Cada vez está más claro: plataformas como facebook no son liberadoras —y no he dicho que sean malas. Ya escribí sobre la relación entre la meditación, la filosofía budista y el mundo de las notificaciones en este blog aquí y para la newsletter del Bodhi College. Recientemente hablé de ello en una mañana intensiva de meditación. Este artículo son las reflexiones que compartí ese día.
Llamaré plataformas reactivas al conjunto de redes sociales, servicios de streaming, smartphones y demás gadgets, aunque suelo cebarme más con facebook. Las llamo reactivas o samsáricas porque creo que su función es hundirnos más y más en las arenas movedizas de lo que el budismo llama el samsara. Y al igual que sucede con el samsara, la respuesta a estas plataformas no tiene por qué ser el rechazo absoluto: hay cosas buenas en ellas y la liberación no les es ajena —de hecho, la liberación sucede en el samsara.

Para quien no conozca la jerga budista: samsara es lo opuesto a nirvana, que es un término que a todo el mundo le suena. Samsara se refiere a la existencia tal y como la experimentamos ahora. En su dimensión psicológica, samsara subraya el aspecto repetitivo, cansino, entumecedor y a la vez adictivo de nuestras vidas. Es el sentirse atrapado en un patrón cíclico; esa sed que nunca acaba de proporcionar la saciedad que promete; la sensación de haberle pillado el truco al juego y, entonces, que un jugador invisible te mueva el alfil o cambie las normas.
El budismo aspira al nirvana, al despertar. Las distintas escuelas lo entienden de formas diferentes, pero en general tiene que ver con algún tipo de libertad respecto al samsara. El lenguaje contemporáneo, incluso en círculos como el mindfulness secular, suele expresar esto en términos de reactividad: esos patrones insanos —habitualmente psicológicos— que son automáticos, repetitivos, esclavizantes.
Planteo mi análisis no como un juicio de bueno/malo, sino en términos de coherencia y de despertar: como practicantes de meditación, interesadas en librarnos de nuestra reactividad —o por lo menos reducirla—, debería importarnos si el uso que hacemos de ciertas plataformas contribuye a ese proyecto o lo boicotea, si lo que hacemos en pantalla y en el cojín de meditación es coherente o si empuja hacia dos direcciones distintas.
Pero ¿por qué tiene importancia esto? Cualquier actividad que realicemos con regularidad va a moldear nuestros cerebros, y los estudios sobre cuánto tiempo pasamos mirando al teléfono son escalofriantes —del orden de un 25% de nuestras horas del día. Lo que sucede en el cojín depende de cómo empleas tu mente el resto del tiempo. Esta permeabilidad es, en el fondo, la misma lógica por la cual decidimos meditar. Si no creyéramos que los beneficios de meditar 30′ por la mañana se extienden fuera de esos 30′, tendría bastante menos sentido.
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