¿Está el budismo en declive? ¿Es demasiado boomer?

Mi amiga Lis me mandó esto el otro día.

El budismo está a la baja en Asia, donde las nuevas generaciones ya no conectan con las viejas tradiciones o lo hacen en ocasiones contadas, como quien sólo va a la iglesia por navidad o cuando el abuelo muere. (En Asia, lo que está subiendo es el mindfulness contemporáneo!) Pero mucha gente occidental que practica el dharma, o algo parecido, no se etiqueta como ‘budista’. Así que me pregunto: si les añadiéramos al recuento budista, ¿qué pinta tendrían los datos?

A mediados del siglo pasado, la tesis de la secularización vaticinó que la religión iría perdiendo relevancia, que el declive era inevitable. Pues no: está al alza, en parte debido a las distintas tasas de natalidad de los varios continentes. Entonces ¿qué pasa con el budismo?

Según el tweet, la media de edad de los budistas es más elevada que la de otras tradiciones. Si por un lado esto refleja cambios generacionales en Asia, por el otro soy consciente que el budismo occidental es muy, muy boomer. Y creo que esto juega en su contra. Como maestro nuevo y millennial, me pone en una situación extraña. Me siento un poco como Bo Burnham, entre boomers y zoomers.

Aunque llevo un tiempo ofreciendo el dharma, no lo he hecho de manera regular y sistemática más allá de mi sangha local, y jamás he intentado construirme un ‘público’; pero pronto tendré que hacerlo. Hasta ahora he estado formándome, aceptando invitaciones esporádicas, estudiando, etc., pero todo esto acabará bastante pronto. De momento, he estado enseñando al lado de mis propios maestros Stephen y Martine Batchelor u otros, o en Gaia House o entornos parecidos donde la media de edad es elevada. De hecho, con 32, no es raro que sea la persona más joven de la sala—incluso a veces la siguiente persona más joven me quita entre 5 y 10 años.

No suelo dirigirme a mi generación. ¿Conectaría si lo hiciera? A punto de terminar mi teacher training, soy consciente que se ha abordado y formado desde un budismo boomer. El final de ese training será el inicio de encontrar una voz distinta.

Si un budismo secular es aquél que responde a la época (saeculum) en que se encuentra, un budismo boomer no tardará demasiado en dejar de ser secular, en este sentido.

Las veces que estoy en entornos más jóvenes, sin embargo, noto algo distinto. No sólo hay una energía y entusiasmo más palpables, y que son simples características de ser joven, sino que parece haber otras diferencias concretamente generacionales y que, de carambola, ponen de relieve algunos rasgos del budismo boomer.

Este budismo ha sido llamado ‘the upper-middle way’ (la vía media-alta), en referencia a la demografía que atrae: gente acomodada. Tienen una vida ya construída, han encontrado su postura en el mundo, y buscan cómo mitigar los dolores que ésta ocasiona. Inevitablemente, el foco de este budismo es cómo me siento (yo).

La gente más joven también quiere sentirse bien, por supuesto—no hay nada de malo en ello. Pero lo que buscan son precisamente unos valores y unos marcos sobre los cuales construir su vida y encontrar un lugar. La perspectiva es muy distinta; ven la casa desde el timbre y no desde el segundo piso.

Necesitamos escuchar a esta generación, entre la que aún me incluyo, y buscar acogerla en nuestros espacios, porque nuestras sociedades tan carentes de comunidad han perdido las relaciones intergeneracionales. Y son éstas las que tienen mayor potencial para el enriquecimiento mutuo.

El comprensible apoltronamiento de la mediana edad necesita que le sacudan. Y al llamarlo apoltronamiento no lo menosprecio: soy consciente que uno acude al dharma porque la vida no es cómoda. No obstante, a partir de cierto momento vital se empieza a olvidar la idea básica del karma: que tu destino cambia con tus actos y tus decisiones. Y también se tapa la versión retroactiva de esta enseñanza—el surgir condicionado: que los dolores de esta vida construída son fruto de causas y condiciones y que si bien hay que tratar síntomas luego hay que abordar las causas.

Para decirlo de otra forma: si duele no sólo pongas cojines, cambia de postura. Al crecer uno se da cuenta de que cada elección abre una puerta mientras cierra muchas más. Hay sabiduría en esto. Pero uno puede empezar a percibir su vida como un árbol inverso, donde las ramas y bifurcaciones quedan a la espalda, y eso es una exageración. Se pueden cambiar cosas y se puede cambiar de vida. Siempre.

