En busca del placer budista (I)

Del tamaño de un pulgar, esta pegatina predicaba a los pasajeros del autobús. Inmerso en reflexión como llevaba todo el día, respondí para mí mismo: ¿Celebrar exactamente de qué manera? Porque hay una manera en que, sin duda, tenemos que parar la celebración: ten más, experimenta más, traga más.

La versión más secuestrada de la meditación lleva un vestido similar. Quienes conozcan poco el budismo pueden sorprenderse de saber que originalmente el mindfulness no se diseñó para intensificar las experiencias sensoriales, sino que era una herramienta para romper su hechizo. «Disfruta más» —tal y como solemos entender esta frase hoy— habría sido su eslogan más inverosímil. Pero ¿qué hay de malo en disfrutar la vida, una se podría preguntar?

Sospecho que tendemos a interpretar las críticas budistas a lo sensorial como una negación de la vida tanto con como sin razón. Con razón porque el zeitgeist en el que se bañaba Gotama veía la vida efectivamente como una trampa —un sustrato religioso indio que las formas seculares del dharma quieren cambiar. Y sin razón porque ponernos a la defensiva con respecto a nuestro estilo de vida bloquea el pensamiento con matices.

Moldeados como estamos por una infancia cristiana reprimida y una loca pubertad consumista, tenemos muchos más números de andar con rodeos en cuanto a enseñanzas sobre la codicia que sobre la aversión. Sin embargo, pienso que en esa fase adolescente ya no hay nada más que hacer. Y, a pesar de no tener afinidad alguna con la mentalidad renunciante de la India del siglo V aC, me convenzo más y más de que necesitamos hablar seriamente sobre nuestra búsqueda patológica de gratificación.

Consumir, parece ser, no es sólo bueno sino una parte fundamental de la vida. Es «lo que hacemos.» Pero de la misma forma que el Buda criticó lo que hacían los brahmanes —sus ofrendas rituales al fuego— para ilustrar un problema —el hábito de echar más leña a los fuegos de la codicia, la aversión y la confusión— el dharma contemporáneo debe permanecer contracultural.

En lugar de la metáfora de avivar fuegos, tenemos la de consumir recursos. No sólo lo hacemos con el planeta, sino con nosotros: estamos agotando nuestras fuentes atencionales y energéticas; nuestras capacidades de empatizar y cuidarnos se están secando; ya no reflexionamos profundamente en lo que realmente nos importa porque nos mantenemos perpetuamente cansados, estresadas, desconectados (vaya paradoja) y entretenidas hasta el aburrimiento.

Para Gotama, el Buda histórico, la observación minuciosa de nuestra experiencia revela un problema con los placeres sensoriales. No están mal en sí ni son un pecado, pero tienen un fallo importante: no son una fuente fiable de bienestar. (Desde el punto de vista evolutivo, esto no es un fallo sino una característica; pero a la evolución no le importa el bienestar.) Esta poca fiabilidad sería menos problema si distinguiéramos bien entre apreciar algo placentero presente y desear algo placentero que no está presente. Pero carecemos de tal claridad.

Recuerdo el momento, en un retiro, en que esta distinción se me volvió cristalina —lo que la jerga budista llamaría un «momento de desengaño» (nibbida). Sucedió durante la comida. La instagrámica tendencia del food porn es la victoria de la salivación sobre el resto de la experiencia gastronómica. En cambio, en ese retiro, mi atención no sentimental puntuó esa vivencia más bien como un masticar cansino y mecánico.

En lugar del descubrimiento popularmente prometido —»nota los sabores plenamente, disfrútalos»— encontré de primera mano que lo que me enganchaba era el ansia por más, la persecución de la explosión de sabor liberada por el siguiente movimiento de mandíbula. Quita el ansia y… no era lo mismo. Pero es muy fácil que esto pase desapercibido: el millenial estereotípico, tras subir a la red una foto de su plato, come ansiosamente mirando netflix y sin poner ningún tipo de atención a la comida.

Photo by Victor He on Unsplash

Una actitud meditativa puede iluminar las distintas capas de nuestra experiencia, pero en nuestro modo habitual la línea entre «Estoy disfrutando esta comida» y «Quiero esta comida» es más que borrosa. Esta borrosidad está patente incluso en los antiguos dialectos índicos que el Buda hablaba, ya que la palabra kāma significa a la vez placer sensorial y deseo sensorial. Por suerte, el gozo y la alegría no están limitados a kāma. 🙂

No estoy abogando por suprimir sentimientos de disfrute frente a algo placentero, como si tuviéramos que comernos esas galletas que hornea nuestro amigo tratando a consciencia de evitar que te gusten. De ninguna manera el mensaje aquí es «No deberías sentir placer, por favor intenta no disfrutar.»

El problema yace en la estrategias dopamínicas que, igual que la publicidad engañosa, no cumplen sus promesas, pero sí se reservan un spot en nuestra cartelera interna. Así pues, ¿y si abortáramos el proyecto de buscar plenitud con esas estrategias y en cambio nos deleitáramos en otra parte? (Más sobre esto en la segunda parte.)

