Recientemente fui entrevistado por Ted Meissner en el podcast de la Secular Buddhist Association (EUA), de la que Ted es director ejecutivo. Ted fue de las primeras personas en mostrar interés por la existencia de este blog, y cuando no llevaba mucho tiempo de vida ya me entrevistó para uno de sus podcasts. Siempre es un placer, y un gran honor, hablar con él. Pero lo que tuvimos no fue realmente una entrevista, fue una conversación agradable y muy estimulante. En todo caso, nos entrevistamos mutuamente.
Primero hablamos de mi tesis de máster sobre la entrada en la corriente (sotāpatti), el primero de los cuatro niveles de despertar según el budismo primitivo, y de mi artículo The Facebook Sutta. Por una de esas magias de internet, este artículo se compartió bastante ¡y se re-publicó en Eastern Horizon, la revista de la Young Buddhist Association of Malaysia! La vida es friki…
Pero la mayor parte de nuestra charla tocó un tema candente en la evolución del dharma en la sociedad contemporánea: ¡el mindfulness! Estuvimos hablando de su relación con el budismo, tradicional y secular, y de cómo se está diferenciando de éstos, así como de las reacciones que estas modificaciones tan significativas generan en la budosfera más tradicional.
Uno de los debates internos del budismo mahayana es si el despertar es gradual o súbito. Esto quedó inmortalizado en el icónico debate de Samye, en el que el Tíbet terminó decidiéndose en favor del modelo gradual, propio del budismo indio, en lugar del modelo súbito del budismo chino.
El relato que conocemos de ese debate es de historicidad dudosa, y es simplista creer que podemos separar estos dos enfoques con limpieza quirúrgica: influencias del budismo chino se pueden apreciar en la escuela tibetana nyingma, y el zen también ha combinado ambas perspectivas en figuras como Chinul.
Monjes debatiendo en el monasterio de Sera (Tíbet)
Pero esta cuestión también toma otra forma: ¿Hay un despertar al que llegar? ¿O sólo hay que darse cuenta de que siempre hemos estado despiertos pero no lo sabíamos? ¿Hay que sentarse con un objetivo o sin él? Las varias escuelas de budismo se sitúan en distintos puntos de un espectro entre estos dos enfoques.
Eso de tomar refugio frena a mucha gente. Huele instantáneamente a formalismo religioso, a ritual de juramento a tres objetos sagrados, a ‘he aquí la versión budista de la trinidad…’ Si quieres, por supuesto, te lo puedes tomar así; pero esta interpretación no es la única —y a mi modo de ver es bastante pobre. Sin un entendimiento alternativo lo que sucede es que mucha gente tira el concepto entero por la borda, y yo creo que en realidad nos ayuda a navegar.
Puede parecer que el concepto de refugio tenga poca sustancia, porque se nos presenta como simple puerta de entrada al club. Y sin embargo, he tardado varios años en comprender su profundidad. ¿Qué significa (o puede significar) realmente? ¿Y cuál es su historia? Para mí no es un voto sino una reflexión constante. Y el objeto de esa reflexión es la confianza.
Antes que nada quisiera quitarme una espinilla que hace tiempo que me viene molestando. Quizás penséis que tengo la piel muy fina, pero es que está ahí bloqueando un poro de la comprensión (toma metáfora). Esa espinilla es la expresión misma ‘tomar refugio’ o ‘toma de refugio’. Es fea.
Directo, profundo, sin adornos, cálido, sabio, firme. Así aparece en sus charlas Ajahn Chah, la figura que puso la meditación vipassana y la tradición tailandesa del bosque en el mapa occidental. El ‘efecto mariposa’ de sus enseñanzas estableció monasterios theravada por todo occidente, pero también centros laicos de donde, al final, acaba saliendo el mindfulness secular. Siempre me ayuda y me inspira leerle un poco, especialmente de retiro: me devuelve a la esencia de la práctica, a la inmediatez palpable de la meditación, a la sencillez y profundidad del mensaje del Buda.
Aquí tenéis una selección de una sesión de preguntas con sus monjes occidentales, si no me equivoco, en los 70. Podréis notar que el contexto es monástico, así como masculino, pero aplicable a nosotras y nosotros. ¡Espero que os sirva y os anime a seguir meditando!
