Creo que es acertado decir que nos pasamos la mayoría de nuestras horas de vigilia fijados en el pasado o el futuro. Revivimos experiencias dolorosas de nuestro pasado o construimos elaboradas escenas de lo que pensamos que podría pasar en el futuro, aunque raramente acertamos. Esto nos conlleva un gran sufrimiento mental. Nunca paramos para revisar nuestros pensamientos, sensaciones o emociones. Nos limitamos a obedecerlos ciegamente, lo que nos hace actuar de formas poco hábiles. Creo que una gran parte de lo que pensamos es, francamente, pura bazofia. No necesitamos hacer caso ciegamente a cada pensamiento; pero lo hacemos, tristemente. Lo que hacemos es torturarnos. Pero afortunadamente, hay otra vía.
Cuando paramos de andar por el pasado o revolotear hacia el futuro nos volvemos presentes en el momento. Empezamos a ser concientes de nuestros pensamientos, sensaciones y emociones. Es una experiencia verdaderamente liberadora. Esto es lo que la gente popularmente llama atención o conciencia plena.
La conciencia plena es cuando ponemos atención a lo que sucede en el momento presente. Nos volvemos concientes de qué pensamientos surgen, qué estamos sintiendo, qué emociones están presentes y qué sensaciones hay en el cuerpo. Ganamos una experiencia total momento a momento. Esto ayuda a calmar y estabilizar la mente para que seamos capaces de ver qué pensamientos debemos seguir y cuáles deberíamos soltar como una patata caliente.
Cuando somos plenamente concientes miramos a nuestra mente sin juzgar. Simplemente observamos con ecuanimidad y no intentamos controlar o reprimir nuestros pensamientos. Todo lo que tenemos que hacer es permanecer presentes con nuestros pensamientos, sensaciones y emociones, ya sean agradables o desagradables. Estos nos brinda la oportunidad de reflexionar antes de actuar. Nos permite mirar lo que está emergiendo de una forma abierta, amistosa y más compasiva. Nos da una elección: actuar o no actuar. Si lo que emerge es útil, deberíamos hacerlo. Por contra, si es poco hábil y dañino, es mejor no actuar y sólo dejar que el pensamiento se vaya.
Cuando está agitada, nuestra mente es como un cubo de agua turbia. Sin embargo, cuando estamos presentes en el momento, el lodo se precipita al fondo y podemos ver con claridad. Somos capaces de ver lo que está presente, ya sea ira, orgullo, miedo, celos, excitación, etc. Percatarnos de esto nos da una elección. Ya no necesitamos hacer caso a todo lo que nos venga a la mente. Podemos decidir cuál es la forma más hábil de actuar. Estos nos ayuda a reducir nuestro sufrimiento y el de aquellos a nuestro alrededor. Quizá pienses que esto suena maravilloso pero es imposible de hacer. Pues no lo es. Haz este pequeño experimento: siéntate en silencio con los ojos un poco cerrados. Ahora vuélvete conciente de la sensación del aire al entrar y salir de la nariz. Hazlo cinco veces. Enhorabuena: acabas de estar plenamente conciente. No estabas pensando en el pasado o el futuro, sino sólo presente en este momento. Por supuesto, la conciencia plena requiere práctica; pero como todo, cuanto más lo hacemos más fácil se vuelve.
Empieza poco a poco y ve incorporando más actos de tu rutina diaria en cuanto te vuelvas más experto. Intenta lavarte los dientes en plena conciencia. Sé conciente de la tarea que estás realizando y no permitas que tus pensamientos se vayan al pasado o al futuro. Nota lo que sientes cuando tomas el cepillo y añades el dentífrico. Céntrate en la sensación del cepillo yendo arriba y abajo en tu boca. Saborea la pasta en los dientes. Siente tu brazo moviéndose arriba y abajo. Experimenta las sensaciones en tu boca cuando has terminado de lavarte los dientes. Todos estos son momentos de conciencia plena. Vas a sentirte como si fuera la primera vez que te has lavado los dientes, y en cierto modo lo es: es la primera vez que te los has lavado plenamente conciente.
Esta es una traducción del blog de Karma Yeshe Rabgye, que acaba de publicar un nuevo libro titulado “Life’s Meandering Path.”
Un comentario en “Una gota de atención”