¿Murió el Buda en Vesak?

En la primera planta del Museo Nacional de Kioto se alza una estatua de madera, majestuosa a la par que humilde. Es el monje chino Baozhi, quien alcanzó bastante fama tanto en China como en Japón—podéis ver su ficha aquí …un curioso personaje.

Según recuerdo de la audioguía del museo, alguien fue enviado a retratar a Baozhi. Entonces, Baozhi anunció que iba a mostrar su verdadero rostro, se rajó la piel con la uña y reveló, debajo, la imagen dorada de un bodhisattva.

Baozhi

Hace unos dos mil quinientos años (hay debate sobre las fechas), el Buda murió en Kusinārā—al menos el histórico, si es que existió; pero para las tradiciones budistas nunca fue solo un humano. Sus famosas últimas palabras fueron:

attadīpā viharatha attasaraṇā anaññasaraṇā, dhammadīpā dhammasaraṇā anaññasaraṇā – Mahāparinibbāna Sutta, DN 16

[ Párrafo saltable, sólo para frikis -> dīpa en pali puede corresponder tanto al sánscrito dīpa (lámpara) como a dvīpa (isla). Como las versiones sánscritas del texto dicen dīpa, parece que el significado pretendido era “lámpara”. Sin embargo, la tradición pali siempre lo ha interpretado como “isla”. ]

Las últimas palabras del Buda se suelen leer como una llamada a la autosuficiencia o independencia. Ante las inundaciones—una metáfora de la pasión sensorial, el devenir, las creencias y la ignorancia; o, en otros textos, los cinco obstáculos—hay que aprender a flotar, quedar por encima, libre de su influencia.

Más recientemente, esto también se interpreta como lo opuesto a ser un seguidor, a depender de personas o estructuras externas. Nadie va a salvarte excepto tú mismo. Hay mucha virtud en esta lectura—aunque no sin cierto tufo a individualismo moderno.

Stephen Batchelor suele señalar que este pasaje encierra una paradoja, ya que habla de dos “únicos” refugios: uno mismo y el dharma. ¿Cómo se entiende eso? Su solución es interpretar que la exhortación del Buda nos sugiere integrar el dharma hasta hacerlo propio, de forma que el dharma sea indistinguible de una misma.

La vida es un lugar doloroso, incierto e incluso aterrador. Vivimos “en la intemperie”, escribe el filósofo catalán Josep Maria Esquirol: “la situación más fundamental del ser humano es estar al descubierto, estar sin protección”.

Ante las inclemencias de la vida, buscamos refugio—algo comprensible. Pero a menudo lo buscamos en lugares poco saludables: mecanismos de defensa bienintencionados pero torpes, que pueden funcionar a corto plazo pero no a largo; creencias rígidas y desadaptativas; estrategias de afrontamiento que dañan a los demás y a nosotros mismos. Como lo resume mi cantautor favorito, Quimi Portet (otro catalán, ¿estaré patriótico hoy?): “La vida es un asunto complicado, hacemos lo que podemos”.

Para mí, la mejor lectura del consejo pre-mortem del Buda es tomar la inundación como metáfora de las inclemencias de la vida, y no de la reactividad que sigue—esa torpe tentativa de protegernos. En su lugar, debemos hallar otro refugio, buscar cobijo en valores hermosos, en elecciones conscientemente trabajadas, en el dharma, en esa buena imagen que tenemos de nosotras mismas.

Ese es nuestro único refugio, la isla en medio del clima salvaje y confuso de la vida: sostener esa visión de y para nosotros mismos; nuestro verdadero rostro, oculto tras esos patrones reactivos que tenemos tan incorporados pero no dejan de ser performados. Es una parte clave de la práctica.

El Buda comparó los cinco obstáculos con agua que está teñida, hirviendo, fangosa, etc., de modo que si intentas mirar al reflejo de tu rostro, te ves distorsionada. Los obstáculos son, en palabras de Christina Feldman, saboteadores de la intención. Aspiro a ser amable y sabio, pero pasan cosas, aparece la reactividad, y pierdo esa visión de mí mismo. No se trata solo de quién quiero ser, sino de quién considero que soy. Quién no ha tenido un momento de claridad moral, de dar un paso atrás y decir: “un momento, este no soy yo”…

Una vez le conté una experiencia meditativa a Sayadaw U Tejaniya en la que, en medio de una tormenta de reactividad, una voz dentro de mí dijo la frase: “Te conozco, Māra”. Sayadaw respondió: “¡Bien! Has ocupado el lugar del Buda”. Sí tenía esa capacidad.

