O extinguimos la codicia o NOS extinguimos — El sentido original del nirvana

Casi titulo este artículo “Minimalismo o barbarie”. Necesitamos un nuevo estilo de vida, una reforma integral. Por muy beneficiosos que sean los enfoques intervencionistas, siento que están empezando a perder el tren. No hace falta borrarlos del mapa, de ninguna manera, pero limitarnos a ellos es una ceguera tozuda, y casi patológica, que nos va a costar un precio alto.

«Estabas presente, sí. Pero dirigiste una empresa que … contaminó la tierra. Qué bien que te sintieras en conexión con tu cuerpo y tu respiración mientras lo hacías.» (fuente)

Lo peor es que esta desgarradora viñeta aún contiene el optimismo de suponer que quedará alguien para hacer esa reflexión. No lo comparto por cómo señala a quienes dirigen empresas, sino por el impacto ecológico que todos tenemos —y con eso no quiero caer en la falacia de que todos tenemos el mismo poder.

Un antiguo modelo dibuja el despertar gradual en diez ataduras (saṃyojana) de las que hay que librarse. Una de las primeras es el apego a las técnicas (sīlabbataparāmāsa). El Buda, que formuló sus enseñanzas en respuesta al mercado espiritual de su día, criticó una actitud que veía muy de moda en su día, y que me gustaría llamar tecnofilia: ceñirse a la realización de unos ejercicios, ya fueran los rituales del brahmanismo o asceticismo extremo, pero luego no prestar atención al comportamiento del día a día.

En contraste a una perspectiva intervencionista y tecnofílica, el Buda propuso un camino holístico y ético. Éste era un sello de su enseñanza, inequívocamente, y los textos pali lo atestiguan: aunque las instrucciones concretas existen, brillan por su escasez y sobriedad. (Escribí sobre eso dos artículos atrás.)

Por encima de todo, el budismo primitivo habla en términos de adquirir una sensibilidad que discierna la cualidad ética de nuestras acciones, pensamientos y palabras, para así poder cultivar aquello que es beneficioso, que contribuye al bienestar personal y colectivo, que conduce a la serenidad y la comprensión, a la liberación. Pongo énfasis en lo del bienestar colectivo para quienes creen que eso no es dharma: nada menos que la famosa enseñanza de la originación dependiente (paṭiccasamuppāda) se presenta como un análisis de cómo se gestan y resuelven las disputas.

Me temo que hoy estamos inmersos en esa atadura de la tecnofilia —y tensando el nudo. Una visión de nuestro potencial que se quede al nivel de la intervención es una visión limitada y limitante. Pretende que sin cambiar tu vida puedes insertar un ejercicio en tu calendario y eso hará el trabajo. Y aunque el contraste de los inicios es prometedor, quedarse ahí es no avanzar.

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Un budista de compras

Hace unas semanas vi el reportaje del programa Salvados titulado “¿Quién, cómo y dónde se fabrica la ropa que venden las grandes marcas?” (ver aquí). El programa explora la industria de la moda barata y pasajera, el fast fashion. Me gustó mucho y os recomiendo con entusiasmo que lo veáis. Al terminarlo, me pregunté si podríamos analizar lo que este reportaje retrata usando conceptos budistas.

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Por supuesto. Uno de estos conceptos es la intención apropiada, el segundo elemento del camino óctuple. Lo veréis traducido habitualmente como ‘intención correcta’ o ‘pensamiento correcto’. El Buda lo define así en el discurso nº22 del Digha Nikaya (la colección de discursos largos):

¿Y qué es, monjes, la intención apropiada? La intención de renuncia, la intención de benevolencia, la intención de inocuidad. Esto, monjes, se llama intención apropiada.

El reportaje empieza con entrevistas a pie de calle en las que se pregunta sobre hábitos de consumo en ropa, evidenciando una cultura basada en comprar mucho, muy a menudo, muy barato, usarlo poco tiempo y tirar mucho. Y volvamos a empezar. ¿Qué valores y actitudes se alimentan así? ¿Qué efectos tiene ese ciclo codicioso de compradores y productores? No tiene término. No tiene descanso.

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