Cultivando la igualdad

[3 páginas] En este artículo de la revista Tricycle, otro traductor del Dalai Lama nos expone la base sobre la que se fundamenta la compasión y nos inspira a cultivarla en un ejercicio de meditación aplicado al día a día. Gracias al amigo Stefan por la traducción al castellano.

Durante una conferencia del Dalai Lama, cuando era su intérprete, le oí decir, en lo que a mi me pareció un inglés defectuoso: “la bondad es la sociedad.” No fui lo suficientemente inteligente como para entender que realmente estaba diciendo que la bondad es la sociedad. Creí entender que lo que quería decir era que la bondad era importante para la sociedad, o que la bondad era crucial para la sociedad… pero de hecho lo que estaba diciendo era que la bondad es tan importante que no puede existir una sociedad sin ella. Que una sociedad sin bondad es imposible. Es decir: que la bondad ES la sociedad, que la sociedad ES la bondad. Que es imposible que exista una

sociedad si la gente no se preocupa por  los demás.

Al Dalai Lama le gusta decir que siente a cada persona como a un hermano o hermana, aunque sean de religiones distintas, hayan crecido en otras partes del mundo, hablen idiomas diferentes y se vistan de forma diferente (como lo son las personas que encuentra en sus giras de conferencias).
Los humanos nos conocemos bastante bien. Todos queremos ser felices y no queremos sufrir. Parece una obviedad, algo superfluo. Pero es necesario decirlo y reflexionar sobre ello porque no siempre somos capaces de ser plenamente conscientes de que, de la misma manera que yo quiero ser feliz y no quiero sufrir, tú también quieres ser feliz y tampoco quieres sufrir. Más bien tendemos a pensar lo siguiente: “Vale, quiero ser feliz y no quiero sufrir y los demás también quieren felicidad y no sufrir.” Pero luego nuestro siguiente pensamiento es: “¿Cómo puedo utilizarte en beneficio propio?”

La costumbre me lleva a pensar: “¿Cómo puedo usarte en mi búsqueda del placer y de la supresión del dolor?” Sin embargo, si recordase que quiero felicidad y no-sufrimiento y que tú, de la misma manera, aspiras a lo mismo, no te podría pedir que te pusieses a mi servicio.

Al notar lo que me cuesta vivir teniendo siempre presente esa cualidad básica de los seres conscientes (lo que incluye a los animales), he intentado reflexionar sobre qué es lo que impide este reconocimiento constante. A pesar de que somos tan parecidos, es tan fácil olvidarse de ello y empezar a utilizar a los demás en beneficio de nuestra propia felicidad. En vez de ofrecerme para hacer felices a los demás, pienso que los demás deberían estar dispuestos a contribuir a mi felicidad. Y si no lo están… ¡cuidado!

¿Qué es lo que hace que nuestras mentes sean incapaces de entenderlo o de olvidarlo tan fácilmente? Uno de los factores que lo explican es que normalmente interactuamos con otras personas a través de nuestra consciencia visual, a través de nuestros ojos. A los demás solamente los vemos mientras que a nosotros mismos nos sentimos por dentro y percibimos directamente nuestras propias sensaciones de calor, frío, hambre, sed, inspirar, espirar, tener tal placer o tal dolor.

Como dependemos tanto de la visión, vemos a la gente según categorías visuales como blanco, negro, amarillo y rojo. En la educación monástica tibetana, una de las primeras cosas que se pregunta a los monjes novicios en los patios donde debaten es si un caballo blanco es blanco. La respuesta correcta es: “No, el color de un caballo blanco es blanco.” Un caballo, como un humano, es un ser consciente y los seres conscientes no son colores. Los colores son materiales. Las personas no son materiales. Las personas están ligadas a su dependencia de la mente y el cuerpo pero no son ni mente ni cuerpo, ni tampoco son no-mente y no-cuerpo, ni siquiera son la conjunción de mente y cuerpo.

