Todos tiemblan ante la violencia,
todos aman la vida.
Poniéndose en el lugar del otro,
uno no mata ni causa la muerte.– Dhammapada 130
He dudado mucho antes de ponerme a escribir este artículo —todavía guardo en estado de borrador el que escribí a raíz de los atentados de Charlie Hebdo y que nunca publiqué. Sin embargo, responde a la función de este blog de explorar cuestiones relevantes para nuestro tiempo a la luz de una comprensión y práctica contemporáneas del budismo, y a la convicción de que éste no puede desconectarse de los acontecimientos que afectan a la sociedad. Las reflexiones no son en esencia políticas sino que parten de las preguntas: ¿Cómo entiendo mi práctica del dharma ante sucesos como los ocurridos el pasado fin de semana? ¿Y cómo entiendo los acontecimientos a través de conceptos budistas fundamentales?

Quizás resulte útil resumir en el siguiente esquema (ridículamente simple) lo ocurrido este fin de semana: tiene lugar en París un ataque atroz a civiles por parte del Estado Islámico; el ataque es el resultado de ciertas condiciones; el ataque condiciona respuestas por parte de los políticos y de la población. De todos los análisis posibles, creo que hay dos enseñanzas budistas que podemos subrayar especialmente.
La primera es la insustancialidad o vacuidad, extensión de la enseñanza del no-yo. El budismo insiste en que las cosas no existen en y por sí mismas, sino únicamente como resultado de unas circunstancias particulares: nada tiene una esencia inmutable. Esto nos fuerza a pensar qué cosas han culminado en los ataques del pasado viernes y a considerar la posibilidad de que “tengamos» algo que ver. Entre comillas, claro, porque se refiere a ciertos países europeos; pero como dice Julien Salingue en su blog dirigiéndose a los líderes políticos, quizás esto es otro caso de «vuestra guerra, nuestros muertos.»
Veracidad de estas afirmaciones a parte, me limito a proponer que la idea budista de la insustancialidad sirve como antídoto a la tentación de aislar de su contexto a los ataques terroristas y a sus autores. El corolario de que algo exista únicamente en dependencia de unas condiciones es que, si las condiciones hubieran sido distintas, ese algo también. Esto erosiona la lógica con la que nos separamos del otro y le juzgamos. Haciendo referencia a un suceso real, Thich Nhat Hanh escribe en su poema “Llamadme por mis verdaderos nombres”:
Soy la niña de doce años,
refugiada en una pequeña embarcación,
que se arroja al océano
tras haber sido violada por un pirata.
Y soy el pirata,
cuyo corazón es aún incapaz
de ver y de amar.
“En mi meditación,” comenta el maestro zen y poeta, “vi que si hubiera nacido en el pueblo del pirata y crecido en las mismas condiciones que él, ahora soy el pirata. No puedo condenarme tan fácilmente.” (Sallie B. King, 2009, Socially Engaged Buddhism, p. 28) A raíz de los ataques del 11 de septiembre en Nueva York, el Dalai Lama declaró que “el terrorismo no puede vencerse con el uso de la fuerza, porque no trata los complejos problemas subyacentes.” Rechazando por completo la opción de la venganza y enfatizando que responder con violencia sólo causaría satisfacción y resultados a corto plazo, pero a la larga más sufrimiento y destrucción, el Nobel de la paz instó al presidente Bush a “examinar los factores que engendran y dan lugar al terrorismo.” En referencia a estos ataques ha comentado que la violencia es una reacción miope.
La segunda enseñanza es la compasión. Junto con la bondad o amabilidad, la alegría empática y la ecuanimidad, la compasión forma parte de cuatro meditaciones llamadas “residencias divinas” (brahma-vihara). La cuestión es que, en consonancia con lo discutido hasta ahora, no podemos reservar estos valores para aquellos que nos complacen: deben generarse de forma imparcial. Podemos comprender intelectualmente la condicionalidad o insustancialidad; pero necesitamos un método sistemático para cultivar ese entendimiento y traducirlo a nuestro mundo de emociones y actos. Es aquí donde entran estas meditaciones, también llamadas “inconmensurables” puesto que su objetivo es eliminar las limitaciones que ponemos en cuanto a los recipientes de nuestra bondad o compasión.