Racionalmente, el salto de “quien puedo ser” a “quien verdaderamente soy” no está justificado, lo sé. En el fondo, es un acto de fe, quizás necesario. A veces nos hacen falta creencias lo bastante fuertes como para contrapesar la arraigada convicción de que somos intrínsecamente defectuosos. Así que me da igual que no sobreviva al análisis lógico, puedo decidir sostener de todos modos esa idea. Es lo que el metamodernismo llama ingenuidad informada.

El Buda murió en Vesak, pero al mismo tiempo no murió: puedes rajar tu piel y dejar al descubierto ese rostro verdadero.

Rāhula, hijo del Buda y uno de los 18 arhats. Museo Nacional de Kioto.

Feliz Vesak.

Estoy reconsiderando la fe

Buda reclinado con cabina de teléfono. Wat Phra That Doi Kham, Chiang Mai.

Toda mi vida he desconfiado de la «fe ciega», de la creencia injustificada. Hay muy buenas razones para no creer algo sin pruebas, y así me condicionaron mi familia, mi cultura, mi educación y el momento de la historia en el que me tocó nacer.

Pero también hay una enorme variedad de cosas que podemos aceptar o no por fe: no es lo mismo creer en un Dios todopoderoso que creer en un amigo o en que superarás una mala racha. Aun así, todas son formas de depositar confianza en algo sin pruebas.

No tengo ninguna garantía de que mi amigo no me traicionará, ni sé con seguridad que superaré tal o cual dificultad. Sin embargo, elegimos creer en esas cosas. Aunque tengamos razones para creerlas, suele haber cierto grado de fe. Como la certeza absoluta es un animal poco común, la mayoría de nuestras mascotas son razas de creencia, fe, o confianza.

Tanto la fe como el miedo exigen que creas en algo que no puedes ver. Tú eliges. 
— Bob Proctor

Me topé con esta cita ‘new age’ en un momento en el que ya estaba reflexionando mucho sobre la elección y saddhā (el término pali que suele traducirse como «fe» o «confianza») y realmente me hizo pensar.

No soy fan de todo eso de la «ley de la atracción». Mi tendencia es desconfiar cuando un estudio psicológico sugiere que el pensamiento positivo contribuye a que te sucedan cosas buenas y a tener una buena vida en general. Sin embargo, no me cuesta creer en las profecías autocumplidas, en las que ser negativo acaba «manifestando» cosas malas. De algún modo, esto es intuitivo para mí, lo he visto a mi alrededor y lo he experimentado yo mismo.

Entonces, ¿por qué no creer en su equivalente positivo? O funcionan las dos cosas o no funciona ninguna. Aceptaría, por ejemplo, que la actitud de un paciente puede ayudar o dificultar su recuperación, al menos en cierto grado; o que nuestra actitud ante los retos vitales puede marcar una gran diferencia.

Reconozcamos que ya creemos todo tipo de cosas sin conocimiento de primera mano ni certeza, así que ¿por qué no elegir creer ciertas cosas a propósito? Elegir creer cosas de las que en realidad no tengo pruebas puede ser liberador cuando afirma mi capacidad de actuar en lugar de negarla. Y entonces me di cuenta de que eso es exactamente la fe: una elección. Más concretamente, una elección positiva.

A menudo, las razones por las que elijo creer en algo no tienen que ver con las pruebas que tengo, sino con mis valores y con el impacto de la elección misma. Así que elijo creer que superaré una mala racha, elijo creer que un proyecto funcionará, elijo creer en lo mejor de las personas y elijo creer que podré con lo que sea que me depare el futuro. ¿Por qué? Porque lo elijo. Porque quiero caminar en esa dirección y quiero las actitudes y acciones que vienen con la elección de la confianza.

La alternativa, el miedo, es como una fe negativa. Con la misma falta de conocimiento o certeza, creo que algo no saldrá bien, creo que ese comentario fuera de lugar tenía una mala intención, creo que ocurrirá lo peor, creo que van a por mí. ¿Cuál es el resultado de esas creencias?

Las creencias tienen consecuencias. Elige sabiamente. ¿Qué vale la pena creer?

Contra el autocuidado

No es por ser controvertido, que algunos sabéis que me gusta, pero realmente tengo mis dudas sobre la noción tan de moda del autocuidado. Esto no es una queja budista basada en la enseñanza sobre el no-yo (anattā), ni una cruzada contra tratarse bien a una misma, ni una opinión de que sea egoísta.

