Este artículo es una nota a las reflexiones de Rob Burbea sobre meditar con objetivos, que compartí dos entradas atrás. Y también sirve como segunda parte de lo que empecé en «En busca del placer budista» hace unos meses.
En 2013, Judson Brewer publicó un artículo titulado ‘Why Is It So Hard to Pay Attention, or Is It? Mindfulness, the Factors of Awakening and Reward-Based Learning’ (¿Por qué es tan difícil prestar atención? ¿Lo es? Mindfulness, los factores del despertar y el aprendizaje basado en recompensas).
Mucha gente que empieza a meditar siente que «no le sale». El problema de concentrarse en algo como la respiración, dice Brewer, es que no ofrece recompensa, que es como los humanos aprendemos de forma natural. Por contra, la sociedad del consumo en la que vivimos sí se aprovecha de este mecanismo. ¿Podemos añadir algo similar a nuestra meditación? Mi respuesta, que elaboro más abajo, es que esto ya existía en el budismo primigenio.

El artículo de Brewer me hizo pensar: un método que niega la consecución o la recompensa, que declara que no hay meta, de entrada suena muy radical, lo cual encaja con la idea de que el dharma va a contracorriente. Pero si aplicamos este método en un entorno que se sirve —y muy eficazmente— de los sistemas de recompensa que son tan naturales para nuestra mente, ¿qué va a ganar? ¿Cómo va a ser efectiva a largo plazo nuestra práctica en esta selva de condicionamiento operante donde prosperan las vallas publicitarias, los discursos del miedo y la inseguridad si no respondemos acorde con esa selva? La práctica tiene que ser adecuada para el entorno, y eliminar la meta puede no ser la mejor opción hoy.
Necesitamos hacer palanca, dice Rob Burbea, y sólo luego soltar también esa motivación —que, al ser un movimiento hacia algo, puede considerarse igualmente deseo. Es una perspectiva que se encuentra en textos como el Saḷāyatanavibhaṅga Sutta. De manera similar, Brewer recuerda que según el Satipaṭṭhāna Sutta el cultivo de la plena conciencia debe ir acompañado de dejar de lado el anhelo y el rechazo:
en la medida en que el deseo ansioso sea el motivador de una cierta acción, incluyendo la meditación, los ciclos del sufrimiento causados por el deseo ansioso seguirán perpetuándose. Quien medite con el objetivo de tener más éxito, dinero o ser más atractivo, por ejemplo, seguirá experimentando los efectos de cultivar hábitos de deseo ansioso.
El problema de los hábitos del deseo es que consiguen chutes de placer al tiempo que refuerzan los patrones de querer más. Son, por diseño, una trampa. Son, también por diseño, efímeros y algo vacuos. Ya lo observó el siempre ingenioso Oscar Wilde:
Un cigarrillo es el tipo perfecto de placer perfecto. Es exquisito y le deja a uno insatisfecho. ¿Qué más se puede querer?
De «El retrato de Dorian Gray»
Las experiencias, dice la máxima budista, son transitorias e insatisfactorias. Esa fragilidad es la forma como ‘la evolución’ mantiene al organismo persiguiendo comida y sexo, maximizando así la posibilidad de sobrevivir y pasar los genes a otra generación. La psicología occidental lo llamó condicionamiento operante y el budismo surgir condicionado, originación dependiente (paṭiccasamuppāda).
Sin embargo, y a pesar de reconocer los defectos de la estrategia del deseo, tanto Burbea como Brewer se preguntan: ¿no podríamos tomar esas tendencias naturales de nuestra mente, las de aprender con recompensas, y redirigirlas de la «felicidad» de placeres superficiales y escurridizos hacia estados de alegría, contento y saciedad? Provinientes de la práctica meditativa, podrían usarse como refuerzo positivo.
Lo que sugiere Brewer, también en su magnífico libro ‘La mente ansiosa,’ es que los factores del despertar (bojjhaṅga) puede leerse en esta clave. Es una idea que encaja muy bien con todo un trabajo de académicos del cual Brewer cita apenas los inicios. Rupert Gethin observó en ‘The Buddhist Path to Awakening‘ un paralelismo entre estos factores y los estados profundos de meditación conocidos como jhānas, y recientemente lo ha llevado más allá Keren Arbel. Pero esto es un tema más amplio que dejo para una Parte III de esta serie. Por ahora vale apuntar que el budismo primigenio tiene varias descripciones de cómo ciertas experiencias placenteras nos conducen hacia la liberación —lo cual es parte de mi investigación doctoral, qué coincidencia.
Brewer se concentra en los primeros factores, sobre los cuales escribí aquí, y señala especialmente el segundo: la investigación o curiosidad. Nos habituamos tanto a sentarnos y prestar atención a nuestra respiración que la rutina nos insensibiliza: sí, inhalo, sí, exhalo, vaya sorpresa… Pero si miramos con verdadera curiosidad, nos involucramos en el proceso y es más interesante. La práctica se revitaliza.
Es mucho más fácil que la mente repose en un objeto como la respiración, que no es gratificante de natural, si lo hacemos con curiosidad, con espíritu de juego. Y tal como escribí en el blog de dharma.cat y como más y más incluyo en instrucciones de meditación, aún resulta más fácil si podemos encontrar algún tipo de placer —o simple comodidad y sosiego— en la experiencia presente de inspirar y expirar.