En el penúltimo párrafo del Kakacupama Sutta (MN 21), el Buda dijo que “aún si unos bandidos os hubiesen cortado salvajemente miembro tras miembro con el serrucho de doble filo, aquel que permitiera surgir en su mente el odio hacia ellos” no estaría practicando el dharma. La imagen puede ser algo extrema, pero el mensaje fundamental es claro: no albergar odio o aversión hacia aquellos que nos causan daño. Hasta cierto punto esa hostilidad es natural y no creo que se trate de condenarla o ser naïve; pero el camino espiritual consiste en elegir qué actitudes y valores queremos cultivar de cara al futuro. Yo no voy a comentar sobre los sentimientos de aquellos que han perdido a alguien en los atentados, sería irrespetuoso y grosero por mi parte. Pero los demás, ¿estamos usando este acontecimiento para alimentar animadversiones, estereotipos, separación? ¿O para cultivar la compasión y la ecuanimidad, así como la comprensión de una realidad compleja?
En cierto modo, es comprensible que nos afecten más los ataques de París que los de oriente medio; pero esto no significa que debamos perpetuarlo. ¿Es «comprensible» sinónimo de «moralmente justificable»? Tras ser honestos y comprensivos, ¿no deberíamos intentar mejorar? ¿Me afecta más que masacren a desconocidos franceses que a desconocidos libaneses o iraquís? ¿Por qué? ¿Tan apegado estoy a mi nacionalidad, a la de los franceses, y al hecho de que ambas se engloban en lo que llamamos Europa? ¿A partir de cuántos kilómetros dejan de afectarme las tragedias?
A la luz de estas dos enseñanzas, tengo la impresión que mucha de la respuesta del mundo occidental se limita (1) a demonizar a los atacantes, simplificando su realidad y cegándonos ante «nuestra» posible parte de responsabilidad; (2) a enfatizar el daño que nos han causado, alimentando nuestra aversión y hostilidad; y (3) a canalizar los puntos 1 y 2 —y nuestros anhelos de seguridad— en la idea de una contundente venganza. Aunque siempre es difícil imaginar qué diría Buda, hay casos en que los textos encajan demasiado bien:
“Me insultó, me maltrató,
me derrotó, me saqueó.”
Aquellos que albergan estos pensamientos
no apaciguan su odio.El odio nunca cesa
por medio del odio;
sólo cesa por medio de la bondad.
Ésta es una ley eterna.– Dhammapada 3 y 5
Las reacciones de nuestros líderes políticos y los mensajes de muchos medios de comunicación contribuyen a fortalecer una dualidad «occidente / mundo árabe» que es negativa en ambas direcciones. Cada lado proyecta el simplista “buenos y malos” en concordancia. Cuanto más fuerte la polarización, menos reconocemos la humanidad de aquellos que están detrás de los atentados, y nuestra solidaridad selectiva es leña para el fuego del odio en oriente medio. En un artículo titulado “Desde Beirut, esto es París: En un mundo al que no le importan las vidas árabes,” un bloguero escribe lo siguiente:
Cuando mi gente murió en las calles de Beirut el 12 de noviembre, los líderes del mundo no se levantaron en condena. No hubo declaraciones expresando solidaridad con los libaneses. No hubo una indignación global sobre que gente inocente cuyo único error fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado no debería compartir ese destino … Obama no emitió un comunicado diciendo que esas muertes eran un crimen contra la humanidad; después de todo, ¿qué es la humanidad sino un término subjetivo que define el valor de los humanos a los que se refiere?
…
Cuando mi gente murió, ningún país se molestó en iluminar sus edificios emblemáticos con los colores de su bandera. Ni siquiera Facebook se molestó a asegurarse que mi gente se marcaba “a salvo,” por trivial que sea.
El periodista barcelonés Èric Lluent también reflexionó en su blog acerca de la relevancia y el significado del filtro de la bandera francesa que habilitó Facebook. ¿Qué mensaje mandamos a esas regiones con tanta movilización de emociones para Francia y tanto despliege de indiferencia para ellos? ¿Cómo deben vernos? Según el bloguero libanés, muchos habitantes de su país han llegado a interiorizar que sus vidas no cuentan demasiado. O puede que nosotros hayamos interiorizado que las nuestras importan en exceso. Tengo la sensación de que la actualidad nos está exigiendo que empecemos a pensar de forma más global y más equitativa.