Mi recelo está en torno a cómo esta idea inunda las redes sociales, creando una cultura, y al hecho de que llamar a algo «autocuidado» parece darle legitimidad automáticamente. Pero, me pregunto: cuando «autocuidado» suena demasiado a baños de burbujas y velas perfumadas, ¿es mucho más que una estrategia de ventas?

El autocuidado no equivale necesariamente a la autocompasión, a veces es autoindulgencia. Pero no me molestaría con eso en mi blog, ¿desde cuándo soy un budista particularmente ascético? Por mí, adelante con tu baño a la luz de las velas.

Lo que me preocupa es cuando, bajo de un acto o hábito de autocuidado, yace la noción de «no puedo». Si te digo que pares al menor síntoma de cansancio, te estoy comunicando que no creo que puedas seguir un poco más. No estoy tildando a nadie de ‘snowflake’, de delicado y sin aguante. Al revés, esto es lo que hace la industria del autocuidado.

Sin confianza en el potencial, la compasión es sólo pena, compadecencia o lástima. En cambio, cuando se basa en la realidad y no en ilusiones, el «creo que puedes» es el pensamiento más amable y compasivo que se puede tener. Para decirlo en budista: todos los seres tienen naturaleza de Buda.

Se sabe que actuar sobre el impulso de llamar al trabajo para decir que estás enfermo, o cancelar planes, y tomarse un día libre «por salud mental» puede empeorar las cosas, aunque suene bondadoso. Hacerlo ofrece alivio inmediato, sí, pero refuerza ese impulso (porque ha «funcionado») y envía al cerebro el mensaje de que no podrías haber afrontado el día, así que «buena decisión, me has salvado». Es contraproducente y contribuye a las famosas profecías autocumplidas.

A pesar del título polémico (lo siento por el ‘clickbait’), no estoy condenando nada. No hace falta decir que muchos actos de autocuidado están perfectamente bien. Sólo desconfío cuando el autocuidado se alinea demasiado convenientemente con la cultura individualista y el consumismo, o cuando suena como otro mensaje más de «no eres suficiente», y sorpresa: ¡siempre hay algo externo que lo arreglará por 19,99! «No puedes con todo» es otra versión de la insuficiencia: no tienes todos los recursos.

El radical acto de fe es decir que sí tienes los recursos. Es refugiarse en el Buda interior y en el dharma, la práctica. Y sí, a veces las cosas se ponen terriblemente difíciles y realmente no puedes. Es entonces cuando necesitas la ayuda de otros, de amigos, seres queridos, guías, maestras, terapeutas… Paradójicamente, pedir ayuda requiere mucha confianza en uno mismo. Elegir confiar en los demás: esto es refugiarse en la sangha y en las amistades bonitas (kalyāṇamitta).

Siempre que elijas cuidar de ti mismo de alguna manera, comprueba si eso convive con algo de confianza o creencia en ti misma. Entonces, procede.


En septiembre inicio un grupo online mensual los domingos por la tarde que hemos llamado Samyutta, que en pali significa conectados! Y aprovecho este artículo para recordaros, en general, que desde hace un tiempo ya no anuncio mis actividades en esta página. Las que son en castellano o catalán las podéis encontrar en la web o newsletter de la Associació Espai Sati, y las internacionales están en mi web dharma.cat. Un abrazo!

Cómo meditar sin emociones

Seamos sinceros: esto de las emociones es un poco molesto. Y si quieres librarte de ellas, puedes hacerlo, porque son opcionales. Buda no tenía emociones, ni ninguno de sus contemporáneos, y ni siquiera «nosotros» teníamos emociones hace unos siglos.

No me refiero a que Buda no sintiera nada. Hasta los textos budistas más antiguos dejan claro que el Buda sentía compasión, alegría, écstasis y, más polémicamente, cierto enojo o molestia —si no ¿por qué se quejaba de los monjes que hacían demasiado ruido? A pesar del énfasis en la ecuanimidad, la tradición budista nunca ha concebido a la persona despierta como alguien plano y emocionalmente vacío. Entonces ¿qué estoy intentando decir?

