La contradicción fundamental del budismo moderno

Mi artículo para la revista Tricycle (invierno de 2021), que salió el pasado mes de noviembre y que traduje para el blog, generó cierto debate en algunos foros y en mi bandeja de entrada. Esto me alegró, ya que buscaba generar reflexión. Pero alguna gente me (mal)interpretó como un defensor del budismo tradicional, que no es el caso.

Mi artículo era descriptivo, no normativo: describí una contradicción dentro de lo que llamé ‘budismo neo-temprano’, pero me abstuve deliberadamente de decir cómo debería resolverse esa contradicción, como por ejemplo recuperando perspectivas tradicionales. Así que un tiempo después quise ofrecer la contrapartida normativa a ese artículo y reflexionar sobre cómo responder a la contradicción que había señalado. La publiqué en la Secular Buddhist Network. Aquí está la traducción al español.

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Una contradicción en el budismo neo-temprano

El quid de mi argumento era que la doctrina de que “Aquello que es Condicionado e Impermanente es Dukkha” (a partir de ahora, ACID) es necesariamente renunciante, en el sentido de negación del mundo, y que por lo tanto es incompatible con una perspectiva que afirme la vida. Dado que el budismo neo-temprano sostiene ambas cosas, es incoherente. Esta contradicción del budismo neo-temprano se esconde bien porque tenemos la costumbre de reinterpretar lo que significa dukkha (dolor, sufrimiento), de manera que ACID parece un hecho cuando en realidad es un juicio o una elección de énfasis —uno que tiene mucho sentido en una perspectiva de negación del mundo, pero no en una de afirmación de la vida—.

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No se trata de qué ‘sientes’ sobre la guerra

Los últimos dos años nos han enseñado lo importante que es nuestra relación con las noticias. El consumismo ha ido mutando de consumir ‘objetos materiales’ a ‘contenido’; y en esta economía de la atención, la prensa tiene un papel central.

Como forma de cultivo y de resistencia, nuestra espiritualidad tiene que mirar a nuestro consumo de noticias si queremos que esté integrada en nuestras vidas. Dos dias atrás, Vince Fakhoury Horn de Buddhist Geeks tuiteó lo siguiente:

«La mayoría de nosotras tenemos cero influencia sobre los acontecimientos nacionales e internacionales. Aun así, ¿cuánto tiempo y energía gastamos preocupándonos por ellos? Si tu cuidado no se traduce o no puede traducirse en cambio real, ¿por qué gastar tanta energía para tan poco rendimiento?»

No está diciendo que no deberíamos hacer nada, o que la guerra ruso-ucraniana no tendría que conmocionarnos. Es normal que nos afecte. ¿Pero hasta qué punto hay aquí una adicción al consumo de noticias que vende nuestros sentimientos y nuestros recursos empáticos a cambio de nada? O como dijo Ángel Martín en su informativo el viernes:

Las teles y los medios digitales ya han empezado el campeonato por ver quién consigue la imagen donde pueda verse más tragedia y removerte más por dentro para poner al lado un anuncio animándote a cambiar de móvil o de banco.

Cinismos extremos a parte, la cuestión es que tocarnos la fibra capta nuestra atención de forma muy eficaz, lo cual no es malo en sí, pero ¿como se utiliza nuestra atención entonces? Si bien no vamos a quedarnos impermeables a la horrorosa guerra que empezó hace unos días, estar emocionalmente abrumados mengua nuestra capacidad de respuesta y de cuidado. Vince lo resumió bien en un tuit posterior:

«Si crees que estar ‘comprometido’ significa sentirte constantemente enfurecido, cansado y cínico, entonces necesitas aprender a ser más eficaz en tu compromiso.»

Queremos implicarnos, sí, pero aún más queremos sentirnos implicadas, no queremos sentir que nuestra práctica está desconectada de lo que sucede en nuestra sociedad. El deseo de implicación es sincero, pero vivimos en una cultura —incluyendo nuestra cultura espiritual— que venera la ‘experiencia individual’ por encima de todo. ¿No es eso, al final, lo de ser consciente? (En unas semanas voy a argumentar que «No«.)

Es la divinidad del ‘cómo me siento’. Hay que bajarla del pedestal. No digo olvidarse de ello, sino dejar de divinizarlo. Evan Thompson consideró, casi como un añadido al final de su libro, que lo más valioso que tiene el budismo para ofrecernos es criticar nuestra obsesión narcisista. Sin embargo, cuánta espiritualidad hace lo contrario y nos hunde aún más en nuestro ombligo…

En el ‘Discurso breve en Gosiṅga’ (Cūḷagosiṅga Sutta, MN 31), el Buda pregunta a tres mendicantes que viven y practican juntos cómo lo hacen para vivir en armonía. Ellos responden que tienen actos de mettā de cuerpo, palabra y mente los unos hacia los otros, y ponen como ejemplo algo tan simple como sus dinámicas de poner la mesa y barrer la zona donde meditan. Cultivar mettā no es sólo cuestión de sentir amabilidad o sentirme bondadoso, sino de palabras y de acciones.

Nuestra práctica, como lo fue con el coronavirus, es encontrar un equilibrio que nos permita estar informadas sin someter nuestras capacidades empáticas al juego de quién consigue más clicks. Es aprender qué conmociones nos conectan y motivan y cuáles nos paralizan. Y es hacer algo en lugar de seguir adorando al dios del ‘cómo me siento’.

La adicción al update constante es una forma de reactividad compulsiva (upādānataṇhā). Soltarla (pahāna) nos libera (vimuccati) para cultivar (bhāvanā) una forma de vida (magga) que incluye nuestra implicación social (sammā ājīva). Quizás lo más dhármico y espiritual que podemos hacer ahora es usar lo que hemos aprendido sobre cómo trabajar con la mente para salir del estrecho foco del yo y entonces investigar qué podemos hacer para ayudar.


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