Hay una respuesta sencilla y a la vez amplia: porque estás intentando cambiar tu vida sin cambiar tu vida. No tiene que ver con cómo meditas, sino con el hecho de que sólo meditas.
En el budismo la meditación formal es sólo una de las varias herramientas transformadoras, está dentro de un contexto más amplio que le da forma y sentido. Hay unos cuantos pasos previos a eso de sentarse a meditar.
Se pueden tomar dos perspectivas hacia el proyecto de transformación. Una es que medito con la esperanza de que eso se extienda hacia el resto de mi vida. Este es el discurso imperante, el que se mide en los laboratorios. Su lógica es tan cristalina que quizá suene raro pensar que hay otra.
Esta otra perspectiva es que vivo de una forma que me facilite la meditación, así llego al cojín con media faena hecha. Si mi vida es una agitación constante del deseo caprichoso, la irritación o la atención a corto plazo, ¿qué espero encontrarme cuando me siente y cierre los ojos?
Aunque diametralmente opuestos a primera vista, estos dos enfoques trabajan juntos y se ayudan mutuamente. Ambos son necesarios. Si nos sentimos estancadas en la meditación puede ser que sólo estemos cultivando la versión cojín>vida y hayamos agotado sus posibilidades hasta el momento.
El budismo, lo queramos adoptar o no como camino personal, sabe unas cuantas cosas sobre cómo avanzar y vivir un camino intencional —lo cual, por supuesto, tampoco garantiza bingo. Algunas de esas cosas son organizar el calendario, crear comunidad, o instaurar multitud de recordatorios de sus ideas en forma de eventos, actos, símbolos…
Con sólo añadir elementos de este estilo a nuestro camino daríamos un gran paso adelante, porque estaríamos planteando el progreso no desde la fuerza de voluntad, heroísmo atmánico del «yo consigo esto como me llamo Pepe,» sino creando un entorno que lo facilite de manera orgánica.
O dicho en jerga budista: creas las condiciones que promueven estados mentales sanos en lugar de tóxicos —esfuerzo ético, sexto elemento del camino óctuple— y lo haces porque reconoces que los hábitos son contextuales, que todo depende de circunstancias, que éstas afectan, y que crean patrones —visión ética, elemento que encabeza el camino óctuple.

Tomemos un ejemplo: los votos. Soy el primero a quien le da grimilla recitar unos preceptos tomados en masa en una lengua extraña, incluso cuando la he estudiado. Es temperamental. Soy más capaz de repetirme una plegaria para adentro cuando estoy solo, pero también lo soy de ir con la corriente y sumarme a la recitación si estoy en un entorno tradicional.
Ahora bien, resistencias personales aparte, algo que ciertamente ayuda a cumplir con un propósito —ejem, año nuevo— es hacerlo público y tener a quien rendir cuentas. Asimismo, suma sentir que es un compromiso compartido. El sistema monástico, por lo menos el theravada que yo conozco mejor, está construido alrededor de esta idea: hay un compromiso público y hay compañeros a quien responder. (Curiosidad: sin este segundo ingrediente, sólo hablar de tus propósitos puede ser contraproducente.)
En la práctica laica hemos tirado por la borda los compromisos grupales ritualizados, y no abogo por recuperarlos necesariamente en esa misma forma; pero podemos sustituirlos por algo del mismo espíritu que llene el hueco que han dejado. ¿Qué rendición de cuentas hemos instalado en relación a nuestra práctica? La comunidad es la respuesta.
A parte de hacer más hueco para la práctica, hay más chicha a la distinción entre esas dos perspectivas. Hoy se opera bastante bajo la suposición de que si se medita correctamente el comportamiento ético sigue. Tengo serias dudas al respecto. Para empezar es una suposición, y para continuar, no puedo obviar que los textos budistas ponen el orden al revés.
El practicante arquetípico de los textos antiguos se compromete primero con cinco estándares éticos, votos o preceptos, practica la generosidad, se contenta con aquello necesario y mantiene plena consciencia en todo momento, postura y en cada puerta de los sentidos. No es hasta después de todo eso que se sienta con las piernas cruzadas.
Y entonces, como si fuera pan comido, se libera de los cinco obstáculos (nīvaraṇa) o velos —la metáfora es aquello que obstaculiza la visión, símbolo de sabiduría: deseo sensorial, aversión, apatía-sopor, agitación-preocupación, y duda.
Para los textos, es liberarse de esos patrones negativos lo que hace avanzar en el camino meditativo; no dicen que sea gracias a pegar la mente con loctite a un objeto como la respiración. Eso es parte del proceso, pero no se enfatiza. ¿Cuál es el método entonces? ¿Cómo se deshace de esas ofuscaciones con tanta gracia? Pues digo yo que todo lo que ha hecho antes habrá ayudado…
De manera similar, los caminos graduales del budismo tibetano abundan en reflexiones sobre la vida humana, la motivación altruista, las consecuencias de los actos, etc. antes de considerar práctica meditativa intensa. Y, una vez más, las dos primeras perfecciones (pāramitā) del budismo mahayana son la generosidad y la ética.