Antes de terminar, me gustaría sugerir una modificación de la tradicional meditación de la bondad o amabilidad que he mencionado antes. Llamada mettā en pali (que proviene de la palabra para “amigo”), en inglés se traduce como “loving kindness” y, a menudo, “bondad amorosa” en castellano. Consiste en generar buenos deseos o intenciones usando frases como «Deseo que seas feliz; deseo que tengas salud, que estés fuera de peligro y lejos del sufrimiento; deseo que vivas en paz.” Tradicionalmente, esta benevolencia se dirige hacia uno mismo y luego se extiende gradualmente hacia personas que te gustan, personas hacia las que no tienes sentimientos concretos (quizás alguien que te cruzas a menudo por la calle) y personas con quien tienes dificultades.
A raíz de la situación actual, quizás también podríamos también practicar metta en una progresión territorial y cultural: empezando por aquellos de nuestra ciudad, provincia o país, con quienes compartimos lengua, gastronomía, paisaje… y moviéndonos luego hacia aquellos con quienes nos cuesta un poco más empatizar, quizás porque son distintos, porque tienen creencias o costumbres que no compartimos o incluso desaprobamos, o porque no sabemos mucho de ellos; sin embargo, intentamos conectar con la persona que hay detrás, con el hecho de que sufre, tiene miedos, ansiedades, cosas que le entusiasman. Y así evolucionamos desde nuestro vecino hasta la persona geográficamente lejana y culturalmente ajena: no somos, en lo fundamental, criaturas dispares.
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Le ha faltado decir que la bondad amorosa de «metta» se debe generar también, sin paliativos, hacia quienes podemos llegar a creer nuestros enemigos, en este caso los autores de los atentados. Y digo, sin paliativos porque aunque su artículo es lúcido y cabal desde lo que cabe esperar de un practicante del Budhadharma, y lo comparto completamente, atento a las enseñanzas del Buddha y a los testimonios del Dalai Lama o Thich Nhat Hanh, aquí no cabe ser tibios: debemos desear el beneficio de los cuatro inconmensurables no sólo a quienes nos causan meras dificultades sino a quienes abiertamente nos llegan a causar el mayor daño, los terroristas en este caso. Sé que nos resulta muy difícil llegar a este nivel de compasión, tal y como usted así lo expresa, pero sin duda es lo que nos puede y debe dar la medida de lo acertado de nuestra práctica, o al menos de nuestro intento por renovarla, acrecentándola día a día. Por eso creo que estos son momentos en que cabe enfatizar el carácter ilimitado, incondicionado e inconmensurable de «metta» y, aun considerando que de su artículo se extrae todo esto con claridad, hecho en falta el acento al final. Sin embargo agradezco su artículo que, confieso, echaba en falta estos días y que como digo, me ha parecido clarficador y ajustado a lo que cabe esperar de alguien comprometido con la enaeñanza y vivencia del Dharma.
He recordado lo que mi maestro zen Hogen Yamahata – un activo ecologista en Japón – me respondió cuando le pedí su opinión sobre el atentado que costó la vida en Euskadi al ingeniero de la central nuclear de Lemoniz, «la sangre nunca lava la sangre» dijo; ninguna noble causa justifica el asesinato.
Y he recordado la historia del Buddha y Angulimala, aquel terrorista, o asesino en serie («collar de de dedos», significaba su nombre, al que faltaba en su cuello el dedo de la mano del Budda, para completar su historial sangriento), y cómo arrepentido y acogido en la Shanga llegó a alcanzar el despertar, redimiéndose y aun pudiendo salvar a una mujer y a su hijo en el momento del parto. En Asia se recuerda a Angulimala, no por sus crímenes ni por su redención final, sino porque las parturientas se encomiendan a él. De la hiatoricidad de esta historia, que se narra en los sutras, naturalmente no puedo proporcionar más pruebas, y en un blog como este, pero me basta como ejemplo de la bondad amorosa, del poder de «metta». Gracias.
La veracidad empírica de historias como la de Angulimala puede ser interesante a nivel de investigación académica, pero no es importante en última instancia: lo relevante es el mensaje y los valores que transmiten. No conocía lo de los partos, gracias.
Muchas gracias por compartir! Estoy totalmente de acuerdo.