De lo que realmente estoy hablando es del concepto de «emoción». Hoy nadamos tanto en él que olvidamos lo joven que es. En occidente, hace apenas unos 200 años se hablaba de pasiones, sentimientos, afectos… pero no de emociones; y ninguna lengua budista clásica tiene una palabra que corresponda a «emoción». Es un concepto moderno. La vida interior no tiene nada de nuevo, pero cada cultura y época histórica ha organizado esta vida interior de distintas maneras, con sus categorías propias. (Para nerds como yo, aquí tenéis un artículo académico sobre todo esto).

Piensa en lo siguiente: ¿la tristeza y el enfado se parecen lo suficiente como para considerarlos el mismo tipo de cosa y, por tanto, abordarlos de la misma manera? Creo que los budistas primigenios responderían con un rotundo «no». (¿Tú cómo lo ves?) Y si lo consideraban cosas distintas, se practicaría de forma diferente con una cosa y con otra. Esta forma de pensar está ya presente en las categorías que enmarcan la práctica, como los cuatro fundamentos de la atención (los satipaṭṭhānas) o los cinco fajos del apego (los khandhas): ninguna de esas cosas corresponde exactamente con el concepto moderno de ‘emoción’.

Sin embargo, hoy meditamos de manera inevitable con este concepto en el trasfondo de la mente. La práctica se articula explícitamente en términos de gestión emocional, durante la meditación hablamos de sentir emociones en el cuerpo, de practicar con emociones de esta o aquella manera… ¿No os genera curiosidad —si no asombro— que el Buda y sus discípulas no pensaran en estos términos ni diseñaran la práctica entorno a este concepto?

La forma en que estructuramos nuestra vida interior marca la diferencia. A veces me ha resultado útil dejar a un lado el hábito de agrupar la mayor parte de lo que siento bajo el amplio término de «emoción» y adoptar las antiguas categorías budistas. Esa una forma alternativa de pensar (¡y de experimentar!) que puede ser muy valiosa y liberadora. Es cierto que no podemos olvidar nuestro condicionamiento cultural así como así, pero aprender una perspectiva adicional y complementaria puede darnos más herramientas para desenmarañar el lío que a menudo se nos produce «aquí dentro».

Una clave de las categorías que informaban la tradición budista temprana es la idea del karma. En ella, algunas de las cosas que hoy llamamos emociones se concebían como el resultado de lo que hacemos o pensamos, mientras que otras cosas que también llamamos emociones se consideraban impulsos que moldean la experiencia. Obviamente, se gestiona una cosa y la otra de manera muy distinta, y poder hacer la distinción para luego observar conexiones entre ambas es precisamente una fuente de descubrimientos —algo que es más difícil si ponemos a todos esos fenómenos en un mismo saco.

Todo esto fue una gran parte del primer capítulo de mi tesis doctoral, y de un artículo académico que estoy preparando a partir de ese capítulo. Porque, como dije hacia el principio, las emociones no son una categoría universal, ni en el sentido geográfico ni el temporal, y la mayoría de investigación sobre el budismo y las emociones, el famoso diálogo del budismo con la psicología occidental, suele pasar esto por alto. Como máximo se comenta que no hay una equivalencia exacta de conceptos, pero no se le da más importancia; y si bien para según qué propósitos no será muy relevante, para otros es una diferencia fundamental que no puede ignorarse.

Uno sigue preguntándose: ¿en qué satipaṭṭhāna caben las emociones? ¿Dónde están en los doce vínculos del surgir dependiente? Pero sólo porque nosotros hoy hayamos agrupado ciertas cosas bajo un único concepto no significa que otras épocas y culturas hayan hecho lo mismo, así que quizás algunas emociones están en este satipaṭṭhāna, otras en otro, etc.

De todo esto hablaré en una de las sesiones de un curso online de seis domingos que daré esta primavera para Espai Sati (y también en inglés los martes para Bodhi College). Si queréis, hice un pequeño video de presentación que está en el instagram de Espai Sati.

¿Qué pienso hoy del budismo secular?

A quien lleve tiempo siguiendo este blog quizás le sorprenda que, a día de hoy, creo que la mejor forma de entender el budismo secular no es en contraste con el concepto de religioso. La gente asocia la religión al ritual, la ceremonia, la institución, y para mí la ausencia de estos elementos es lo menos importante del budismo secular.

Sé que decir esto es mala publicidad, ya que muchas personas (en su día, yo incluído) se acercan a esta forma de budismo precisamente porque buscan un dharma sin postraciones y sin recitar cosas en tibetano, pali o japonés. Pero también hay quien, aun albergando esta aversión a las formalidades, no tienen problema con hacer una reverencia en su clase de artes marciales o decir «namaste» en yoga.

