Hay algo de quienes se aferran a un budismo ortodoxo o tradicional que me parece incoherente y hasta ilógico. La palabra aferrar aquí es importante: no estoy criticando el hecho de que a algunas personas les funcione el budismo tradicional, ya sea theravada, tibetano, nichiren… Faltaría más. Me refiero más bien a quienes se resisten a la evolución, reforma o reinterpretación del dharma y que, en lugar de limitarse a continuar con lo que les funciona, intentan deslegitimar esa evolución. Tal actitud anti-reforma parece bastante incoherente viniendo de una religión o espiritualidad que pone en el centro de su pensamiento la noción del cambio.
Es comparable al conservadurismo en el lenguaje. Un ejemplo. Entiendo que, de entrada, ver que la Real Academia Española acepta “almóndiga” o “cocreta” genere sorpresa, risa e incluso desagrado. Todo el mundo está en su derecho de que le guste o no una palabra. Pero, más allá de preferencias reflejas, si lo pensamos bien, ¿sobre qué base puede rechazarse que los sonidos que la gente pronuncia sigan cambiando, igual que fueron cambiando durante años hasta llegar a las formas albóndiga y croqueta?
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