Cuando entendí hasta qué punto estamos centrados en nosotros mismos fui capaz de comprender por qué el Dalai Lama, ya en su primera visita a Europa, al llegar a cada ciudad anunciaba: “Todo el mundo quiere la felicidad y nadie quiere sufrir.” En la India yo había asistido a sus largas conferencias de cuatro a seis horas diarias, dieciséis días seguidos, sobre complejas cuestiones filosóficas o psicológicas…  y en cambio al llegar a Europa parecía que lo único que tenía que decir era que “todo el mundo quiere la felicidad y nadie quiere sufrir.” Llegaba a un aeropuerto y anunciaba que todo el mundo quiere ser feliz y nadie quiere sufrir. Tenía una rueda de prensa y anunciaba que todo el mundo quiere ser feliz y nadie quiere sufrir. Y en una ciudad tras otra yo me preguntaba: “¿Pero qué le pasa?” Y sin embargo el entender que los demás son tan parecidos a nosotros mismos genera una perspectiva diferente, una visión del mundo radicalmente distinta. Cuando internalizas esta nueva perspectiva ya no te separa una brecha de los demás sino que sientes que te relacionas con alguien con quien tienes mucho en común. Sientes que conoces a la otra persona.

Una de las extraordinarias ventajas que tuve al viajar con el Dalai Lama como su principal intérprete al inglés en giras de conferencias durante 10 años era que normalmente daba la primera parte de las charlas en inglés y por ello tuve la oportunidad de oír su mensaje repetido infinidad de veces. Y a pesar de que oí miles de veces “todo el mundo quiere ser feliz, nadie quiere sufrir,” el mensaje seguía haciéndome pensar: “Sí, necesito oír esto.” Comprendí que en el plano personal y práctico tenía que traducir esa orientación en comportamientos concretos aplicados en cada momento. Eso requiere centrarse en los sentimientos de los demás y no tanto en su color o aspecto físico.  Cuando te duele la cabeza y quieres que el dolor desaparezca, piensa que todo el mundo experimenta ese dolor igual que tú. Nadie quiere seguir teniendo dolor de cabeza.

A veces, ver a alguien que sufre genera felicidad. Pensamos: “Está recibiendo lo que se merece.” Para cambiar de actitud, suponiendo que consideremos que vale la pena cultivar la compasión, tenemos que descubrir primero cómo cambiar de perspectiva. Para la mayoría de la gente es obvio que somos infelices cuando vemos sufrir a un amigo y, cuando vemos sufrir a un enemigo, somos felices. Y en relación a las personas neutras somos indiferentes. Si leemos que un desconocido está en el hospital o ha muerto pasamos sin más a la siguiente noticia. Si lo que queremos es generar en nosotros una gran compasión, la misma compasión para todos los seres conscientes, va a ser necesario ver a cada uno de esos seres como si fuese alguien tan cercano y tan querido como nuestro mejor amigo. Para conseguirlo es necesario entender que, de alguna forma, todos somos iguales. Los que vivimos en grandes ciudades a veces tenemos la impresión de que no conocemos a nuestros vecinos pero en realidad los conocemos bien. Quieren placer y no quieren sufrir. Entender que en eso somos todos iguales no es una banalidad. Saber que todos tenemos pelos en la nariz significa que, reflexionando en eso, siempre podemos saber algo de los demás. Todo el mundo tiene pelos en la nariz, todo el mundo tiene ojos, una boca, etc. Son reflexiones que sin duda tienen su sentido pero que no son cruciales. Lo que sí lo es es el hecho de que todos queremos ser felices y no queremos sufrir. La manera en que interactuamos con los demás cambia cuando cultivamos y profundizamos en esta reflexión a través de la meditación.

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El primer paso en el cultivo de la compasión consiste en meditar en la gente que más conoces: empieza por personas neutras, luego amigos y, gradualmente, trabaja con los enemigos. Reconoce: ”de la misma forma que yo quiero ser feliz y no quiero sufrir, esta otra persona quiere ser feliz y no quiere sufrir.” Esta meditación preparatoria se llama ecuanimidad, es decir, tener la mente en equilibrio.

Es importante hacer hincapié en la igualdad entre uno mismo y los demás. No basta con pensar superficialmente: ”de la misma manera que yo quiero ser feliz y no quiero sufrir, esta persona quiere ser feliz y no sufrir.” Esto no es suficiente para ver con claridad en qué consiste la igualdad entre una persona y otra. Hay que meditar específicamente, persona a persona. Y eso lleva tiempo. Y también requiere sentido del humor e incluso complacencia al constatar la dificultad de la tarea. “De la misma forma que yo quiero ser feliz y no quiero sufrir, la mujer sentada a mi lado en el avión quiere ser feliz y no quiere sufrir.” ¡Esa misma mujer que me despertaba a cada rato! Piensa en todos los pasajeros del avión. Uno por uno. “El piloto quiere felicidad y no quiere sufrimiento.” La gente que apenas conoces en tu trabajo, los clientes de la farmacia… es chocante reconocer su humanidad.