Estoy intentándolo mucho con mi práctica, pero parece que no llego a ninguna parte.
Este fin de año me ha pillado en Atenas, un lugar en el que seguramente es imposible no sentirse volviendo a un origen. Por intensas y cargadas de significado que fueran mis sensaciones en Lumbini y en las excavaciones de Kapilavastu, ciudad donde se crió el Buda en Nepal, no fueron sensaciones de cuna cultural. En cambio, caminar por el centro de Atenas, alzar la vista y ver el Acrópolis es como occidente dándole de bofetadas a mis pretensiones de budista.
Y aun así, mi mirada tampoco es la de cualquier otro occidental porque, cuando subiendo hacia el Acrópolis me encuentro una estatua de Menandro, donde los demás ven a un rey griego yo veo al interlocutor del monje budista Nagasena que aparece en el canon pali. Le tomé una foto:
Quizás una de las diferencias, me guste o no aceptarlo, es que mientras Atenas me dice «filosofía» y me sugiere a gente debatiendo y haciéndose preguntas, Lumbini me dice «religión» y me resuenan cantos y prostraciones; y no es que haya nada de malo en estas cosas en sí. Lo que el contraste me revela es algo que ahora va a sonar como si acabara de descubrir América: que el budismo es percibido como una religión, incluso por mí mismo. Al fin y al cabo, por budista secular que me etiquete, no dejo de vivir en un entorno del que absorbo percepciones. ¿Hasta qué punto debe de condicionarme esto a la hora de interpretar y poner en práctica las ideas del Buda?
Lo que me entristece es que la dicotomía religión-filosofía no hace justicia ni a la filosofía de la antigua Grecia ni al budismo primitivo. La realidad es que ambas cosas están mucho más cerca de lo que parece: para los griegos la filosofía era una forma de vida, una práctica, no una disciplina académica, abstracta y especulativa, y algunas escuelas hasta vivían en comunidad; el budismo primitivo se parecía mucho más a esto que a una religión. Los discursos del canon pali son situacionales y muestran al Buda haciendo su versión de la maiéutica, el método socrático, cuestionando a sus seguidores o respondiendo a quienes acuden a él con preguntas. A la vez, están vacíos de muchos de los elementos que para nosotros caracterizan a una religión.
Entre los cínicos que vivían sin hogar ni casi posesiones y los bhikkhus (monjes/mendigos) del budismo primitivo no hay tanta diferencia; entre el errante Gotama caminando por la India y conversando con mercaderes, reyes, ascetas o artesanos y los filósofos peripatéticos debatiendo en los patios del Liceo de Aristóteles, tampoco. En cierto sentido es extraño que se coloque al budismo al lado de las grandes religiones monoteístas, ya que desde el punto de vista de lo que era en origen tendría más lógica ponerlo junto a las escuelas filosóficas helenísticas.
Recuperando esta idea de la filosofía como práctica, hace unos años ha surgido el estoicismo moderno, un movimiento pequeño pero que ya cuenta con varias webs, libros, una Semana Estoica anual, una app… y dudo mucho que nadie vea a esta gente como remotamente religiosa. Me pregunto si para quienes tenemos interés en un dharma secular, de nuestro tiempo y cultura, no tendría más sentido reivindicar el diálogo del budismo con el estoicismo, por ejemplo, en lugar de con la alineación habitual de un encuentro interreligioso. ¿Qué cambiaría si nosotros mismos viéramos el budismo desde la perspectiva de una antigua escuela filosófica y al Buda como una figura equiparable no a Jesucristo sino a Epicuro o Sócrates, de quien fue contemporáneo? ¿No sería mejor puente entre ambas culturas?
uno debe vivir sin opiniones, sin inclinaciones hacia un lado u otro, firme en el rechazo de elegir, diciendo de cada cosa que no más ‘es’ que ‘no es’, o que ‘es’ y ‘no es’, o que ni ‘es’ ni ‘no es’ — Timón, sobre el escepticismo de Pirrón de Elis
«¿El maestro Gotama opina que tras la muerte un Tathagata (persona liberada) existe?» «No.» «Entonces ¿opina que no existe?» «No.» «Entonces ¿opina que existe y no existe?» «No.» «Entonces ¿opina que ni existe ni no existe?» «No.» — Aggivacchagotta sutta, MN 72 (abreviado)
Es posible que los puentes ya existieran. He aludido a Las preguntas del rey Milinda (Menandro), y en otro post exploré que la imagen del Buda ¡¡se la debemos a los griegos!! Pirrón de Elis viajó a India con Alejandro Magno poco después de la vida del Buda y, como se puede ver en las dos citas de arriba, el escepticismo que fundó tiene muchos puntos de conexión con el budismo primitivo, o más en general con las tradiciones indias de entonces.