Con todo, la mirada de quienes tienen más experiencia puede nutrir las ganas de las más jóvenes de encontrar un camino, comunicando que las decisiones tienen consecuencias reales y que la juventud es el mejor momento para tomárselo en serio. Sin embargo, para mí la voz madura sabia es la que añade: ‘pero no te preocupes, cuando la cagues podrás reparar y rectificar’. Las decisiones no son cadenas perpetuas.

Las personas de más edad tienen otra perspectiva a compartir: la muerte se va volviendo una realidad palpable—en los últimos cinco años he ido a más entierros que en toda mi vida hasta entonces. Y sin ir tan lejos (aunque reflexionar en la muerte es un ingrediente indispensable del dharma), me acuerdo de cuando le pregunté a mi maestro U Tejaniya que por qué tanta insistencia en observar el dolor. ‘Ah’, me respondió, ‘¡porque sólo aumenta!’. El cuerpo de veintimuypocos que hizo la pregunta difícilmente habría llegado a esa idea por sí mismo.

Más allá de cosas de la edad bastante universales, se dice que los boomers son la primera hornada en mucho tiempo que vivirán mejor que sus hijos. Mis padres crecieron en la España franquista y vieron la dictadura terminar más o menos cuando cumplían 20 años. Su vida ha ido en paralelo al progreso de su país, la mejora en calidad de vida, la expansión de la economía, etc. Cuando se casaron en los 80′, alquilaron un piso de tamaño medio cerca de la Plaça Lesseps (una zona más que decente de Barcelona) con el primer sueldo de mi padre y con mi madre haciendo sustituciones en ambulatorios, aún sin trabajo fijo. Intenta esto hoy……

(Para añadir al mix, son una generación que no vivirá la debacle climática.)

Es natural que todo esto dé lugar a un discurso dhármico que eleva la individualidad, quizás percibida como una liberación de tiranías externas, y que se puede permitir enfocarse en paliar estrés—lo cual es muy noble y necesario. Pero este foco tiene un problema: cuando concebimos la práctica del budismo o el mindfulness principalmente como una inmersión en nuestra interioridad, una toma de conciencia del paisaje mental privado, contribuimos al ensimismamiento que, según el dharma, es origen del problema.

En el modelo tradicional, la práctica del dharma empieza con acciones. Las acompaña la atención constante, pero el foco está en cambiar cómo se vive. Así, cuando una se sienta a meditar, encuentra una mente más calmada, en paz; experimenta los resultados de vivir de otra manera, ve directamente la enseñanza de la condicionalidad. Si por contra mantienes tu vida intacta, con todos los elementos que te generan estrés y reactividad, la meditación aún ayudará algo, por supuesto, pero básicamente tendrás encuentros con una mente turbulenta y reactiva.

(Piensa si esto es cierto en tu caso. Sé honesto. Mira qué tipo de mente te sueles encontrar al sentarte, pregúntate de dónde proviene y haz algo al respecto.)

La idea de volverse impermeable a las vicisitudes de la vida tal y como es, de flotar en bienestar enmedio de la vida que ya llevabas, intacta, es distintivamente ‘budista boomer’. Dije que juega en contra del budismo porque creo que a la larga esto no motiva lo suficiente, como cualquier cosa demasiado acomodante. Y además, como meta, no sé, quizás es naïve.


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El símil de la balsa: otra interpretación

Desde hace un tiempo vengo sospechando que el famoso símil de la balsa se ha malinterpretado. O para ser más concreto, sobreinterpretado. Se ha utilizado en exceso para justificar ciertas actitudes. De entrada esto parece ir en mi contra: al fin y al cabo, este símil hace acto de presencia en cualquier debate sobre la innovación en el budismo, en calidad de sello de validez. Stephen Batchelor lo usa a menudo para argumentar que las distintas formas de budismo son temporales, son medios, y no verdades absolutas.

Pero también se ha utilizado para jerarquizar y para considerarse por encima del dharma, del bien y el mal. Tal es la opresión que unos sienten respecto a cualquier indicación o sugerencia sobre qué hacer en la vida, en lugar de la espontaneidad ‘auténtica’, que parece como si propusieran tirar la balsa a medio río, o antes de lanzarse al agua incluso.