Según algunos linajes, es crucial hacer que la práctica sea placentera para moverse hacia el recogimiento y serenidad del samādhi. Es canónico: «Cuando hay placer, la mente se recoge» (sukhino cittaṃ samādhiyati). Pero hoy tendimos a un enfoque técnico que reduce la práctica a engancharse a un objeto meditativo, y que traduce samādhi como ‘concentración’ en lugar de ‘recogimiento’.
A inicios de año escribí el artículo ‘El verdadero motivo por el que no progresa tu meditación’, que tocaba este tema indirectamente. Allí apunté que los textos antiguos enfatizan, como paso previo a la meditación sentada, realizar cambios vitales-éticos que promueven estados mentales sanos, y gran parte de esto es porque son agradables.
Esto puede plantear un problema: ¿no es esto un ejemplo más de perseguir una experiencia de placer, con potencial para la codicia y la frustración? El peligro existe, sí, pero menos de lo que puede parecer, ya que es un tipo de bienestar que proviene de dejar ir, de una actitud de no buscar. Y en esa paradoja está el aprendizaje.
Por su parte, Rob Burbea comenta que no deja de ser irónico que nos preocupemos tanto por este placer y la posibilidad de apegarnos a él cuando nuestra vida está tan llena de otros placeres que son muucho menos sanos. Según él —y según bastantes textos del canon pali— necesitamos cierto placer como parte de nuestra trayectoria: hay que buscarlo, perseguirlo, cultivarlo.
Pero no se trata principalmente del contenido agradable de la experiencia, aunque esto puede ser una parte. Más bien es tomar conciencia de la tonalidad o textura de estar presentes de forma no reactiva: lo que es agradable es la actitud, el placer no está en la cosa atendida sino en el atender mismo. Es algo que se acerca a la noción de Epicuro del ‘placer catastemático‘, que John Cooper define como una «conciencia del propio organismo vivo en reposo … activamente preparado para el contacto sensorial,» «placer en la conciencia del funcionamiento sano de la propia constitución natural, física y psíquica» (‘Pursuits of Wisdom’, p. 234).
Vivimos en un entorno que estimula una búsqueda de gratificación bastante distinta. Empecemos pues por contrarrestar ese intenso baño sobreestimulante con una meta más noble y un bienestar más sano y lleno de sentido, porque pretender saltar directamente a trascender toda persecución, de cualquier objetivo, probablemente nos haga caer en hábitos de nuestra ‘configuración por defecto’, aquellos que de tan familiares nos resultan invisibles, como el pez que ni ve el agua ni sabe qué es.
La mayoría de las tradiciones budistas comparten este enfoque. El discurso de la no-meta es algo muy particular y localizado que, por algún motivo, en occidente ha triunfado como la Coca Cola —quizás porque permite comprar mucha Coca Cola… Pero incluso esos discursos de la no-meta, tradicionalmente, son un elemento dentro de una retórica más grande que los apuntala y dota de valores.
La sugerencia de Brewer, secundada imagino por Burbea y otras maestras, es enfocar el camino meditativo en parte como un aprendizaje basado en recompensas, sirviéndonos de que nuestro cerebro ha evolucionado de esta forma y, efectivamente, subvirtiendo el sistema desde dentro. Y sobre la base de nuestro entendimiento, no ser tímidos con el deseo —bien orientado.
“Nuestro deseo de mejorar la virtud, de mejorar la mente y de mejorar la comprensión será intenso.” Así es como debéis practicar.
Accāyika Sutta, AN 3.92

Si te gustan los artículos de este blog, considera mostrar tu apoyo y generosidad haciéndote mecenas en Patreon o con un donativo puntual. Estarás ayudando a mantener esta web viva (¡y sin publicidad!) y me estarás ayudando a mí a seguir escribiendo. Lee más aquí.
Para estar al día de publicaciones, dale a Seguir en el menú de la derecha. ¡Muchas gracias! 🙂

Hola Bernat,
Estoy muy de acuerdo en esta aproximación al fenómeno meditativo. Ayer estaba bastante azorado con los resultados de las elecciones y me fui a meditar. Lo que encontre es exactamente lo que describes: el placer de atender la no reactividad. De hecho, creo que este placer siempre ha estado en la práctica, aunque sea inconscientemente, sin ser una meta explícita.
Saludos,