Hoy en día en los círculos del budismo secular ya hay un interés por estas escuelas. A Batchelor y Peacock les fascina el escepticismo de Pirrón a la luz de los poemas del Atthakavagga (incluí uno de esos poemas, muy ilustrativo, en el post anterior); se pueden encontrar artículos sobre budismo y estoicismo; y Massimo Pigliucci, uno de los impulsores del estoicismo moderno, ha manifestado su afinidad con el budismo secular. Luego hay otros nexos menos explícitos, como los programas de MBCT, donde el mindfulness viene del budismo y la terapia cognitiva tiene influencias estoicas.
Comparar todas estas tradiciones aquí sería imposible y, además, la reflexión principal de este post ya la he hecho; pero sí me gustaría señalar algunos puntos de conexión con el estoicismo porque es una tradición que he ido descubriendo y apreciando en el último año. El estoicismo cuenta con la enseñanza de estar en el presente y de practicar el autocontrol, algo muy presente en el budismo primigenio (saṃvara en pali) y muy a menudo como aliado de la plena consciencia.
Antonia Macaro escribe que el ‘vivir acorde con la naturaleza’ de los estoicos significa avenirse o adaptarse al principio racional que ordena el mundo. Y la palabra ‘dharma’ se refiere a lo mismo: es el orden de las cosas, el ‘cosmos’, la ley, así como la manera de comportarse de acuerdo a eso. La definición de ese principio es distinta en ambas tradiciones pero hay una gran similitud estructural y un punto de partida de reflexión que es común. Al final, la originación dependiente o surgir condicionado (paṭiccasamuppāda) es una ley natural, así como su concepto hermano del no-yo (anattā), y Sayadaw U Tejaniya para referirse a estas cosas usa la palabra ‘naturaleza’.
Los estudiosos suelen tener problemas al calificar la ética budista utilizando las categorías occidentales, pero a mi modo de ver la que mejor encaja es la ética de la virtud, la que se fundamenta en la formación de un carácter virtuoso. Ésta es propia de la filosofía helenística, y es muy claro leer el budismo desde este prisma. Además, la virtud más elevada es la sabiduría, y no hace falta argumentar el apoyo budista a esto ¿verdad?
Hace un par de meses leí el Enchiridion de Epicteto, el «Manual para la vida feliz». Aún tengo pendiente leerme el comentario de Pierre Hadot, que estoy seguro que no decepcionará. Algo que me pareció de una utilidad casi directa fue la distinción entre lo que realmente importa (la virtud) y los indiferentes (preferidos y dispreferidos). Los indeferentes son aquellas cosas que podemos preferir o no, y por lo tanto intentaremos perseguir unos y evitar otros, pero que en definitiva no nos impiden nuestra práctica de la virtud. Por ejemplo, puedo preferir tener riqueza o gustar a la gente, pero al final mi cultivo de la virtud no depende de eso.
Los cínicos eran de la opinión que estos indiferentes no eran indiferentes en absoluto, sino que distraían de lo que es realmente importante. Y estaremos de acuerdo en que a veces lo hacen, porque al fin y al cabo nuestro tiempo es limitado. El budismo se nos presenta a veces del lado de los cínicos, especialmente los enfoques con fuerte énfasis monástico. Pero si leemos el canon pali descubrimos que, a pesar del sabor renunciante que domina los textos, también hay tolerancia con las comodidades domésticas en cuanto a los laicos. En el Manual, Epicteto considera que ciertos indiferentes son preferibles sólo en tanto que facilitan el cultivo de la virtud —la salud o la educación son ejemplos claros— pero no más allá de eso. Me parece un criterio que puede ayudar a que un dharma secular no acabe siendo una forma de validar comodidades que consideramos no-negociables añadiéndoles el adjetivo mindful y que no nos damos ni la más remota cuenta de cuán excepcionales han sido en la historia e incluso hoy para mucha población del mundo. (Sabemos que el budismo secular corre este peligro «diluidor»).