Este es el símil de la balsa:

Mendicantes, imaginad a una persona que, caminando por un sendero, se encuentra un gran río. La orilla donde está es peligrosa, mientras que la otra orilla es segura; pero no hay ninguna barca para cruzar ni ningún puente. ‘¿Por qué no recojo hierbas, ramas y troncos y construyo una balsa?’ —piensa— ‘Así, subido a la balsa y remando con mis manos y mis pies, llegaré a la otra orilla sano y salvo.’

Así lo hace, y una vez cruzado el río piensa: ‘Esta balsa me ha sido muy útil. Voy a cargarla a mis espaldas e iré adonde me plazca.’ ¿Qué pensáis, mendicantes? ¿Este hombre estaría haciendo lo debido con la balsa? (¡No!) En lugar de esto, el hombre debería pensar: esta balsa me ha sido muy útil, voy a dejarla en la playa o en el agua e ir adonde me plazca. Esto es lo que debe hacerse con una balsa.

De la misma forma, las enseñanzas son como una balsa: son para cruzar, no para aferrarse a ellas. Al comprender el símil de la balsa, deben abandonarse incluso las enseñanzas, por no hablar de lo que es contrario a las enseñanzas.

Alagaddūpama Sutta, MN 22

Lo que creo que se ha sobreinterpretado es el elemento temporal. En la comparación, la parte de la balsa tiene un elemento temporal: primero se cruza el río y después se deja la balsa atrás en lugar de seguir por tierra con ella a la espalda. Pero Buda no dice lo mismo del dharma: que primero se use y luego se deje atrás. Lo que dice es que de la misma forma que el uso sensato de una balsa es cruzar un río, no cargarla a la espalda mientras vas por tierra, el uso debido de las enseñanzas es liberarse, no discutir sobre ellas.

Cruzar el río es una metáfora de la liberación: ir de esta orilla a la otra orilla. Y aferrarse es aplicable tanto a un objeto físico —por ejemplo, una balsa— como mental —por ejemplo, ideas y opiniones sobre cómo es el dharma. Y éste es justamente el blanco de la crítica: las disputas. El símil de la balsa aparece ahí como segundo símil para ilustrar esta idea. El símil anterior, que da nombre al texto en que ambos se encuentran, es el de la serpiente.

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Dharma y #BlackLivesMatter

Despertar a mi condición de ser blanco es parte del despertar. Y es parte del primer paso del camino óctuple: la visión apropiada (sammā diṭṭhi). Despertar a los impulsos intolerantes que hay en mí es parte del despertar. Y es parte del segundo paso del camino óctuple: la intención apropiada (sammā saṅkappa). Voy a intentar explicar por qué esto no es política sino una parte innegable de la práctica budista. Al final del artículo, propongo una meditación.

Como el epicentro del conflicto racial está ocurriendo en Estados Unidos, puede parecer que no es tan cosa mía. Que hago bien en reflexionar sobre el tema, lamentar los sucesos y el dolor involucrado (y el favorito de todos: ¡tener una opinión al respecto!), pero que a fin de cuentas no tengo trabajo que hacer porque la realidad de España es otra. Que no es perfecta y hay desigualdad, pero que no es lo mismo, aquí estamos a salvo.

No lo tengo tan claro. Obviamente las historias de ambos países son distintas, pero que eso signifique que deba limitarme a observar la situación del otro continente y no tenga trabajo personal que hacer es no solamente falso, sino peligroso. Y aún diría más: es una oportunidad desaprovechada. He aquí el verso 121 del Dhammapada:

No te tomes el mal a la ligera,
pensando ‘a mí no me llegará’.
El cántaro se llena gota a gota,
el necio se llena de maldad poquito a poco.

En España hay racismo, xenofobia, misoginia, LGTBIfobia, clasismo. De hecho, si la percepción no me engaña, la intolerancia parece estar al alza. Y una de las cosas que lo permite es precisamente el ‘a mí no me llegará’—aquello que también impidió tomar medidas a tiempo para el coronavirus. La intolerancia no te llegará si estás atenta y vigilante; si no, con el guardián del mindfulness distraído y confiado en el ‘yo soy buena persona’, se te puede colar de todo por la puerta.