A medida que uno va cultivando esta actitud, resulta más y más transformador incluso respecto a las personas neutras. “¿Toda esa gente desconocida, neutra, quiere la felicidad y no el sufrimiento? ¿Toda esta gente de la calle?” Medita estés donde estés. Todas las personas, esta, aquella, quieren ser felices. Es fácil convertir lo que podrían ser emociones intensas en palabras huecas. A pesar de ello, sigue repitiendo todo el mensaje: “De la misma manera que yo quiero la felicidad y no quiero sufrir, Francis quiere la felicidad y no quiere sufrir. Y mi vecino Bruce igual: quiere ser feliz y no quiere sufrir.” Y así todos.

No rehuyas reflexionar sobre desconocidos. “Esa persona haciendo ejercicio en la máquina de musculación quiere ser feliz y no quiere sufrir.” ¡Interesante! “El tío apoyado en la ventana del gimnasio quiere ser feliz, no quiere sufrir.” Acostumbrarse a ese proceso y experimentar una y otra vez ese choque emocional es provocador, transformador. Ya no es un axioma en absoluto.

Habiendo experimentado primero esa igualdad con respecto a unas pocas personas neutras, y luego con amigos, sólo entonces traslada la práctica a los enemigos. No empieces por tus peores enemigos: ”de la misma que yo quiero ser feliz y no sufrir, también fulano, ese cabrón, quiere ser feliz y no quiere sufrir.” Porque entonces sientes una fuerte resistencia…“¡No, no, no, no, no!”.

¿Quiénes son los políticos más odiados? ¿Quiénes son nuestros peores enemigos? ¿Stalin? ¿Pol Pot? Pesos pesados. ¿Sabías que los EEUU apoyaron a Pol Pot porque los rusos apoyaban al otro bando? De la misma manera que yo quiero la felicidad y no quiero sufrir, lo mismo quería Pol Pot, que en la selva de Camboya tenía su propia idea de lo que era la felicidad y planeaba destruir su país de nuevo, vaciar las ciudades y asesinar a todo el mundo. Igual que yo quiero la felicidad y no quiero sufrir, Pol Pot quería la felicidad y no quería sufrir. Empezar por ahí es demasiado difícil. Quizá uno pueda pensar estas cosas, pero otra cosa es sentirlo de verdad. En cambio, si uno ha cultivado ese reconocimiento en relación a los amigos y las personas neutras, habiendo experimentado el choque de descubrir esta cercanía, entonces uno es capaz de intentar desarrollarla también con enemigos menores y finalmente incluso con grandes enemigos.

Piensa por ejemplo en los camellos que venden droga a los jóvenes. Cuando has cultivado la experiencia de la igualdad ya no puedes separarlos del resto de la humanidad llamándoles basura humana. Esto es lo que tenemos tendencia a hacer SIN esa perspectiva. O no financiamos programas para evitar que los drogadictos compartan jeringas, y programas similares, porque los drogadictos son menos que personas, no entran en la categoría de lo humano.

El comprender que todos queremos ser felices y no queremos sufrir es la base del amor, la compasión y la bondad. Estos ejercicios son una llamada a la emoción, al corazón, no a principios abstractos o a una concepción legalista de la justicia. Tampoco se trata de recurrir al “porque lo dijo Buda.” Se trata sencillamente de entender que nuestra naturaleza hace que busquemos el placer y no el dolor, no hacen falta más pruebas.

Desde una perspectiva budista, no es que nos haya creado nadie así (deseando la felicidad, no deseando sufrir): sencillamente somos así. El fuego está caliente y quema, así es el fuego. ¿Quién lo hizo así? Así son las cosas. Es “el razonamiento de la naturaleza”, es sencillamente la naturaleza de las cosas. Es nuestra naturaleza buscar el placer y huir del dolor. Por eso, el budismo no nos pide que abandonemos nuestra búsqueda de la felicidad: simplemente sugiere que nos volvamos más inteligentes a la hora de cómo la buscamos.

Jeffrey Hopkins es catedrático de estudios budistas tibetanos en la Universidad de Virginia, donde enseña desde 1973. Ha publicado veintidós libros, siete de ellos en colaboración con el Dalai Lama, de quien fue intérprete principal en giras de conferencias entre 1979 y 1989. Su libro más reciente es Emptiness in the Mind-Only School of Buddhism (Berkeley: University of California, 1999). Este artículo es un extracto de un texto en el que esta actualmente trabajando llamado, “Cultivating Compassion.”

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