Hace unos días pasé por delante de un escaparate en el que, con letras grandes y coloridas, ponía: «Hoy puedes conseguir todo lo que te propongas.» Ése es el tipo de mensaje positivo de moda que, según el momento en que te pille, te puede inyectar la motivación y el entusiasmo que justo necesitabas o, por el contrario, darte ganas de mandar el escaparate a la mierda.
A principios de verano una amiga del grupo de meditación me dejó un libro titulado «La sociedad del cansancio» de Byung-Chul Han, un filósofo coreano residente en Alemania. En esta obra muy breve, Han sostiene que en nuestra era las epidemias ya no son víricas sino neuronales: depresión, trastorno de déficit de atención, síndrome de desgaste ocupacional, etc. Esto coincide con un culto a la productividad, un discurso imperante de ‘tú puedes’ y un exceso de positividad. Las consecuencias son un miedo a ‘no ser capaz’ y una elevación de las espectativas y ambiciones de la gente que, a veces, se dan con la realidad, no pueden ‘poder’ más y sienten que algo no funciona en ellos o ellas.
Abro youtube y dos de los vídeos que me recomienda son «Los 5 hábitos de la gente altamente eficiente» y «Cómo hablar cualquier idioma en un mes.» El argumento de Han no es que los mensajes de inspiración no tengan su lugar, sino que el exceso de positividad y de ‘podeidad’ genera un efecto rebote: la gente se desgasta, se deprime, etc. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la primera noble verdad del Buda?
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