Hoy en día está tan establecido que la puerta de entrada es la meditación que no tiene sentido pelearse con eso. De hecho es fantástico, para mucha gente representa un choque, una grieta hacia una forma alternativa de estar, y no tengo nada que decir en contra. Eso sí, considerarlo inicio y final del camino resulta empobrecedor.
En primer lugar, parte de la suposición del modelo cojín>vida es que si purificas tus metas e intenciones esto se traduce en actos, lo cual está a un solo paso de la mentalidad de la fuerza de voluntad que he mencionado. El budismo confía tanto o más en el proceso inverso: empieza a tener gestos generosos o compasivos y sentirás la generosidad y la compasión —en lugar de la barata noción de autenticidad de «es que tengo que sentirlo.» Pues espera sentado.
En segundo lugar, y de forma estrechamente relacionada, aunque la estrategia habitual es disolver los patrones negativos observándolos imparcialmente y aprendiendo del proceso, una vez más esto es olvidar la mitad de la historia: también se disuelven cultivando activamente patrones positivos, lo cual además aporta alegría, confianza, y motiva. (Si estos elementos faltan en tu práctica, aquí tienes un posible por qué.)
Si a alguien le parece que esta propuesta inmersiva es mucho pedir o es poco realista, hagamos un símil con aprender un idioma. Al principio el progreso se nota enseguida y con un poco de constancia pasamos de no tener ni papa a hacer frases sencillas, de ver un garabato ininteligible a ver claramente la sílaba «ka» como si el sonido estuviera incrustado a la grafía. Incluso podemos mantener una conversación básica de presentación en pocos meses.
Sin embargo, para ganar fluidez hay que leer en ese idioma, ver pelis con subtítulos, llenar la casa de post-its con los nombres de los objetos, encontrar compañeras de conversación o viajar. Sin eso, mejorar es más difícil, y efectivamente uno se estanca. O sencillamente ese idioma nunca se infiltra demasiado en nuestra vida, sino que permanece en su compartimento, quietecito, sin comunicarse con las demás áreas de nuestro día a día.
¿Tienes esa sensación con la meditación? Pues empieza a sacarla de su compartimento de forma deliberada. No esperes a que, si meditas lo suficientemente bien durante el suficiente tiempo, una mecánica invisible vaya a transformar tu vida.
Limitarse a una técnica y agarrarse a ella (sīlabbata parāmāsa) sin cuidar activamente nuestro comportamiento es una mentalidad que actúa como unos grilletes (saṃyojana): nos da algo de movilidad, pero nos impide zambullirnos en la corriente de la práctica (sotāpatti). Y para mí, la corriente es un símbolo del progreso: tiene inercia, tiene dirección, te lleva consigo, pero tienes que estar dispuesta a nadar con ella.
En otro artículo exploré 6 maneras integrar la meditación en el día a día. Una vez más: la comunidad es clave, un grupo de seguimiento, una red de amistades meditativas para alentarse unos a otros y compartir dificultades y mejoras.
Si no la tienes, búscala. Si no existe, créala. Si ya la tienes, abordad esa sensación de estancamiento. Por ejemplo: en lugar de la meditación formal, las pausas de tres pasos o el comer con atención —por nombrar tres temas que creo que son habituales— ¿por qué no tratáis la generosidad, la sensación de insuficiencia o los patrones de consumo?
Resumiendo: si sientes que no avanzas en tu meditación, esto puede deberse no a que medites mal o poco, sino precisamente a que estás abordando el progreso únicamente desde la meditación. No se puede esperar que tu vida cambie sin cambiar tu vida. Busca qué falta, elige áreas concretas y explora qué motiva tus conductas actuales, cultiva activamente lo positivo: practica la generosidad, la satisfacción con lo simple, haz actos aleatorios de bondad.
Y, por supuesto, nadie está diciendo que no puedas aumentar tus sesiones de meditación, en cantidad y duración, ir a retiros intensivos, añadir estudio… ¡maravilloso! Pero todo esto también tiene un límite. Tu práctica debe reflejar tu meta. Y la meta no está fuera de la práctica.
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Hola! A qué te refieres con «pausa de tres pasos»?
Gracias!
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La pausa de los tres pasos (antes era de los tres minutos) es una práctica de MBCT para aplicar a cualquier momento del día y crear un espacio. Consiste en notar lo que sucede en el presente, ir a un foco reducido como la respiración, y luego extender a todo el cuerpo.
Gracias!
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muy bueno, ahora estoy explorando ese camino que tu describes tan bien.
