  2. Leyendo tu post y después del olé espontáneo me surge la siguiente reflexión sólo válida si simplifico los conceptos al mínimo.
    La autocompasión la entiendo desde la aspiración a estar libre de sufrimiento (“yo” sin entrar en matices del yo según la tradición) estar libre de sufrimiento se me antoja como requisito sinequanon para estar disponible y abierto a cuidar a los demás.
    Autocuidado entendido como el cuidado de la propia mente (que difícilmente puede ser de otra manera que “auto” practicado), precisamente para estar lo mejor posible para uno y los demás.
    Pero cuando uno se siente feliz, satisfecho, agradecido …. en ocasiones hay un run-run recurrente de fondo “del sentirse mal por estar bien” … creo que en el post lo relacionas con la “pureza” de la motivación i el altruismo.
    En definitiva me atrevo osada y humildemente a manifestar que la autocompasión y el autocuidado son aspectos que ayudan enormemente a atender las necesidades de los demás, el win-win que mencionas 😊

Deja un comentario