Un mojito, Venerable

Mientras la popularidad del budismo sube en occidente, su relevancia se debilita en los países donde es la religión tradicional –o una de ellas. Las sociedades asiáticas se modernizan con rapidez y acogen con entusiasmo el mismo proceso que, en Europa, fue vaciando las iglesias. El budismo no atrae al mismo volumen de gente y, por lo tanto, cuenta con menos apoyo económico. No tiene más remedio que adoptar medidas para seguir siendo relevante (y económicamente viable) en la sociedad del siglo XXI.

Algunas de las medidas de modernización más habituales en muchos países budistas son ofrecer seminarios en inglés para los turistas o los extranjeros residentes en el país, u ofrecer fines de semana de inmersión. Los sacerdotes han abierto blogs. Se dan clases de meditación y de yoga en templos urbanos. Pero todo esto es bastante convencional, y Japón, que tiene fama de idear cosas que nos parecen estrambóticas, va un paso más allá.

bar tokyo

En un esfuerzo por volver a formar parte de la vida cotidiana de los japoneses, un templo de Tokyo (Tusikij Hongan-ji) ha adquirido una cafetería adjunta, ofrece conciertos de órgano, pasa eventos deportivos en una gran pantalla e incluso congregó a un millar de jóvenes en un concierto de la banda de rock The Zazen Boys. Si la gente vuelve a pasar ratos libres en el templo, quizás se les encienda la curiosidad por el dharma. Lo de los conciertos, de hecho, se ha hecho en varios edificios históricos, budistas y no-budistas.

Los templos también han empezado a conducir bodas al estilo occidental. Esto quizás no nos sorprenda mucho, pero es un gran cambio porque tradicionalmente el budismo ha considerado el matrimonio como un asunto civil y no tiene una ceremonia para ello. En Japón el budismo se ha relacionado siempre con los funerales y quizás ahora, si empieza a formar parte de los acontecimientos alegres y las celebraciones, la sociedad japonesa dejará de percibirla como una religión tan gris.

A pesar de eso, el Buda y otras deidades budistas no han dejado de conversar con el colorido mundo del manga: la leyenda de Gautama ha aparecido en papel y en pantalla, existe una serie que retrata a Buda y a Jesús como dos jóvenes que comparten apartamento en Tokyo («Saint Young Men«), y las criaturas de la cosmología budista siempre han alimentado la imaginación de los artistas. Si queréis, hasta podéis comprar el Sutra del Corazón en cómic.

Las deidades budistas pasadas por la estética kawaii (adorable; cute en inglés) del manga han encontrado su casa en Ryoho-ji. Este templo de la capital nipona se ha llenado de dibujos con códigos QR que dan información sobre las deidades. También ha generado un canal de youtube, videojuegos y quedadas temáticas, y ha publicado dos videoclips. Podéis ver uno de ellos aquí:

Todo parece muy inofensivo hasta ciertas imágenes en los últimos minutos, o hasta que uno se entera de que la chica que sale es una conocida actriz porno que figura ser Kisshōten, una deidad particular del budismo japonés, y que la letra dice «Rápido, toma refugio en mí, volvámonos uno.» Entre esta erotización de la experiencia religiosa y todo el merchandising generado alrededor del templo, parece que Ryoho-ji se haya rendido por completo a la cultura del consumo y la gratificación sensorial constante. (más info en inglés)

Pero me he guardado mi ejemplo favorito de adaptación para el final. Es el Vow’s Bar: un bar de copas donde los camareros son monjes. Hay que apuntar, primero de todo, que en Japón hay monjes que se casan (suelen llamarse sacerdotes), que heredan el templo de sus padres, o que tienen otros trabajos si no pueden sobrevivir sólo de su labor parroquial. Y como la gente ya no va al templo a contar sus problemas, un sacerdote de la escuela Jodo Shinsu (Tierra Pura), en un ejemplo magistral de traer la montaña a Mahoma, abrió un bar. La idea ha funcionado y el bar ya tiene un hermano, el Vow’z. Su propietario, otro sacerdote, dice que la mayoría de templos están cómodos con el dinero que reciben por sus ritos funerarios y no hacen ningún esfuerzo por conectar con la gente.

En el Vow’s (que en japonés suena como la palabra para monje) la carta parece un sutra y las botellas de licor comparten pared con un altar; pero no es un simple bar temático, sino un lugar donde reunirse para hablar de dharma, para escuchar recitaciones o para recibir consejos espirituales entre trago y trago de daiquiri. Además, sin la reverencia que inspiran los imponentes templos, los clientes son un público más exigente. «Aquí, si no les gustan mis sermones, se van» dice uno de los monjes-camareros. Tienen que esforzarse en presentar su conocimiento de la filosofía budista de una forma amena, relevante y aplicada a las vidas de los japoneses modernos.

Priest pouring cocktails in Tokyo bar

Quizás algunos de estos ejemplos nos parecerán pintorescos, otros una ‘ida de olla’ o una blasfemia, en algún caso creeremos que van demasiado lejos, que están rebajando demasiado las enseñanzas, contradiciéndolas, o cambiando tanto el envoltorio que el contenido queda dañado. Pero, a excepción del caso de Ryoho-ji, yo los veo como esfuerzos genuinos para seguir conectando con las nuevas generaciones. Y no sólo eso: no creo que esto sea nada nuevo.

Todo movimiento humano –ya sea religioso, artístico, político– busca formas de comunicarse con éxito con su público. Y cuando la sociedad cambia, las formas deben cambiar también. No hacerlo sería como seguir hablando a las generaciones que ya no están. Y precisamente porque gran parte del mensaje es atemporal, quien quiera pregonarlo deberá encontrar los métodos que funcionen en cada momento de la historia. Y esto es lo que el dharma ha hecho siempre.

El mahayana, por ejemplo, fue un movimiento de popularización. Sin embargo, con el tiempo se fue convirtiendo en aquello que había nacido para contrarrestar. Y cuando se volvió académico, complejo, anquilosado, alejado de la cotidianeidad de la gente, apareció otro movimiento, el zen, con recursos nuevos y creativos. O yendo más atrás aún: el invento de la representación del Buda en forma humana facilitó un acercamiento y un diálogo entre los practicantes y la meta a la que aspiraban. Y las estatuas clásicas de budas y bodhisattvas ¿no estaban hechas a la moda de su momento tanto como las versiones manga lo están hoy? ¿Y qué hay del incremento de elementos devocionales o de la insersión de nuevas deidades? ¿Y de la popularización de la meditación entre laicos del último siglo? ¿No son todo eso maneras de que el dharma hable el idioma de cada época?

El budismo es (o debería ser, por coherencia con su propia doctrina de la vacuidad) adaptabilidad y accesibilidad. De hecho, de esto va este blog: de explorar la posibilidad de un budismo sin la metafísica de la reencarnación, el karma y los varios reinos de existencia, y que siga siendo budismo. Porque todo lo que es condicionado se transforma con el tiempo, y ¿qué lógica tendría que el dharma no?

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