A día de hoy, considero que un dharma laico y contemporáneo puede contener rituales o inventarse unos nuevos. Al fin y al cabo, la ceremonia va de formas, e incluso una clase de mindfulness las tiene: el sentarse en círculo, empezar con silencio, resumir en dos o tres palabras cómo se siente cada participante… Así que veo los rituales como una variable que puede o bien estar o bien no estar, según las predilecciones de cada persona y grupo. Para mí, no es lo que define que un budismo sea secular.

Según Martin Hägglund, lo más distintivo de la fe religiosa es el hecho de privilegiar algo que no es de este mundo, y por consiguiente rebajar de alguna forma la preocupación con este mundo. Es la confianza útlima en algo que, a diferencia de este mundo, no sea perecedero, no sea incierto, no sea imperfecto. Vamos: que no pueda fallarnos.

Hägglund contrasta esto con el concepto de fe secular, que es una «fe» en esta vida, un compromiso profundo con este mundo transitorio, frágil, imperfecto, que puede y va a fallarnos. Otro ejemplo de fe secular es la creencia de que esta vida merece ser vivida. Es una creencia. No es algo que pueda demostrarse ni científica ni lógicamente. Es, por así decirlo, un acto de fe. Esta «fe» motiva, anima y dirige nuestra existencia, nuestra conducta, nuestros valores, nuestras prioridades.

Alguien podría decir que no estoy siendo coherente: he empezado diciendo que la mejor forma de entender el budismo secular no es en contraste con lo religioso y, acto seguido, he dibujado un gran contraste entre la fe religiosa y la secular. Cierto. La cuestión es que, poniendo a un lado los nombres de estas fes, no es tan sencillo atribuirlas sólo a la religión y a lo no-religioso.

Por un lado, la mayoría de religiones combinan la fe religiosa y la fe secular. Aunque ciertas enseñanzas y textos devalúen esta vida en pro de una posterior, o en pro de una realidad trascendente, superior, no obstante sus seguidores pueden sentirse movidos, debido a esa fe, a acciones humanitarias, a mejorar el mundo que tenemos aquí y ahora.

Por otro lado, hace un tiempo leí un ‘paper‘ que argumentaba que la aspiración de subir nuestra consciencia a un ordenador, a la nube, no es más que otro ejemplo de querer dejar atrás nuestros cuerpos frágiles y temporales, es decir, de renegar de nuestra existencia terrenal. En muchos sentidos es una pulsión religiosa, y sin embargo pertenece al campo de la ciencia y la tecnología.

Las categorías simplifican demasiado. En realidad, encontramos flores religiosas en campos seculares y flores seculares en el campo de la religión. Seguramente todas nos encontramos en un punto distinto en esos espectros entre lo mundano y lo trascendente, u oscilemos según el área de nuestra vida.

Me ha salido compartir estas reflexiones porque este domingo 28 a las 17h de España voy a ofrecer un taller online para Espai Sati, precisamente sobre este tema de ¿Qué es el budismo secular? Y estaba pensando que aparte de ofrecer una respuesta concisa a esta pregunta, sería más interesante investigar a nivel personal la complejidad de dónde se encuentra cada participante.

Las personas contenemos contradicciones, por lo menos aparentes: por ejemplo, ganas de innovar y respeto por la tradición. Mi perspectiva en este tema también ha cambiado. Mi querido mentor Stephen Batchelor, en su insistencia de volver a los orígenes (insistencia heredada del «modernismo budista«), está reproduciendo algo muy típico de la religión: necesitar validar sus ideas proyectándolas a una figura fundadora, valorar algo antiguo (aunque sea reimaginado) por encima de la innovación. Pero ¿por qué no concebir que pertenecemos a una larga tradición de pensamiento y práctica que evoluciona y es distinta de sus orígenes, en lugar de presentar las cosas en plan «esto es lo que Buda realmente enseñó en su día»?

No sé lo mucho que hablaré de estas cosas en el taller del día 28, si las elaboraré o tocaré otros puntos, pero me apeteció pensar un poco en voz alta en este blog, que para eso está —aunque lo tenga tan olvidado. Hay mucho más que «pienso sobre el budismo secular», para remitir al título de este post. Sentíos libres de comentar y preguntar cosas y quizás haga otro artículo.