Otra idea estoica fundamental es diferenciar entre aquello que está bajo nuestro control y aquello que no. Esto tiene que tenerse en cuenta en la persecución y evitación de los indiferentes. De esta manera, se practica aceptar tal como es aquello que no podemos cambiar, pero se trabaja para cambiar el resto. En esta idea el budismo puede aportar mucho, y también discutir un rato sobre hasta qué punto lo que los estoicos consideran bajo nuestro control lo está realmente o no. Pero al mismo tiempo el estoicismo puede equilibrar el inmovilismo que a veces el dharma parece promover, con ese énfasis suyo en la aceptación, que fácil—y erróneamente, creo yo—se lee como resignación. (Esta cuestión daría para un post entero…)
Tras leer el Manual de Epicteto y husmear por internet artículos y vídeos sobre estoicismo, clásico y moderno, me sentí devuelto a casa, de una forma muy somática, como ayer paseando entre runas atenienses, y sin que eso hubiera supuesto ningún alejamiento del budismo secular que practico. Puede que sea por lo común entre estas dos filosofías prácticas, y/o porque probablemente siempre haya leído el dharma de una manera sutilmente influída por la filosofía helenística que dio forma a mi cultura. Pero mi sensación no fue tanto que el estoicismo completara mi budismo, sino que reordenaba y clarificaba varias de sus ideas. De hecho estaría más de acuerdo con lo contrario: que el budismo es más elaborado y completa el estoicismo, como opina mi amigo Stefan.
Me gustaría terminar con unos cuantos ejemplos prácticos. Como muchas de sus escuelas hermanas, el estoicismo cuenta con ejercicios filosóficos o meditativos. Sugiere reflexionar por la mañana, en especial si tenemos tiempo y podemos ir a dar un paseo, y contemplar la propia mortalidad y la certeza de la vejez, un ejercicio digno de ‘lam rim’. Otra meditación, llamada el círculo de Hierocles, consiste en imaginarse en una ‘área de preocupación’ que se expande, y va incluyendo a familiares, amigos, vecinos, conciudadanos, animales, el mundo entero… ¿No recuerda a mettā y la compasión? Massimo Pigliucci cuenta que un elemento importante de su práctica cotidiana es el mindfulness ético. Él lo define así:
«en parte es intentar vivir hic et nunc (aquí y ahora), sin arrepentimientos acerca del pasado ni preocupaciones acerca del futuro (ni el uno ni el otro están bajo mi control). También significa recordarme que casi todo lo que hacemos tiene una dimensión ética, desde dónde compramos comida o ingresamos nuestro dinero a cómo tratamos a nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo e incluso gente desconocida.»
La idea del mindfulness ético me encanta. Técnicamente no es ninguna novedad: el mindfulness budista siempre ha tenido esta función y es sólo recientemente que ha pasado a un segundo plano, eclipsada por una obsesión en mudarse en el ahora que a veces parece que sea autojustificada, por su propia virtud. Y quizás en lugar de abogar por recuperar esta dimensión del mindfulness, que es lo más rigurosamente cierto, sería mejor articularlo en términos de aplicar esta práctica (cada vez más conocida) al terreno ético y de nuestras motivaciones. No es mal deseo para el 2018.
De momento yo seguiré unos días por Atenas, preguntándome de qué manera la filosofía de los griegos puede iluminar cómo presento el dharma, cómo lo entiendo y cómo lo practico. Que tengáis un buen inicio de año. 😊
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¿Qué sucede si tomamos la atención plena (mindfulness), la alejamos de la respiración y la llevamos a lo que decimos? ¿Podemos aplicar lo que hacemos cuando meditamos a nuestro proceso de hablar? Mantenernos presentes, no dejarnos cautivar por trenes de pensamiento conflictivos, observar el nacimiento de intenciones… ¿Cuánto valor tiene la meditación si se limita a experiencias mentales privadas y no se traduce en palabras? ¿Se puede meditar hablando? ¿Qué significaría?