El theravada clásico y varios textos budistas primitivos cometen el error de abandonar el lenguaje del placer y el disfrute por completo. En lugar de eso, ¡reorientemos esta dirección humana natural hacia un lugar más sano! Como las psicólogas saben bien, se supera un mal hábito sustituyéndolo por uno bueno: la mera abstinencia no funciona. El mismo Buda usó el lenguaje del placer —los textos están llenos de sukha, lo opuesto a dukkha— y no olvidemos que, para sus rivales, Buda era «el del placer

Por los textos antiguos flota la tríada de conceptos de gratificación, inconveniente y emancipación. Stephen Batchelor ofrece unas reflexiones sobre esa tríada en «Después del budismo» (Capítulo 5, p. 232). No me convence del todo esa sección, por motivos que ahora constituirían una digresión demasiado larga; pero las reflexiones son interesantes si las queréis consultar.

A mi parecer, «emancipación» o «escape» —traducciones perfectamente correctas de nissaraṇa— son en el fondo malas elecciones condicionadas por la cultura renunciante, y a la gente de hoy nos dicen muy poco: ¿hay que escapar de cosas? Nosotros hablamos naturalmente de ese concepto en términos de «alternativa

Debemos comprender la gratificación que nos produce algo, así como sus desventajas y cuál sería una alternativa. Frente a impresiones sensoriales agradables ¡disfruta, sin lugar a dudas! Celebra la vida, como decía la pegatina, si esto significa sustituir codiciar por apreciar. Pero por encima de todo cultiva la saciedad y el discernimiento de lo que es necesario.

Más allá del umbral de necesidades básicas que hoy día ya está elevado —y bienvenido sea eso— ¿podemos cultivar el contentamiento, es decir, que todo extra agradable que nos lance la vida lo agradecemos pero no nos apegamos, y que no construimos nuestra vida alrededor de conseguir más de aquello?

Cultivando este contentamiento juicioso en lo que concierne a alojamiento, comida y ropa, dijo el Buda, pertenecemos a tres tradiciones ennoblecedoras Esta idea central queda amortiguada bajo los sonoros mensajes de no fustigarte y de relajarte enmedio de la alta velocidad del siglo XXI, que también son mensajes necesarios; pero estamos gordos, alimentados con agitación precocinada y, o sea, ¿¿con cuánta más frecuencia puede haber rebajas y cambios de moda??

Antes de que esto suene demasiado a una doctrina de austeridad y amputación: hay una cuarta tradición ennoblecedora, cuyo requerimiento para sus miembros es que se deleiten. Sí señores. ¿Y con qué? Con cultivar y con soltar. No nos tomamos este deleite lo suficientemente en serio, tendemos a pensar en la práctica en términos de una nueva obligación y de disciplina —muy a menudo ayudados por textos budistas.

¿Qué pasaría si cultiváramos activamente gozar de pequeñas buenas acciones que ya cometemos cada día? ¿…de hacer más de esas? ¿…de desarrollar una escucha empática? O darnos más cuenta de momentos diarios de saciedad, calma y apertura; o disfrutar de los estados meditativos placenteros; o vivir, en un deleite consciente, el cese de todos y cada uno de los pensamientos reactivos. ¿No es esa una visión de ejercitar lo mejor de nuestra humanidad?

Estamos llenando de mierda el mundo y a nosotras mismas. Si el dharma va a mejorar algo de eso tiene que mantener o recuperar la radicalidad del mensaje de Buda y contrarrestar la extendida percepción de que somos principalmente consumidores, ya sea de cosas, de contenido o de experiencias: también podemos ser, por encima de todo, cultivadores.

Esta no es una ideología anti-placer ni anti-disfrute, repito: deja espacio a la apreciación artística y, de hecho, aboga por incluir el gozo en la práctica espiritual. Pero me parece importante no ceder al discurso catastrófico de que perseguir la gratificación es intrínsicamente bueno y, por tanto, no puede ser criticado: el consumo mueve el mundo. (Bueno, de hecho lo hace, y no mola mucho hacia dónde.)

Empeoro mi vida básicamente a través de patrones reactivos-compulsivos. Y aunque muchos tienen que ver con la aversión, el fustigarme, etc., muchos otros tienen que ver con la codicia: ¡no todo va sobre la voz crítica interna! —hay que aprender a leerla y ella tiene que aprender a comunicar su sabiduría (que la tiene) desde la autoamistad y no el autodesprecio, pero yo personalmente no querría acallarla del todo.

Tampoco estoy abogando por cesar todo consumo, y hay que estar alerta a nuestra propensión cultural a plantearnos esto en términos de reprimirse. Empecemos por llevar nuestras esperanzas de bienestar lejos del consumo de objetos, comida y actividades que coleccionen likes, y reubicarlas a los campos de buenas cualidades mentales —y tomemos placer en esto activamente. Si pensamos sólo desde la perspectiva de dejar la basura, fracasaremos estrepitosamente. Estamos demasiado enganchados. Y esto se debe a dos motivos. Primero: la reactividad-compulsividad es un legado de nuestra evolución. Segundo: hemos dejado que esas compulsiones diseñen nuestro entorno, con lo cual ahora es un entorno i-de-al para que esas compulsiones prosperen.

En este estadio avanzado de tal feedback loop, las consecuencias de la versión reactiva o codiciosa de ese «celebrar la vida» son devastadoras: el mundo está ardiendo, engordando, ahogándose, adormecido con entretenimiento, disperso… Debemos redefinir lo que significa «crecer,» y apuntar nuestro disfrute hacia construir caminos y gozar de la cesación de reactividad: entonces sí podremos realmente celebrar la vida.

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