En la primera planta del Museo Nacional de Kioto se alza una estatua de madera, majestuosa a la par que humilde. Es el monje chino Baozhi, quien alcanzó bastante fama tanto en China como en Japón—podéis ver su ficha aquí …un curioso personaje.
Según recuerdo de la audioguía del museo, alguien fue enviado a retratar a Baozhi. Entonces, Baozhi anunció que iba a mostrar su verdadero rostro, se rajó la piel con la uña y reveló, debajo, la imagen dorada de un bodhisattva.
Hace unos dos mil quinientos años (hay debate sobre las fechas), el Buda murió en Kusinārā—al menos el histórico, si es que existió; pero para las tradiciones budistas nunca fue solo un humano. Sus famosas últimas palabras fueron:
Vive como tu propia isla, tu propio refugio, sin otro refugio. Vive con el dharma como tu isla y tu refugio, sin otro refugio.
attadīpā viharatha attasaraṇā anaññasaraṇā, dhammadīpā dhammasaraṇā anaññasaraṇā – Mahāparinibbāna Sutta, DN 16
[ Párrafo saltable, sólo para frikis -> dīpa en pali puede corresponder tanto al sánscrito dīpa (lámpara) como a dvīpa (isla). Como las versiones sánscritas del texto dicen dīpa, parece que el significado pretendido era “lámpara”. Sin embargo, la tradición pali siempre lo ha interpretado como “isla”. ]
Las últimas palabras del Buda se suelen leer como una llamada a la autosuficiencia o independencia. Ante las inundaciones—una metáfora de la pasión sensorial, el devenir, las creencias y la ignorancia; o, en otros textos, los cinco obstáculos—hay que aprender a flotar, quedar por encima, libre de su influencia.
Más recientemente, esto también se interpreta como lo opuesto a ser un seguidor, a depender de personas o estructuras externas. Nadie va a salvarte excepto tú mismo. Hay mucha virtud en esta lectura—aunque no sin cierto tufo a individualismo moderno.
Stephen Batchelor suele señalar que este pasaje encierra una paradoja, ya que habla de dos “únicos” refugios: uno mismo y el dharma. ¿Cómo se entiende eso? Su solución es interpretar que la exhortación del Buda nos sugiere integrar el dharma hasta hacerlo propio, de forma que el dharma sea indistinguible de una misma.
La vida es un lugar doloroso, incierto e incluso aterrador. Vivimos “en la intemperie”, escribe el filósofo catalán Josep Maria Esquirol: “la situación más fundamental del ser humano es estar al descubierto, estar sin protección”.
Ante las inclemencias de la vida, buscamos refugio—algo comprensible. Pero a menudo lo buscamos en lugares poco saludables: mecanismos de defensa bienintencionados pero torpes, que pueden funcionar a corto plazo pero no a largo; creencias rígidas y desadaptativas; estrategias de afrontamiento que dañan a los demás y a nosotros mismos. Como lo resume mi cantautor favorito, Quimi Portet (otro catalán, ¿estaré patriótico hoy?): “La vida es un asunto complicado, hacemos lo que podemos”.
Para mí, la mejor lectura del consejo pre-mortem del Buda es tomar la inundación como metáfora de las inclemencias de la vida, y no de la reactividad que sigue—esa torpe tentativa de protegernos. En su lugar, debemos hallar otro refugio, buscar cobijo en valores hermosos, en elecciones conscientemente trabajadas, en el dharma, en esa buena imagen que tenemos de nosotras mismas.
Ese es nuestro único refugio, la isla en medio del clima salvaje y confuso de la vida: sostener esa visión de y para nosotros mismos; nuestro verdadero rostro, oculto tras esos patrones reactivos que tenemos tan incorporados pero no dejan de ser performados. Es una parte clave de la práctica.
El Buda comparó los cinco obstáculos con agua que está teñida, hirviendo, fangosa, etc., de modo que si intentas mirar al reflejo de tu rostro, te ves distorsionada. Los obstáculos son, en palabras de Christina Feldman, saboteadores de la intención. Aspiro a ser amable y sabio, pero pasan cosas, aparece la reactividad, y pierdo esa visión de mí mismo. No se trata solo de quién quiero ser, sino de quién considero que soy. Quién no ha tenido un momento de claridad moral, de dar un paso atrás y decir: “un momento, este no soy yo”…
Una vez le conté una experiencia meditativa a Sayadaw U Tejaniya en la que, en medio de una tormenta de reactividad, una voz dentro de mí dijo la frase: “Te conozco, Māra”. Sayadaw respondió: “¡Bien! Has ocupado el lugar del Buda”. Sí tenía esa capacidad.
Racionalmente, el salto de “quien puedo ser” a “quien verdaderamente soy” no está justificado, lo sé. En el fondo, es un acto de fe, quizás necesario. A veces nos hacen falta creencias lo bastante fuertes como para contrapesar la arraigada convicción de que somos intrínsecamente defectuosos. Así que me da igual que no sobreviva al análisis lógico, puedo decidir sostener de todos modos esa idea. Es lo que el metamodernismo llama ingenuidad informada.
El Buda murió en Vesak, pero al mismo tiempo no murió: puedes rajar tu piel y dejar al descubierto ese rostro verdadero.
Feliz Vesak.