En la primera parte de esta serie escribí: «A finales del año pasado, exploramos este tema con nuestro grupo de meditación y me gustaría compartir algo de eso en dos artículos. El segundo introducirá unas guías prácticas para cultivar la palabra apropiada; pero de momento introduzcamos la idea.» ¡Esto fue el 18 de abril de 2016…! Como fecha de caducidad para una promesa, un año es bastante, así que ahí voy. Pero empezaré resumiendo en un párrafo el contenido del primer artículo (aunque, evidentemente, es mejor que os lo leáis, qué voy a decir yo…).
Cuando el Buda hablaba de la «palabra inapropiada» se refería a cuando el contenido es falso (a sabiendas), mal intencionado, con ánimo de difamar, dividir y enemistar a gente, el tono es áspero, antipático, o se trata de cháchara infructífera. El problema con lo último es cuando desemboca en contar verdades ‘photoshopeadas’, exageraciones y cosas negativas de otros con el fin de ensalzarse a uno mismo, o simplemente divertirse, sin tener en cuenta el posible daño a terceros ni si los rumores en que uno participa son realmente ciertos. El reto es mantener las conversaciones sociales y ligeras ceñidas a lo cierto y a lo que es fructífero compartir. Sin embargo, el mismo Buda afirmaba que a veces hay que decir cosas desagradables en el momento oportuno: no se trata de callarse todo lo que pueda no gustar ni de aspirar a un estado en el que, mágicamente, nadie se ofenda jamás a lo que hemos dicho. Es imbuir nuestra comunicación de valores como la honestidad, el cuidado y la amistad.
En el post anterior, John Peacock hablaba del papel de la ética como fundamento del camino del dharma y prerequisito de la meditación. El «entrenamiento gradual», uno de los métodos usados por el Buda para exponer su enseñanza, empezaba en la generosidad y la virtud. Seguramente la enseñanza más asociada a los laicos, en especial en el budismo del sur, son los llamados cinco preceptos. Su formulación estándar es algo así:
Abstenerse de matar/herir a seres vivos.
Abstenerse de tomar aquello que no es dado.
Abstenerse de una conducta sexual inapropiada.
Abstenerse de mentir.
Abstenerse del consumo de sustancias intoxicantes.
A primera vista son prescripciones de evitar ciertas actividades, reglas que regulan el comportamiento para el beneficio (se supone) de uno mismo y los demás. Muchos maestros contemporáneos nos advierten de que no los leamos como si fueran la versión budista de los 10 mandamientos, aunque entonces llamarlos ‘preceptos’ quizás no sea la mejor opción, como explicaré después. Pero ¿cuál es la diferencia? ¿Qué son entonces?
Más que normas a obedecer, los preceptos pueden verse como cinco guías que nos invitan a indagar en nuestras acciones e intenciones, a ver sus consecuencias en nosotros en términos de sensaciones, bienestar, hábitos y formación de un carácter, así como sus efectos en el mundo, en las relaciones interpersonales, su contribución al bienestar colectivo, etc. Son una herramienta para el autoconocimiento y para el desarrollo personal: a través de abstenerme voluntariamente de esto y aquello descubro cosas de mí mismo, me examino, trabajo con mi mente, y no de una manera intelectual sino vivencial. Así que los preceptos no son donde se termina, no son donde las decisiones, los dilemas morales o los debates terminan porque «el budismo tiene una lista que dice tal y cual»; más bien son donde se empieza, son un punto de partida para la auto-indagación ética.
La palabra apropiada, más habitualmente traducida por palabra o habla correcta, es el tercer elemento del camino óctuple. Abstenerse de mentir también es uno de los cinco preceptos laicos. No hay duda de que la manera en como nos comunicamos es un aspecto crucial de nuestras vidas de animales sociales. ¿Podemos volvernos más conscientes de cómo hablamos? ¿O darnos cuenta de patrones tóxicos en nuestra forma de comunicarnos con otros? ¿Podemos cultivar una forma de hablar que busque el entendimiento en lugar de la confrontación, la armonía en lugar de la división, el bienestar en lugar del malestar?
A finales del año pasado, exploramos este tema con nuestro grupo de meditación y me gustaría compartir algo de eso en dos artículos. El segundo introducirá unas guías prácticas para cultivar la palabra apropiada; pero de momento introduzcamos la idea.