Mi intención en el taller es, por encima de todo, hacer reflexionar a las participantes sobre sus propias actitudes y su relación con la práctica, con la tradición budista, con los textos, con la figura del Buda, ya sea histórica o casi ‘literaria’, etc. No para llegar a una conclusión en el breve periodo de dos horas, sino para enriquecer nuestro autoconocimiento.

Sobre la autocompasión

O yo o los demás. O conmigo o contra mí. Este pensamiento binario permea nuestra relación con el mundo y con nosotras mismas, con los recursos ajenos y los propios. Pensamos, de forma inconsciente, que darse a los demás es sacrificarse, olvidarse y descuidarse a uno mismo; y que atenderse es egoísta. Y no lo es. Sin embargo, esta mentalidad funciona como una profecía autocumplida, de manera que cuando queremos servir a las demás sentimos que nos agotamos y cuando respondemos a la llamada de reponernos nos ensimismamos otra vez.

Me da la impresión que la travesía de la compasión por nuestras tierras está perpetuando estas formas de pensar, y que el gran éxito de la autocompasión y el autocuidado (self care) lo atestigua. ¿No huele sospechoso que en una sociedad tan narcisista, obsesionada con el yo que posee y consume, la práctica meditativa de la compasión haya terminado una vez más dirigida a uno mismo? ¿…reabsorbida por la inercia de mirar al propio ombligo? No digo que no tenga beneficios y, por encima de todo, no propongo ir al extremo del autoabandono. Pero hay algo que me incomoda al ver a la compasión convertida en un producto más para el yo moderno.

Otra cara de este pensamiento binario, arraigada en nuestro bagaje cultural, es el típico comentario de que si nos sentimos bien sirviendo o ayudando a los demás (o peor aún, si lo hacemos para sentirnos bien) entonces ya no somos altruistas sino egoístas. Lo más paradójico de esta ‘crítica’ habitual es que, al obsesionarse con las motivaciones propias para asegurarse de que uno está siendo verdaderamente altruista, es muy egocéntrica. Hasta el punto de que quiere descalificar un acto que objetivamente ayuda a otros porque el yo no está siendo lo suficientemente puro.

No niego para nada que interrogar la motivación no sea un elemento importante para quien está en un camino espiritual. Simplemente desconfío de una forma de pensar que sea tan tiquis miquis con disfrutar del altruísmo pero luego no diga nada sobre el disfrute abiertamente egoísta. O sea, ¿que derivar satisfacción de ayudar a los demás o ser solidario sí es un problema pero derivarla de comprarse ropa no?

Con todo esto contrasta el budismo. Es una tradición que toma el placer de comportarnos de manera ética, de cuidar a las demás y ser benevolentes, como algo positivo a cultivar, ya que ayuda a nuestra motivación. Es un win-win. Hay que estar alerta a los peligros de re-ego-centrar el altruismo, por supuesto, pero el budismo no trata a la felicidad que éste nos proporciona como algo intrínsecamente problemático, algo que descalifique el acto altruista. En cambio, nosotros acarreamos una mentalidad que parece decir que hay que pasarlo mal para ser buena persona, porque si no, no cuenta. No suena a que esto vaya a dar demasiados frutos…

Seguir leyendo «Sobre la autocompasión»

Atención, placer y argumentos sobre Dios: recomendaciones de libros 2022.

Como ya es tradición, alrededor de las fiestas recomiendo algunos de los libros que me han gustado en el último año, o de los que tengo noticia y creo que serán interesantes para quienes leéis este blog. Podéis ver las recomendaciones pasadas buscando los posts con la etiqueta ‘libros‘. Este año traigo cinco recomendaciones, en español y en inglés. Son una buena combinación de lecturas estimulantes a nivel intelectual y amenas, con también lecturas para aplicar el dharma en nuestro cojín de meditación y fuera de él. Espero que os gusten. ¡Felices fiestas y buena entrada de año!

Atención radical – Julia Bell

Vi este libro recomendado en instagram por mi amiga Gloria y tardé poco en comprarlo. Bien escrito, fluido, cercano, reflexiones profundas y que a la vez divagan hábilmente. Me encantó. Pensé que es uno de esos libros que, a pesar de no hablar explícitamente de dharma ni una sola vez, le podría gustar a cualquier meditador. Además, es corto y ligero. En muchos sentidos, me recordó a Biografía del silencio de Pablo d’Ors, que recomendé hace un año. Es de esos libros que se leen como si escucharas a una buena amiga reflexionar en voz alta frente a un sinfín de tazas de té o copas de vino. Altamente recomendado para estas fiestas.