Todo es Conciencia, aún aquello que no entendemos y nos preocupamos en entender…
Es oportuno recordar que el budismo fue erradicado de la India, su pais de origen hace 900 años. La razon principa fue la entrada de los musulmanes o islamistas o maometanos o yihadistas o como se llamen que cortaron el cuello a todos los monjes que no emigraron a Nepal o Ceilan. El budismo solo se empieza a recuperar cuando los de la religion de la paz fueron segregados a Pakistan el siglo pasado.
Es totalmente cierto. Pero no acabo de comprender el objetivo de enfatizarlo… Las enseñanzas budistas rechazan por completo las ofensivas violentas (¡aunque la historia del budismo no está exenta de ataques violentos!), pero son ambivalentes en cuanto al uso de la violencia en defensa propia cuando no hay otras alternativas.
Versos como los citados del Dhammapada instan a no acumular rencor, ya que puede desencadenar en actos de odio y venganza con violencia; y las enseñanzas de no apegarse también pueden aplicarse a la religión budista misma. Cuando estas dos cosas no se siguen, tienen lugar sucesos como la represión y violencia contra la minoría Tamil (no budistas) en Sri Lanka o, más recientemente, los discursos anti-Islam del monje U Wirathu en Myanmar (Birmania), que apelando justamente a lo que tú dices ha generado oleadas de violencia contra las minorías musulmanas de ese país.
El objetivo de enfatizarlo es ver la realidad tal y como es, analizando si es posible causas y consecuencias según sabiduría de cada cual. Esa es la realidad, desgraciadamente. Ponerle cortinas agradables a la realidad para no verla es delirante. Precisamente la metáfora de Angulimala es la de la no-evitación. Es decir no luchar, correr o hacerse el muerto (que son las respuestas del sistema simpático ante el estrés – una buena base para el mindfulness!) sino acercarse con amor. Esa no-evitación esta basada en la aceptación y para eso primero hace falta comprender, y comprender en profundidad, es decir, ver la realidad tal cual es. El origen de la leyenda de metta es también el de la no-evitación y aceptación de lo que hay con amor.
Por otro lado no hay un budismo, sino muchos. Incluso fundamentalistas que no mencionas. Los que mencionas son estilo funcionarial medieval asiático, muy alejado del secular contemporáneo occidental. Por otro lado no veo incompatible el metta, karuna, etc. con los que te están cortando el cuello, sobre todo teniendo en cuenta que el movimiento original en tiempos de Buda era radical hasta decir basta, con nulo apego a la vida propia y cero comodidades. “Yo esta vida no la recomiendo” que dijo Buda. Nada que ver con la enseñanza-disciplina que tenemos ahora, que más parece hecha para poner cortinas que decoren y tapen la realidad del sufrimiento.
El amor, la generosidad y la sabiduría acaban con el odio, la codicia y la ignorancia. Nada nuevo o que no sepamos . . .
«Por otro lado no veo incompatible el metta, karuna, etc. con los que te están cortando el cuello» Totalmente de acuerdo: esto es lo que dice el artículo.
Entonces seamos coherentes: apelar a que, hace siglos en la India, gente de la misma religión que los terroristas de Daesh mataron a todos los pacíficos monjes de la religión de muchos lectores de este blog no es precisamente una llamada al amor y comprensión hacia los terroristas: veo más fácil que eso favorezca el rencor, odio, miedo. O bien parece un alegato contra la no-violencia, como diciendo: ¡mira lo que les pasó a los monjes budistas de la india con su no-violencia cuando vinieron los musulmanes! No es cuestión de negar ese hecho histórico, por supuesto. Pero mi ejemplo de U Wirathu en Myanmar era una muestra fáctica de lo que esos argumentos pueden fácilmente generar. Por eso me preguntaba en qué sentido insistir en eso nos acerca al cultivo de la bondad y la compasión hacia víctimas Y atacantes en París.
Antes de iniciarme en el camino del conocimiento y pràctica del budismo, fuì enfermera por 18 años, saben què fue lo primero que aprehendì…? … no debo hacer diferencia entre el agresor y el agredido, es màs, no perdìa tiempo en querer saber quièn era quièn, todos debìan ser ayudados en aliviar su dolor. Es un impulso ciego, amor en acciòn, inteligencia puesta en funciòn de ayudar… NO ALEGRÌA, NO TRISTEZA.