¿Y qué es, monjes, la palabra correcta? Abstenerse de mentir, abstenerse de hablar maliciosamente, abstenerse de palabras ásperas y abstenerse de charla frívola. Esto se llama palabra correcta.
Practicar la virtud en nuestras palabras, según el Buda, pasa por evitar que su contenido sea falso, difamatorio o infructífero, que su intención sea malevolente y que las formas sean inapropiadas. Lo primero es lo más obvio y se refiere a mentir a sabiendas, instándonos a cultivar la honestidad. La mentira y el engaño son desaconsejables, ya que pueden conducir a sacar conclusiones y tomar decisiones basándonos en información falsa. La última categoría, por contra, es la que provoca más sorpresas: el cotilleo. ¿Cuál es el problema de estar de cháchara, de hablar sin mucho motivo? No podemos hablar siempre de cosas trascendentes, nos convertiríamos en unos muermos… En el libro ‘The Spirit of the Buddha’, Martine Batchelor se pregunta: “¿pueden nuestras charlas triviales ser apropiadas, ajustadas a los hechos, conectadas con lo bueno, tal y como el Buda nos aconseja hacer? ¿Pueden animarnos? ¿Pueden ser ligeras y alegres?”
Comer carne: ¿sí o no? ¿Es aceptable para un budista? El cliché es que los budistas son vegetarianos, pero ¿es eso cierto? ¿Cómo se ha tratado el tema a lo largo de la historia del budismo? Y ¿es necesariamente una cuestión de blanco o negro?
El objetivo principal de las enseñanzas budistas es terminar con el sufrimiento, entendido en un sentido amplio que recoge el término dukkha, o por lo menos reducirlo en gran medida. Esto se aplica tanto al dukkha propio como al ajeno. Y con ajeno se incluyen no sólo a las demás personas sino a todo ser vivo. El budismo tiene menos argumentos que otras religiones para concebir a los animales como seres instrumentales, ya que no cree en un Dios que haya podido crearlos para beneficio de los humanos en tanto que criaturas elegidas. Además, el primer precepto laico es abstenerse de causar daño a seres vivos. El término que usan los textos del canon pali es panatipata: destruir seres “que respiran” (pana), lo cual engloba igualmente a humanos y animales.
En su blog, Bhikkhu Sujato argumenta que lo más coherente con las enseñanzas del budismo es no consumir productos animales; y especialmente hoy, que hay más alternativas y la ganadería industrial implica no sólo matar a los animales, sino a menudo someterles a unas condiciones de vida deleznables. Su postura es difícil de rebatir. Pero ¿significa esto que los que comen carne deben sentirse malos budistas? ¿O que los vegetarianos pueden mirarlos por encima del hombro?
Con el vegeterianismo suceden cosas que no pasan con otros aspectos de la práctica budista: los carnívoros se sienten atacados, o creen que no pueden realmente practicar el dharma mientras coman animales; y los vegetarianos y veganos caen en la superioridad moral. No veo que esto suceda con la mentira, con el cotilleo, con el cultivo de la atención, con el consumo de alcohol o con el esfuerzo correcto. A pesar de que sea bastante obvio que dejar de comer animales, o de vestirnos con ellos, es una manera fantástica de evitar sufrimiento y ser más amables, puede ser interesante echar un vistazo a la historia.
El primer post del año era algo largo y en ocasiones técnico, así que he pensado que el segundo sea algo más breve, directo y accesible. En el siguiente vídeo, de unos 6 minutos de duración, el académico y maestro zen David Loy habla de la relación entre dukkha (ese término amplio que significa sufrimiento pero también incluye insatisfacción y tensión) y anatta: no-yo. Éstas son dos de lo que se conoce en el budismo como las tres características de la existencia. Espero que lo encontréis interesante y, si queréis, podéis leer la entrevista que le hice hace cosa de un año, y que se publicó aquí bajo el título de «Desmontando el budismo – Una conversación con David Loy«. David tiene unos cuantos libros traducidos al español y podéis encontrar algunos en la sección de Lecturas recomendadas.
Recordad que tenéis que activar los subtítulos en la configuración del vídeo (la ruedecita que aparece abajo a la derecha). ¡Que lo disfrutéis!