Supersticiones de mercado y demonios invisibles

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La idea de que la vida puede explicarse y dominarse es una superstición. También lo es la idea de que es posible vivir sin la duda, o de que la existencia tiene que ser feliz, que alguien o algo ahí afuera está atento a nosotros. ¿Esperas ser iluminado por tu práctica budista, o salvado por tu Dios? Vale. ¿Por qué?

Probablemente nunca respondas por completo esta pregunta, pero esa no es razón para dejar de preguntarla. Necesitamos que se nos recuerde que no podemos saber, no sólo intelectual sino también visceralmente. Abandonar el misterio es perder nuestro potencial para el cambio. Peor: pensar que podemos controlar ese cambio es estar perdido en superstición.

En un sentido, el catolicismo romano y el budismo tibetano en los que estuve inmerso durante mis primeros treinta años eran más supersticiosos que la vida llana que vivo ahora; pero en otro sentido, estoy más tentado que nunca a creer en cosas imposibles. Miro la televisión y me descubro pensando que la fama y la fortuna me harían feliz. Navego por internet y espero que una nueva aplicación resuelva mi pobre administración del tiempo. Leo acerca del último viaje del Dalai Lama y siento pinchazos de remordimiento por haber dejado el budismo tibetano y mis ilustres amigos.

Quizás consideres la creencia tibetana en demonios invisibles una superstición. Son tomados tan en serio que el monasterio de Ganden, en el sur de la India, está dividido por un muro que separa a aquellos que creen que Dolgyal es un buen demonio de aquellos que creen que es uno malo. No hay lugar para aquellos que no creen en él en absoluto.

Por contra, el ejemplo de superstición favorito del maestro tibetano Thubten Yeshe era: los supermercados. Un lama incomformista, le fascinaba el consumismo y utilizaba la comedia para abrirse paso entre nuestras defensas y entregar verdades subversivas. Aunque tenía razón: el ciclo de producción de marca, comercialización y consumo refleja nuestros intentos instintivos de invertir en felicidad.

Cautivado por su gran estilo, apenas vislumbré el potencial explosivo de las semillas que él estaba plantando. Con el tiempo, debilitaron del todo el acogedor nicho que pensaba que había establecido en la comunidad tibetana. Un día me desperté y me di cuenta de que había estado consumiendo budismo tan ansiosamente como una caja de sabrosos bombones. La filosofía madhyamaka era elegante; los rituales tántricos molaban; la Iluminación era como un dulce de avellana, mi favorito.

Intentar alinearnos a un conjunto de doctrinas, en lugar de explorarlas, nos convierte en extremistas, y a las doctrinas, en supersticiones. El dogma es la creencia abusada; la superstición es su hijo bastardo. El problema empieza cuando las creencias cobran una vida propia, como si estuvieran separadas de cómo las vemos. El dharma no es una serie de enseñanzas y rituales. Es algo que haces, y cada cual lo hace diferente. Tenemos que despedazar nuestras apreciaciones del dharma una y otra vez hasta que éste se vuelva nuestro, basado en la experiencia, capaz de absorber cualquier duda y reto. Para efectuar el cambio, debe volverse flexible. Sin un espíritu de cuestionar abiertamente, nunca rechazaremos viejas interpretaciones en favor de nuevos descubrimientos; nunca nos ayudarán a avanzar.

Acoger con sinceridad el budismo significa reconocerlo como simplemente otro producto — contingente, maleable y repetidamente distorsionado por gente que cree que sabe. Sólo nos nutre cuando no tenemos ilusiones al respecto.

Pero con cuánta facilidad esas ilusiones echan raíces. Todos podemos usar la guía y el apoyo de un buen mentor, pero fácilmente nos relajamos en la superstición de que la propia relación nos salvará — especialmente si el mentor es alguien reconocido. Podemos practicar conciencia de la respiración esperando que nos transforme, pero sin conciencia de nuestros motivos no lo hará, y ésta es una meditación delicada e interminable.

Según el Oxford Dictionary, superstición es asombro o miedo irracionales hacia algo desconocido, misterioso o imaginario. Vivir de manera realista es, entonces, ya no sentirse asombrado o asustado por lo desconocido, lo misterioso y lo imaginario. Experimentarás felicidad, y a veces te sentirás seguro/a, pero jamás controlarás ninguna de ambas cosas. No dejes que nadie te convenza de lo contrario.

La superstición más peligrosa de todas es que si dejamos de intentar hacer que esté todo bien no tendremos razón para vivir, amar o prosperar. El gran acto de fe es dejarlo ser.


Stephen Schettini – The Naked Monk
Artículo original
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