Skillful Pleasure – Peter Doobinin

Si tienes ganas de volver al ABC de la meditación, de fortalecer las bases, de redescubrir la respiración, o incluso reavivar el entusiasmo y placer de meditar, recomiendo este libro del maestro Peter Doobinin. Dividido en tres partes, este volumen relativamente fino primero expone las enseñanzas positivas sobre el placer, desbancando el mito modernista de que el budismo es anti-placer. A continuación, describe un estilo de meditación que busca y se sirve de las sensaciones de comodidad y placer que surgen al observar de cerca la respiración. El método está en la línea de Thanissaro Bhikkhu, Ajahn Lee Dhammadharo, y Rob Burbea; y es muy estructurado. Me pareció muy útil.

Enseñanzas del buddhismo primigenio. La posición intermedia en la teoría y en la práctica. – Y. Karunadasa

Karunadasa es uno de los profesores de budismo más reconocidos hoy en Sri Lanka. Es una alegría que se haya traducido al español esta obra suya (aunque todavía no puedo evitar que me duelan los ojos cuando veo elecciones de la ortografía buDDHismo). Karunadasa presenta el budismo de los orígenes a través del concepto del camino medio, que aplica a paisajes diversos como la condicionalidad, el yo, el placer y felicidad, la moralidad, o el análisis budista de la mente. En un estilo muy claro, este libro representa una buena combinación de teoría y práctica (o teoría para la práctica). También se ha traducido su obra sobre el Abhidhamma Theravada, pero eso ya es otra historia bastante diferente!

Philosophy of Religion – Tim Bayne

Soy bastante fan de la colección Very Short Introductions de Oxford University Press. Como el nombre de la colección indica, te presentan brevemente una infinidad de temas: desde «Wittgenstein» a «Montañas». Realmente consiguen condensar la complejidad de un tema en un texto accesible, aunque todavía intelectual. Disfruté este libro enormemente. Y aunque esto sea porque me fascina la filosofía de la religión (es decir, filosofar sobre la religión, sus afirmaciones y funciones, la naturaleza de la experiencia mística, etc.) durante todo el libro no dejé de pensar que a casi todo el mundo le interesaría. Porque ¿quién no ha tenido una opinión sobre Dios o sobre creer en Dios? ¿Quién no ha debatido a favor o en contra de este u otro argumento religioso? Todas tenemos cantidad de opiniones sobre la religión —curiosamente, muchas de ellas dogmáticas, ignorantes e intolerantes… que es lo que solemos criticar a la religión—. Este libro presenta los argumentos y contraargumentos principales de teólogos y filósofos, especialmente de la esfera cultural abrahámica, pero es estimulante a más no poder.

El arte de la atención plena – Shaila Catherine

Siendo el original ‘Focused and Fearless’, me confunde un poco que eligieran para la traducción un título que, de tan usado, ya no es descriptivo de nada. Tiene que haber docenas de libros que se llamen así. Por suerte, el subtítulo empieza a dar más pistas: Manual de meditación mindfulnes, jhana y otros estados de claridad mental. Pero elecciones de título a parte, es una joya de libro. Las mismas personas a las que he interpelado para ‘Skillful Pleasure’ de Peter Doobinin pueden sentirse interpeladas aquí. En comparación, este es un manual más exhaustivo y, aunque también es bastante estructurado, transpira un poco más de flexibilidad. Personalmente, las anécdotas personales que Shaila usa en sus explicaciones me parecieron a veces más útiles que lo que, en muchos sentidos, es una reescritura accesible de la concepción theravada tradicional del camino meditativo, del paso de la atención plena a estados de más recogimiento. Altamente recomendable para todos los públicos.


Sobre la obsesión con los orígenes

He estado y estoy enamorado del budismo temprano o primigenio, el de los orígenes. (Este blog lo atestigua de sobras.) Como todos los amores verdaderos, es un amor que reconoce la imperfección, cosas que desagradan y puntos de fricción, pero que sigue atendiendo con afecto, interés y cuidado. Podría decirse que este amor o afecto, este «movimiento hacia», se asemeja al deseo. Y así es. Es pegajoso, pero de un modo hábil en lugar de basado en el apego y el egocentrismo. Esta semejanza es un punto fascinante que hace un texto pali al discutir mettā (amor, bondad, afecto). Pero no es uno de los discursos más antiguos. Ni siquiera es el «Camino de la purificación» (Visuddhimagga) del filósofo theravada Buddhaghosa, el de la imagen. Es el comentario a ese texto. ¡El comentario! Blasfemo…