Bernat, soy José María de Málaga, no sé cómo no he leído este art antes, es sencillamente genial, esclarecedor, inspirador. Y te voy a dar una buena noticia: este art. y tu blog en general va a servir de inspiración al proyecto de sangha secular que vamos a formar y que se reúne por primera vez la semana próxima. Un abrazo grande y gracias por todo lo que haces, seras parte de nuestra sangha.
Gracias a tí Jose María. Espero que vaya muy bien ese primer encuentro. ¡Ya me irás teniendo al día de como vais!
Antes que nada, te felicito Bernat por este blog, ¡y por el saludable nivel de reflexión y de cuestionamiento que exhiben tus artículos!
Ojalá hubieses podido charlar con el mismísimo Buda, así le hubieses podido cuestionar (respetuosamente, obvio) un par de cosas, ja ja.
Te cuento que soy un desarrollador y practicante del BCS (Budismo como sedante), una práctica limitadísima del budismo inventada por mí para calmar esporádicas furias, momentos depresivos, y sufrimientos moderados o intensos. Por ahora, con un éxito mediocre. Pero persisto.
Respecto de la meditación (sentado sobre el cojín, etc.), te consulto si creés que puede practicarse un moderado budismo sin ella, y/o si tenés referencias de que se desarrolle o practique budismo sin meditación en algún lado.
Horacio (Buenos Aires, Argentina).
Hola Horacio. Gracias por tus bonitas palabras. Lo más seguro es que la mayoría de budistas a lo largo de toda la historia apenas hayan meditado, tal como lo concebimos hoy. Incluso muchas personas monásticas se han dedicado más a la preservación y estudio de los textos, o a tareas pastorales para gente laica como la realización de bendiciones y rituales, que no a sentarse en silencio a meditar. Sin embargo, por mucho que fueran mayoría estadística, no sé de cuán buen practicantes les calificaría “el budismo”. Depende de como se mire. Hoy día también hay budismos que no enfatizan la meditación, pero no se estila mucho.
Para mí, la práctica contemplativa es una pieza central, no puedo minimizar su importancia. Hay formas de practicar en el día a día que son muy importantes y te puedes centrar en eso, pero requiere de mucha atención y es más fácil cuando tienes una práctica formal diaria. Sirve de buen recordatorio y entrena tus habilidades. Dicho eso, y siguiendo este artículo, puedes empezar por el inicio tradicional: mirar a tu conducta cotidiana. Con eso, hecho con cuidado y atención constante, tendrás mucho ganado cuando te sientes, y algún día habrá que sentarse. ¡Sería interesante saber de dónde viene esa reticencia a la meditación!
Termino recordando un comentario de Sayadaw U Tejaniya. Él decía que la gente medita cuando está mal y lo abandona cuando está bien, y que eso es un error. Cuando uno vuelve a estar mal, se encuentra como frente a una subida sin llevar carrerilla, porque no ha acumulado inercia mientras estaba bien. Ha desaprovechado la oportunidad y ahora costará más…
La extensión y profundidad de tu respuesta a mi consulta me asombra gratamente, no la esperaba: creía que por el gran nivel de conocimiento budístico que mostrás, te deberías creer un maestro sentado en un pedestal, pintado de dorado y todo, poco inclinado a ayudar u orientar a notorios principiantes budistas como yo. Pero no, todo lo contrario, tu respuesta es, sencillamente, la de un buen tipo. Un buen tipo budista. ¡Gracias Bernat!
Preguntás sobre el origen de mi reticencia a la meditación: bueno, creo que se debe a mi temperamento apasionado, inquieto. Por ello me resultaría difícil, contrario a mi naturaleza, permanecer largo rato sentado sobre un cojín, con una pose estática, ojos cerrados, etc. ¡Pero tengo en cuenta todo lo que dijiste! Quizás a medida que progrese, un día logre sentarme a meditar. Espero que la vida no me obligue a hacerlo sobre una silla de ruedas…
Una última consulta:
A medida que leo sobre budismo, me surgen cuestionamientos sobre sus «verdades»… ¡aun sobre aquellas dichas por el mismísimo Buda! Quizás tengo un maldito espíritu iconoclasta, no sé…
Entonces te pregunto: ¿Cuál sería una actitud budista saludable a adoptar frente a esos cuestionamientos?
Un abrazo.
Pues en parte depende del caso. Para mí no es lo mismo abordar afirmaciones teóricas o metafísicas que afirmaciones más palpables. Pero para resumir, a mí me gusta la “crítica respetuosa bidireccional”, es decir, poder cuestionar y poder ser cuestionado. Hace tiempo que pienso en escribir un artículo sobre esto, quizás lo priorizo tras esta conversación 😉
Te deseo el máximo de iluminación «bernatiana» para el momento de su escritura.
Y espero que sea pronto, porque intuyo que no estoy solo en esto de los cuestionamientos.
¡Gracias Bernat!