Esta convicción de ser buena persona es un ejemplo de apego que el canon pali llama attavāda upādāna, y muestra el problema de las opiniones o puntos de vista fijos (diṭṭhi). La práctica no consiste en sostener esta opinión ni una contraria. Consiste en observar los contenidos de tu mente en sí mismos, reconocerlos por lo que son, y con una sensibilidad ética que vamos refinando, disolver lo perjudicial y promover lo positivo.

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Guía para sanghas: cómo compartir tu práctica

Cuando meditamos cultivamos un espacio interior de apertura, aceptación, sin juicios. Pero este espacio no debería permanecer privado: tarde o temprano tenemos que extenderlo. Y antes de pretender abarcar el mundo entero y construir una sociedad iluminada, empecemos con círculos más pequeños.

Está el círculo de nuestras amistades, familia y gente del trabajo: ahí podemos aplicar las actitudes meditativas. Pero obviamente no vamos a darles la lata con budistadas varias y a aporrearles con los conceptos que acabamos de aprender. Como dijo un maestro —creo que Jack Kornfield pero no estoy seguro: camina por el mundo como si fueras el Dalai Lama de incógnito.

Luego está otro círculo: la sangha, la comunidad de práctica. (Y si no está, ¡créalo!) Son esas amistades con quienes la práctica, al contrario del incógnito, es explícita y compartida. He sido algo pesado en artículos recientes con la importancia de la sangha, pero en ésta nuestra era de la individualidad, eso es lo que tenderemos a olvidar. Reconocer esa tendencia condicionada nos brinda la oportunidad de cultivar circunstancias que hagan de contrapeso.

Sin embargo, no es nada obvio cómo estructurar un grupo de práctica y sus encuentros para que cumpla con su orientación o funciones, que ya no son sencillos de identificar. Queda claro que un elemento fundamental es compartir nuestras experiencias. Si un curso o clase te proporciona la práctica, una sangha es adonde traes tu práctica y la compartes —aunque, idealmente, ambos formatos cubrirán esas distintas funciones.

En este post quiero explorar el aspecto de compartir la práctica desde mi experiencia de guiar una sangha así como de ser parte de varias. No será exhaustivo pero espero que sí útil. Me encantará recibir vuestras observaciones y experiencias, y así seguir la conversación en la sección de comentarios y nutrir posibles artículos futuros.

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Tengo una amiga del otro bando

He estado evitando escribir sobre el conflicto catalán. Lo iba a hacer justo después del 1 de octubre, pero con la velocidad acelerada a la que cambiaba el paisaje, lo que escribía un día no valía al cabo de dos. Ahora, capaz de mirar con más ecuanimidad que hace unas semanas, veo más cosas. En especial, veo las barbaridades que dicen y pregonan “los míos”, la gente de mi misma opción política.

Esto es nuevo. Las barbaridades siempre las dicen los “otros”: los rusos, los americanos, los integristas… Y cuando te toca de cerca, sientes la agitación de forma mucho más vívida. Esto me ha motivado a recuperar esbozos y escribir, intentando articular algunas maneras de aplicar la práctica y la meditación a la situación actual.

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Esto implica ejercer la autocrítica, básicamente porque el “ellos hacen esto y aquello tan mal” ya lo traemos puesto de casa y no hace ninguna falta ejercitarlo más. Puede que ante esto la reacción inicial sea de rechazo. Si es el caso, sé consciente por unos instantes de la sensación de no estar dispuesto, observa cómo se registra en tu cuerpo, si hay tensión, si como estado de ánimo es agradable o incómodo, si es un sitio al que te querrías mudar. ¿Por qué no queremos replantearnos posturas, matizar opiniones? ¿A veces sentimos que no nos apetece comprender mejor a la otra parte? ¿Por qué? ¿Qué perderíamos?

Tengo una amiga del otro bando. Lo agradezco. Nos pone a ambos en contacto con una realidad diferente de la que podamos experimentar en los límites de nuestra individualidad. Podemos relativizar puntos de vista, ver cosas que no veríamos de otra forma. Y esto, hoy en día, es oro puro. Vivimos en buena medida a través de unas redes sociales que, con algoritmos y criterios que ignoramos, filtran lo que nos muestran y lo que no. Lejos de promover una visión más completa y plural de la realidad tal cual es, nos presentan una imagen sesgada y parcial basada en aquello que nos gusta.

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