El estrato más antiguo de la literatura budista (los pimeros discursos o «suttas») presenta una enseñanza menos sistematizada. Esta es una de las razones por las que muchos budistas seculares prefieren los suttas: se prestan especialmente a una interpretación fresca. En cambio, obras posteriores como los libros del Abhidharma, manuales como el Visuddhimagga, o los comentarios a los suttas, se consideran estancadas y a menudo escolásticas. Se las ve como pertenecientes al theravada institucional, menos aptas para una lectura existencial y flexible del dharma. Sin embargo, en esas obras se condensan horas de reflexión y práctica, y manteniéndolas al margen de forma estricta nos perdemos contenido muy valioso.

A pesar de las apariencias, este artículo no va sobre la tradición de los comentarios. Va sobre identificar prejuicios, sobre cómo seguimos teniendo ortodoxias y listas informales de libros prohibidos en base a criterios cuestionables. La práctica del dharma, para mí, también es reconocer prejuicios, reconsiderarlos, y matizar mis posturas.

Seguir leyendo «Sobre la obsesión con los orígenes»

¡Entrevistado por Dharmatic!

Estoy de vacaciones. Pero entre baño y baño (porque los budistas también vamos a la playa, y hasta se puede meditar!) me llegó la invitación de Juan para entrevistarme en su canal de youtube y tiktok, Dharma Tic.

Partiendo de las preguntas que recibe de sus seguidores, Juan me dio la oportunidad de presentar el budismo secular, resolver dudas y destapar mitos; pero también de abordar cuestiones más contenciosas como el papel del ritual, el colonialismo del budismo moderno, o las respuestas que recibo/recibimos por parte de budistas tradicionales.

Cuando terminamos nos quedamos charlando casi una hora más, ¡y deberíamos haberlo grabado! Quizás para una segunda parte. De momento, espero que disfrutéis esta conversación con Juan, si puede ser con un ventilador al lado y una bebida fresquita en la mano.

Ah, y os recomiendo que sigáis a Dharma Tic, es un canal muy ameno. ¡Que paséis buen verano!

Por qué el budismo importa

¿Por qué un blog que se autodenomina budista secular, que tiene voluntad de adaptar las enseñanzas, que muestra una actitud más bien reformista, se empeña en seguir volviendo a los orígenes del budismo? ¿Hace falta fundamentar las cosas en los textos de la antiguedad? Eso suena a apego. ¿Por qué no soltar completamente la etiqueta?

Me hago estas reflexiones a menudo—sí, a menudo, así de enfermo estoy. Y este artículo es sólo una respuesta de las muchas posibles. Son cuestiones complejas porque tienen que ver con historias personales, como la mía. Mi actitud iconoclasta convive con un amor y curiosidad por la historia del dharma en sus múltiples facetas. Parte de mi educación budista ha sucedido en entornos tradicionales en Asia y eso me ha moldeado tanto como mi cercanía con Stephen Batchelor y otras influencias. Y a pesar de la tendencia secular, valoro lo que muchos prefieren llamar espiritualidad en lugar de religiosidad, pero que viene a ser lo mismo; y es que doctorarse en un departamento de ‘Religious Studies’ pone en perspectiva estas etiquetas y nuestros prejuicios.

Quiero girar la cabeza hacia el futuro teniendo ojos en la nuca, porque no aprender del pasado sería estúpido (y no aceptar que lo hago sería arrogante). Muchos movimientos de cambio se dejan condicionar demasiado por la aversión, rechazan de forma reactiva, como una rebeldía adolescente. Aunque no podemos evitar esto por completo, sí podemos ser más maduros.

Me gusta describir mi relación con la tradición budista como bidireccional. Quiero promover una actitud que permita crítica respetuosa en ambos sentidos. Esto importa para adaptar el dharma al mundo contemporáneo, ya que si sólo somos críticos con la tradición sin dejar que la tradición desafíe nuestras formas de pensar y vivir, limitaremos su poder de transformarnos. ¿Qué nos mostrará lo que hay en nuestro ángulo muerto?

Asimismo, si no soy crítico con la tradición tampoco le hago ningún favor: ni contribuyo a su relevancia y supervivencia, ni estoy respetando su propio compromiso con la verdad y la liberación. Ni sólo una cosa ni sólo la otra. La bidireccionalidad es más fructífera y estimulante.

Seguir leyendo «Por qué el budismo importa»